13/06/2025
La adolescencia llega sin pedir permiso, como una tormenta que remueve todo lo conocido. Un día, sin darte cuenta, descubres que alguien te cambió a tu bebé. Su cuerpo ha crecido, sus opiniones comienzan a diferir, sus respuestas son más cortantes y sus silencios más largos. Te reta, te ignora o parece buscar todo lo contrario a lo que le enseñaste, pero en realidad, está buscando encontrarse.
Este proceso no es simple rebeldía ni simple desobediencia. Es parte de un reacomodo interno, por el desarrollo de su cerebro. El lóbulo prefrontal, que regula el juicio, la toma de decisiones y el control de impulsos, sigue madurando (Giedd, 2004). En cambio, la amígdala, la parte del cerebro encargada de las emociones, está muy activa, lo que hace que sus respuestas sean intensas y a veces incomprensibles para el adulto.
Es decir, nuestros adolescentes sienten mucho, pero aún no saben cómo procesarlo todo.
Y ahí viene la paradoja, mientras sus actos parecen un grito de ayuda, sus palabras muchas veces dicen “aléjate”. ¿Cómo responder ante esa contradicción?
La respuesta no está en el control, ni en el castigo sin reflexión, ni en dejarlos "aprender por las malas". La respuesta está en la presencia adulta, firme y amorosa. En no ignorar las señales. Siempre las mandan, aunque a veces vengan disfrazadas de enojo, sarcasmo o indiferencia.
Están buscando un lugar propio, una identidad, pero a falta de certezas, suelen copiar a otros que están igual de perdidos que ellos. Por eso es crucial no tomarnos sus palabras como ataques personales, sino como parte del camino que están recorriendo para saberse únicos, valiosos, capaces.
Ser madre, padre, docente o acompañante de un adolescente no es fácil. Nadie nace sabiendo cómo hacerlo. Pero eso no significa que debamos dejarlo "al tiempo". Capacítate, aprende, escucha, pregúntate qué palabras estás usando y qué gestos estás dando. Ellos están observando todo, incluso cuando creemos que no.
Si tu hijo o hija aún no entra en la adolescencia, empieza ya. Comienza hoy a construir un vínculo fuerte, una comunicación con raíces. Porque cuando llegue ese momento —porque va a llegar— lo que hayas sembrado será tu mejor herramienta para seguir acompañando, incluso cuando parezca que ya no te necesita.
La adolescencia no es una etapa para temer, sino para estar más presentes que nunca.