02/08/2025
En la ganadería tropical, cuando llegan los tiempos difíciles —la seca, la escasez de pasto, el bajón en la carga—, muchos voltean a ver el silo de maíz como la tabla de salvación. Y no les falta razón. Bien manejado, es una herramienta valiosísima. Pero también es una navaja de doble filo si se usa sin cálculo, sin conciencia y sin números.
El silo tiene ventajas que nadie puede negar. Aporta energía, mejora la condición corporal, estimula el consumo, y puede ayudarte a mantener e incluso a ganar peso en vacas flacas o becerros recién destetados. En épocas donde el pasto ya no da más, tener un buen silo almacenado es como tener dinero guardado en el banco. Alimentas, estabilizas y sigues produciendo.
Pero no todo es tan simple. Porque el silo también cuesta.
Cuesta producirlo o comprarlo, almacenarlo, protegerlo del aire, del moho, del mal manejo. Cuesta tiempo, requiere infraestructura y, lo más importante, puede generar una dependencia silenciosa si no se tiene claro su papel.
Muchos productores se acostumbran a usar silo todo el año, como si fuera parte del sistema base. Y ahí empieza el problema. Porque en lugar de mejorar el pasto, ajustar la carga y planear descansos, le avientan costales y silo al ganado como si eso fuera la solución permanente. Y no lo es.
El silo debe ser eso: respaldo, no muleta.
Debe usarse en momentos puntuales, en estrategias de transición, en suplementación controlada. Pero si necesitas silo para que tu sistema sobreviva todo el año, entonces el problema no es la falta de silo… es el diseño del sistema.
No hay duda: el silo de maíz bien hecho y bien usado es una ventaja enorme.
Pero mal planeado, sin estrategia, solo por inercia, puede convertirse en una carga invisible que termina comiéndose la utilidad del rancho.
Por eso, antes de ensilar o comprar, primero hay que responder con honestidad:
¿Estoy usando el silo como herramienta… o como parche?
La respuesta, como siempre, no está en la bodega.
Está en el potrero… y en la libreta.