25/07/2025
☺️😒 La trampa de ser feliz
👉 Cómo el mandato de la felicidad perpetua refuerza el individualismo, culpabiliza al débil y silencia la protesta
LA FELICIDAD COMO PRODUCTO DE CONSUMO
Nos dicen que seamos felices. Pero no como una posibilidad, sino como una obligación. Una exigencia emocional que ha mutado en dogma de mercado. Desde los anuncios de Coca-Cola hasta los cursos de mindfulness subvencionados por multinacionales que explotan a sus trabajadores y trabajadoras, todo apunta hacia el mismo horizonte: la felicidad como deber, no como derecho.
En este modelo, no estar bien es una forma de traición. El sufrimiento es interpretado como un fracaso personal. La ansiedad, la tristeza o el malestar dejan de ser síntomas de una sociedad injusta para convertirse en defectos individuales. Y lo que es peor: problemas que debes solucionar tú sola, con disciplina, yoga y actitud positiva.
La industria del bienestar factura miles de millones al año vendiendo terapias exprés, retiros espirituales, libros de autoayuda y gadgets que prometen eliminar la ansiedad a golpe de clic. En 2024, el mercado global del “happiness management” superó los 90.000 millones de dólares, según datos de Statista. Pero ¿a quién hace feliz esa felicidad? ¿Quién se lucra del mandato emocional de la sonrisa forzada?
El capitalismo ha secuestrado la emoción más humana para convertirla en una mercancía más. Y como toda mercancía, su distribución es desigual: no hay mindfulness para las limpiadoras de hospital con contratos basura. No hay “gratitud” ni “gestión emocional” que le sirva a una madre sola que no llega a fin de mes.
LA FELICIDAD COMO HERRAMIENTA DE DOMINACIÓN
La trampa es perfecta: si no eres feliz, la culpa es tuya. No del sistema que te precariza. No del alquiler que devora tu sueldo. No del patriarcado que te acosa. No del racismo que te margina. Eres tú, que no sabes ver lo bueno de la vida.
Este discurso no es nuevo. Tiene raíces profundamente reaccionarias. Como señala Eva Illouz, en su ensayo La salvación del alma moderna, la gestión emocional ha sustituido al análisis político. Nos ofrecen recetas individuales para problemas colectivos. Y así desactivan cualquier impulso de protesta.
Porque la felicidad obligatoria desmoviliza. ¿Cómo vas a quejarte si todo el mundo en Instagram parece estar en Bali? ¿Cómo vas a protestar si te han dicho que el universo conspira a tu favor? ¿Cómo vas a hacer huelga si tu jefe te ha puesto una mesa de ping-pong en la oficina y un coach motivacional para los lunes?
La cultura de la positividad perpetua es profundamente autoritaria. Censura el conflicto, desprecia el duelo, criminaliza la tristeza. Reemplaza la solidaridad por coaching. El llanto por meditación guiada. Y la rabia por frases de Paulo Coelho en formato story.
Las empresas han entendido el filón. Cada vez más se promueve un "liderazgo emocional" que pretende gestionar el descontento con abrazos grupales y dinámicas de equipo, mientras se recortan derechos laborales. El resultado es un malestar silenciado, encapsulado, patologizado. La depresión ya es la principal causa de discapacidad en el mundo. Pero seguimos diciendo que el problema es no hacer suficiente journaling.
FELICIDAD SIN JUSTICIA ES PROPAGANDA
Lo más perverso de todo es cómo este mandato emocional se ha infiltrado también en las políticas públicas. Las y los gobernantes han aprendido a prometer felicidad en lugar de derechos. Le hablan a la “clase media aspiracional”, no a las cuidadoras explotadas ni a quienes no pueden pagar la luz. Apelan al bienestar emocional, mientras destruyen el bienestar material.
Y no, no se trata de despreciar la alegría. Se trata de entender quién decide cuándo es legítimo estar mal. Porque a la trabajadora que llora en el baño del supermercado le dicen que no dramatice. Pero al empresario que se quiebra en un TED Talk por “sus comienzos duros” se le aplaude como un héroe.
Quizá lo más revolucionario hoy no sea buscar la felicidad, sino permitirse estar tristes, enfadadas, agotadas. Compartir el dolor, colectivizarlo, entender que no es individual, sino sistémico. Porque cuando el sistema te dice que “hay que ser feliz”, lo que realmente te está diciendo es: “calla, no jodas el negocio”.
No queremos felicidad en PowerPoint. Queremos dignidad. Y la dignidad no siempre sonríe.
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