09/03/2023
Mujer y psicoanálisis, de la posición de objeto a la posición de sujeto. Texto de Helena Trujillo
Hasta hace muy poco, la única sexualidad permitida para la mujer era la reproducción biológica sin acceso al campo del deseo. A comienzos del siglo XX, el Psicoanálisis diferencia a la mujer de la histérica, descubriendo en ella una sexualidad hasta entonces desconocida
Si históricamente a la mujer le ha sido destinada como tarea el amor y la familia, y a los hombres la guerra y la producción, estos roles han cambiado en la actualidad con los cambios en la producción y con los avances de la ciencia. Entre todos los grupos humanos, la familia desempeña un papel primordial en la transmisión de cultura, en ella la mujer cumple la función madre, pero la maternidad se olvida de la feminidad. Máquina reproductora de hijos e hijas, sujeta a la producción de la especie, pero en la que Ella, la mujer, nunca podrá unir amor y deseo. La apertura del deseo femenino está más allá del amor y la familia.
Desde el Psicoanálisis, sabemos que la diferencia entre hombre y mujer no es tal diferencia, en tanto no es en la genitalidad donde se funda la diferenciación sexual humana. Masculinidad y feminidad son, según Sigmund Freud, construcciones teóricas de contenido incierto. Son cuatro posiciones las que tiene que habitar el sujeto masculino y femenino: padre, madre, hombre, mujer. Todo se construye en el ser humano. Alcanzar esas cuatro posiciones psíquicas conlleva una transformación: hablar, escribir, trabajar, liberar su sexualidad para poder adoptar una posición diferente en el mundo. Aprender a soportar cierta cuota de displacer.
Hasta la llegada de la Teoría del Inconsciente, la sexualidad femenina era un continente oscuro, nadie dejaba hablar a la mujer, nadie quería escucharla. El Psicoanálisis pide, por primera vez, que hable. Esa apertura que permiten las ciencias del Siglo XXI a la mujer aún no se ha traducido en una organización social que incluya la diferencia sexual. Aún, si ella desea, es p**a o depravada. A la mujer lo que más le gusta es ser amada, que la amen, a veces, es capaz de todo por amor. Todas las personas hemos visto que algunas mujeres, aterradas por la idea de “quedarse solas”, se casan o viven en pareja con hombres a los que no aman y que no les convienen, con tal de sentirse amadas. La mujer está acostumbrada históricamente a trabajar por amor, hacerlo por dinero es un paso que no toda mujer puede dar. Ella tiene conflictos entre la producción y la reproducción, entre la producción de productos sociales y la reproducción de la especie. Si no analizamos el machismo inconsciente, el sentimiento de inferioridad y el desprecio de la mujer hacia el dinero, todavía no habremos entrado al siglo XXI.
Sin productos en la realidad no podemos hablar de sujeto. Para alcanzar la feminidad tenemos que hablar de la separación del objeto primordial, transformarse en el producto de nuestras transformaciones. Separarse del amor para poder amar. El deseo es la esencia humana, carece de objeto, todo el mundo deseamos lo mismo, nos diferenciamos en cómo nos la arreglamos con el deseo, renunciando, postergando, sustituyendo, elaborando en cada caso de forma diferente. La heterosexualidad es una construcción teórica compleja, no tiene que ver con el objeto elegido sino con la posición que adoptemos frente a la ley del lenguaje. El amor es un efecto del deseo. La culminación del desarrollo de la mujer es su acceso a la cadena significante, hacerse sujeto del lenguaje. Nuestro cuerpo no existe, es escenario de lo inconsciente y nuestro ser sólo semblante.
Tomar el camino de la libertad genera compromisos y ahí la mujer no quiere compromisos, sólo piensa el compromiso como compromiso matrimonial, tiene el ideal de que eso le va a dar todo: la felicidad, el trabajo, el dinero. Es fundamental para la mujer aprender a sumar, aceptar la multiplicidad de la palabra mujer: madre, trabajadora, amante, social… La inteligencia, el amor, la satisfacción, no están en ningún lugar, se producen en el encuentro con lo social. Producir una nueva realidad donde la mujer no tenga que reducirse a ser hija, madre o esposa, permitirá que en los próximos siglos podamos llegar a conocer a la mujer. La única cosa de la que podemos hacernos culpables es de haber cedido en el deseo.