01/03/2025
COMPAÑÍA Y COMPASIÓN EN MEDICINA
La compañía y la compasión en la medicina: el reclamo actual.
Luego de conocer el testimonio de Hussam Abu Sini (https://espanol.clonline.org/historias/mundo/2024/10/14/testimonio-hussam), el presente toma forma y adquiere nueva consistencia, el presente en el sentido de este documento pensado hace meses, así como el presente momento y el don que éste significa. Soy esposo, padre de cinco, cirujano, profesor de pregrado desde hace un par de décadas y titular de la especialidad desde hace unos 3 años. La formación de las personas (hijos, alumnos y pacientes), educarlos y acompañarlos en el camino a la Verdad es una ocupación y preocupación cotidiana considerando los retos que enfrentamos en todos los sentidos como sociedad en México. Día a día se hace patente mi insuficiencia ante lo que quisiera lograr en ellos y se hace presente el reclamo a una dependencia total.
La vocación vivida en el servicio al otro es el camino concreto de muchos de nosotros. Este llamado es diario, en cada encuentro de dos fragilidades, cristalizando en la atención de un paciente, en una plétora de necesidades resumidas en una mirada. Dentro del sistema sanitario constantemente nos topamos con nuestras limitantes humanas y materiales. Nos conflictúa el ver nuestra pretensión de autosuficiencia derrumbarse, de ver cómo no somos capaces, que dependemos totalmente de algo más, de Alguien. Y es hasta entonces, de entre los escombros de nuestra vanagloria que se reconoce una presencia que nos levanta, nos sostiene y acompaña. Una presencia que da sentido a la nuestra, una mirada que nos reclama a través del dolor, de la muerte, de la derrota. Vivimos este llamado a través de una realidad doblemente herida y diversamente necesitada, en cada momento que nos damos al otro; en el crucificado de la sala operatoria.
Los testimonios son una forma de tener enfrente un guía, una compañía y los de Hussam, de Enzo Piccinini y de Cristiano Ferrario, todos médicos del movimiento se desprende que la misión más importante, aun en este contexto, es el de la compañía. No tanto la ciencia, el conocimiento o la habilidad manual, es la compasión, el amor a Otro en el otro. Mostrarles el rostro de Cristo oculto en esa obscuridad del dolor y sufrimiento. Cierto, una “santa soberbia” quisiera pensar. En el abandono en Dios, la muerte es vida, la derrota es victoria y sólo hay lugar para el gozo en la victoria. Vencer es dejarse vencer y reconocer la pertenencia total, dependencia total, disponibilidad total. La misión es dar continuidad a Cristo, a su obra, a su presencia ahí donde estamos. Recordar que Cristo no ha venido a librarnos del dolor, pero para ser compañía de nuestro camino. Perseverar por el bien de su pueblo, de la Iglesia, de la verdad, de la justicia y de la felicidad y como éstos no se pueden separar de Cristo, Él está ahí en este perseverar, en esta compañía. Esa compañía que nos hace día a día.
Curar a veces, aliviar en ocasiones y consolar siempre. Uno pensaría que la cura de las enfermedades es competencia del médico, incluso, legalmente el proceso sí es nuestra responsabilidad no así el resultado. “Si Dios no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” o en palabras de San Josemaría “Sine me nihil potestis facere!”. El mandato es visitar a los enfermos, la cura no es sino a través de Él y si así conviene a sus planes. Y no me refiero a respetar el imperativo categórico kantiano, del mandato, el punto de partida debiera ser la compasión (sufrir con el otro) nacida de la misericordia misma. La compasión, debiera ser el móvil de la relación médico paciente.
Acoger al paciente como un todo. Ya de por sí la medicina y las disciplinas quirúrgicas son totalizantes, pero debiera darse el paso siguiente: apostar la vida involucrándose en la vida del otro, exponiendo el corazón, abrazarlo y acompañarlo en el proceso. Poner el corazón en la vocación. Poner en juego la vida misma implica adhesión y sacrificio, sacrificio como parte del compromiso y sacrificio como “hacer sacro”, como ofrecimiento. Nos ponemos a disposición del Otro en un continuo, sin respetar fronteras situacionales, de pertenencia, idioma, nacionalidad, de tribu o fraternidad, en la casa, en el trabajo, en la calle. Un continuo reconocer la presencia que nos hace. La Iglesia somos todos, todos los hijos, son todos hermanos.
El mundo, la escuela, la tradición, todo considera de una u otra manera un prudente desprendimiento, una distancia profesional, una barrera real y psicológica entre el paciente y el médico y así se enseña. Se propone que el médico deba encontrar un equilibrio entre la distancia necesaria para que su implicación emocional no le nuble su capacidad de juicio clínico y actuación profesional y la necesaria identificación y comprensión del sufrimiento del paciente. ¿Qué enamorados se conforman con una cándida mirada? ¿Se puede abrazar un leproso a la distancia? La propuesta es derribar estas barreras para abrazar a la persona, tomarla de la mano y hacer juntos el camino. Varias veces, durante las consultas puedo recurrir al “si yo fuera el paciente, sabiendo lo que sé, haría…” De otra manera el paciente se cosifica a la distancia degradando la relación, dando peso a aspectos que nos lastiman a ambos arrojándonos en un sinsentido administrativo. Finalmente, esta personalización coagula en el síndrome de Burnout o agotamiento laboral que actualmente está cobrando la vida de profesionales de la medicina que ven lejano el ideal del servicio.
¿Qué nos sostiene hoy día?
Las generaciones actuales, llámense millenials, Z, líquida, de cristal, etc se han caracterizado por una búsqueda frenética de felicidad divertida, inmediata e individual y una creciente apatía por los valores perennes; el dominio absoluto del empoderamiento propio, de los derechos individuales sobre el papel a representar en la sociedad, la precariedad y la superficialidad de las relaciones. Un scrolling constante entre deseos, gustos y relaciones desechables. En términos de neurotransmisores preferir la dopamina a la serotonina, la alegre inmediatez en lugar de la duradera leticia. El hombre que pretende tener una vida tranquila deja de buscar, deja a un lado la tensión que genera la compasión misma, olvida al otro, se deleita en el espejo dejando de vivir y conformándose con existir.
Cuando la sociedad ha dado la espalda a Dios, la formación de los médicos no se ha quedado atrás; cuando los ideales han caído y han sido sustituidos por conceptos cambiantes, desprovistos de sustancia la pretensión del yo autosuficiente, del yo empoderado no tarda en toparse con la realidad. Encuentro del que muchos salen mal librados y con el que otros afortunados despiertan. Partir del nihilismo, de la desesperanza, de la quimera del superhombre autosuficiente, medida de las cosas, sentido de la realidad se convierte en eso, un punto de partida. Uno se levanta sólo si toma conciencia de que se ha caído. Uno se pone en movimiento cuando sabe a dónde ir. Con algo de suerte, mirarnos al espejo a través de un resquicio de la máscara para reconocernos nada, y abrazar al “ya no soy yo, sino Cristo quien vive en mí” de San Pablo. Y así dar un sentido ulterior a lo que afirmaba Nietzsche cuando sostenía que “El cristianismo ha sido hasta ahora el mayor infortunio de la humanidad”. Es un obstáculo para que la humanidad se autopreserve y se erija dios, debemos menguar para que Otro prevalezca en nosotros.
¿Cómo lograrlo?
Juntos. Viviendo la comunión, la compañía y la compasión. La misión no se vive solo, se requiere compañía como sostenían repetidamente Piccinini, Carrascosa y hasta el Padre Franco, “De dos en dos los mandó”. Ante el burnout, la despersonalización, el sinsentido y la soledad, la compañía (con -reunión; panis- pan; ia -cualidad) aunque la soledad está arraigada en la realidad primaria del individuo de forma casi instantánea se ve salvada por la compañía de la madre quien lo reconoce, le abraza y lo nutre. El origen mismo de la palabra compañía nos remite a Cristo, quien salió al encuentro de sus apóstoles y con quienes compartió el pan. De la compañía nace la familiaridad y el reconocimiento de la realidad del otro. De la compañía nace la compasión, única forma moral de relación entre las personas de acuerdo con Schopenhauer. De esa relación, confiada a quien da la esperanza, a quien pone orden en todo nacerá lo que deba nacer, de otra forma nos arriesgamos a perder el camino, un Ronin vagabundo, a no escuchar más que nuestra voz repitiendo errores como disco rayado.
En la compasión el hombre sale de la estrechez de su egoísmo deja su individualidad detrás de sí. Uno entra en comunión tal que el tu y el yo coinciden, son uno. El abrazo entre un médico y un paciente sólo es posible en ésta. La compasión como motor de la voluntad es amor y autoconciencia. De otra forma, un amor que no sea compasión no es sino egoísmo.
Quiero pensar que no estamos solos, que hay una serie de profesionales sanitarios con esta inquietud y este mismo llamado. Quisiera pensar que estamos atendiendo al llamado, haciendo camino y confiando en Quien da esperanza. Si es en realidad un llamado, una misión, los medios se irán dando. Compañía y compasión.
Si eres un profesional de la salud y compartes el ideal, perteneces a alguna asociación, grupo o movimiento que ya esté trabajando en esto, compárteme sus datos para buscarlos. Si también estás buscando cómo re/construir una atención humana, hagamos camino juntos. walterkunz@hotmail.com