27/01/2025
Margarita se aferraba fuertemente al cuello de su papá y no permitía que nadie la tocara. Me miraba y de inmediato giraba la cabeza, como si hubiera visto al diablo.
Los sobornos con juguetes fueron infructuosos. Los ruegos de su madre, quien pretendía explicarle la necesidad de revisarla sólo agravaban el problema.
Margarita seguía prendida como koala al cuello de papá, quien se sentía incapaz acomodarla para su revisión. Además, la tía Gertrudis (siempre hay una tía metiche) no ayudaba en nada con sus agrios comentarios: “se los dije, esa chiquilla está embracilada”, “esa niña lo que necesita son unas nalgadas”, “doctor, recétele inyecciones pa’ que aprenda…” yo a la que tenía ganas de inyectar era a la tía Gertrudis.
El caso es que Margarita venía con fiebre, dolor de oído y de garganta, había vomitado y revisarla era necesario.
Le pedí amablemente a la tía Gertrudis que nos esperara afuera con el pretexto de que éramos muchos en el consultorio. Se retiró, pero si las miradas mataran, yo estaría tocando el arpa en una nube.
Al fin, entre papá y mamá pusieron a la rebelde luchadora en la camita de exploración, y entonces sucedió:
-¡Se priva, doctor, mire que se está privando!-, gritaba la mamá llena de angustia.
Papá se puso pálido y Margarita se puso morada. Él, desesperado, tomó una carpeta y empezó a echarle aire a la niña. La tía Gertrudis se regresó e intentó zarandear a la chiquilla. No la dejamos.
Lo que le pasó a Margarita es un “espasmo del sollozo”. Es algo común entre los seis meses y los cinco años. Cinco de cada cien niños lo desarrollan, así que podemos decir que es frecuente.
¿Qué es el espasmo del sollozo?
Es un episodio que se desencadena por un coraje, un susto, un regaño, un golpe o alguna contrariedad fuerte. El niño se “priva”, tal como decía la mamá de Margarita. Deja de respirar, se pone morado y a veces hasta se desmaya por unos segundos. Si el episodio se prolonga por más de unos 15 segundos, puede acompañarse de algunas sacudidas. Es muy aparatoso y la angustia de los papás muy lógica.
No es peligroso, se resuelve solo y no deja ninguna secuela. Repito: no es peligroso, se resuelve solo y no deja secuelas.
¿Qué hacer?
Mantenerse tranquilos (sí, ya sé que se dice fácil).
Quizá en el “debut” será difícil mantener la ecuanimidad, pero después será más fácil. Además, los “espasmos del sollozo” disminuyen cuando el niño ve que sus papás están tranquilos y se incrementan cuando consiguen sembrar el pánico. Son como una especie de berrinche, pero sin respirar. De hecho el “Gran Final” de algunos buenos berrinches es el “espasmo del sollozo”.
¿Qué no hacer?
No zarandear, no sacudir, no echarle agua, no gritar, no darle golpes en la espalda ni mucho menos darle respiración de boca a boca. Lo único que se consigue con eso es lastimar al niño.
¿Cuándo consultar?
* La primera vez que ocurra. Para comentarlo con el pediatra y hacer el diagnóstico.
* Si son muy frecuentes, digamos, más de tres por semana.
* Si se presentan en ausencia de una situación desencadenante.
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