11/08/2022
LA VERGÜENZA Y LA FALSA PERSONALIDAD
Cuando somos niños y no tenemos afecto ni sentido de pertenencia y estructura básica, nos sentimos abandonados y rechazados. El dolor de estas heridas se traduce en vergüenza, sentimiento de falta de amor por la persona que soy; sentirse inadecuado e inseguro. Este sentimiento interno hace sentir que algo en mí está mal y me rechazo.
Un niño piensa: “Seguro mis padres no me abrazan porque algo está mal en mí.” “No soy una persona valiosa porque mi padre no quiere verme.” “No soy importante por eso mi mamá no quiere jugar conmigo.” Esta vergüenza va directo al ser del niño, al: yo no soy valioso, soy un error, entonces el niño empieza a sentirse ansioso por miedo a no ser visto.
El contacto de los padres es muy necesario, así que el niño se vale de sus recursos para obtenerlo. Desde la angustia del abandono o el rechazo, empieza a actuar de diferentes modos para llamar la atención de sus padres; manifiesta formas de ser y actuar que sacrifican al verdadero yo en un intento de ganar valor y llenar las necesidades de contacto. A veces actúa como adulto, se enferma, se muestra rebelde. Como niños, medimos la reacción de los padres ante ciertos comportamientos y verificamos si funcionan o no. A veces un regaño, golpes, un grito, dan al niño la garantía de ser visto, lo cual, aunque suene raro, es mejor que el vacío y ser ignorado.
Ausencia de vínculo = sentimiento de vergüenza, adopción de una falsa personalidad
Imaginemos a Óscar, cuyos padres siempre están ocupados en sus propios asuntos. Su madre, siempre enojada con la vida porque no quería tener hijos ni casarse y sumida en una depresión crónica que no le permite ver a nadie ni estar presente de ninguna manera constructiva. Su padre, para evadir la falta de aceptación de su mujer, sus quejas y padecimientos, siempre trabajando o viendo el televisor. Óscar necesita a sus padres, su ausencia y falta de contacto lo hacen sentir abandonado. Empieza a angustiarse. Hace algunos intentos, pero no dan resultado y esto daña seriamente su autoestima. Óscar no sabe que sus padres no tienen la capacidad de atenderlo, que están inmersos en sus carencias, no se dan cuenta de que él los necesita. El pequeño Óscar siente que el problema está en él. Aprende a mirarse en un espejo roto.
Y cuando están ausentes, el espejo donde nos miramos se rompe. Para un niño, no ser visto por sus padres y la ausencia de seguridad, afecto y protección, son como estar en peligro de muerte. Es un tema de sobrevivencia. El vacío y la ausencia de los padres provocan una enorme angustia en el hijo, pues no tiene recursos de ningún tipo para salir adelante solo. De manera que intenta todo para que sus padres lo vean, aunque sea sacrificándose.
Óscar empieza a pelearse en la escuela, a sacar malas calificaciones, a ser rebelde con sus padres. Su madre se queja todo el tiempo de él y su padre deja de ver la tele para golpearlo; su madre empieza a supervisar sus tareas, los dos empiezan a mirarse para hablar de su mala conducta. Óscar lo ha logrado, encontró una forma de ser visto, sacrificándose y convirtiéndose en un problema. De esta manera Óscar busca afecto el resto de su vida.
Siempre elegimos, incluso cuando somos niños, con base en nuestro temperamento, un recurso con el que cada uno viene a esta vida y nos permite reaccionar de una u otra forma. Por eso en una familia con tres hermanos que presencian la misma discusión de sus padres, cada uno toma decisiones diferentes aunque la realidad sea la misma. Uno decide salir de la habitación, otro entrar a la discusión y el otro seguir viendo la televisión.
Extraído del Libro: Transforma las Heridas de tu Infancia
Autora: Anamar Orihuela