18/09/2025
El 15 de septiembre la ciudad estaba encendida. Fuegos artificiales, gritos, música, todos celebraban la independencia. En medio de ese ruido, Claudia se hundía en su propio cautiverio: alcohol y co***na. Mientras otros gritaban “¡Viva México!”, ella gritaba por dentro que no soportaba más el vacío de su vida.
Salió con sus amigas, Mariana y Laura. Ellas bebieron, sí, pero eran mujeres comunes, que al día siguiente despertarían con resaca. Claudia no. Para ella, el alcohol y la co***na eran cadenas que no se rompían con un vaso de agua ni con una aspirina. Esa noche no fue distinta: tomó hasta perder el equilibrio, aspiró hasta que el corazón le golpeaba el pecho como un tambor. Sus amigas le pidieron que se controlara porque iba a manejar. No escuchó. Nunca escuchaba.
Condujo tambaleante, con la mirada perdida y la soberbia de creer que podía dominar el volante en ese estado. La ciudad estaba llena de pólvora, humo y gente regresando a casa. Y también de aquellos que, como el hombre en el otro coche, iban rumbo al trabajo de madrugada, sin imaginar que la muerte los esperaba en la esquina.
El choque fue brutal. El coche de Claudia se hizo pedazos, lo mismo que los cuerpos de Mariana y Laura. El otro conductor murió en el acto. Claudia quedó viva, con heridas, pero consciente. Vio la sangre, los vidrios incrustados, las bocas abiertas que ya no pedían auxilio. Todo en segundos, todo irreversible.
La noticia se regó rápido: “Accidente mortal en la noche del grito”. Pero no fue un accidente. Fue la consecuencia inevitable de una mujer que no pudo detenerse, de una sociedad que normaliza “un par de copas” y de una voluntad rota desde hace años.
Claudia terminó en la cárcel. Tres familias quedaron destruidas: sus hijos sin madre, dos madres sin sus hijas, una familia sin su padre. Eso fue lo que dejó la fiesta de independencia. En su celda, Claudia lo entendió con un peso insoportable: ese día todos gritaban por libertad, pero ella había demostrado lo contrario. No era libre. Era esclava de una adicción que la arrastró a matar, y a morir en vida.
El 15 de septiembre, mientras el país festejaba su independencia, Claudia perdió la suya para siempre.