
19/07/2025
No sabía que el desorden de su ropa iba a ser lo que me hiciera dejar de amarlo.
Al principio me parecía tierno. Dejaba los zapatos donde fuera, las medias enredadas entre las sábanas, la toalla mojada encima de la cama. Yo decía que era un “hombre ocupado” y que no pasaba nada. Yo recogía todo, lavaba, organizaba. Decía que era por amor, que no me pesaba. Pero pasaron los años… y nada cambió.
Le pedía que ayudara. Que al menos lavara su plato. Que levantara el vaso con el que había tomado jugo. Me decía que sí, que tenía razón… y al día siguiente, otra vez lo mismo. Yo con trabajo, con los niños, con las cuentas. Y él en el sofá, con el celular. Me decía: “ya voy”, “ahorita lo hago”, “mejor si lo haces tú que sabes cómo”. Y yo lo hacía, porque si no lo hacía yo, nadie lo haría.
Un día llegué del trabajo, agotada, con dolor de cabeza. Entré a la casa y todo estaba como si hubieran pasado cinco días sin limpiar. La cocina sucia, ropa por todos lados, juguetes tirados. Y él, acostado viendo series. Le dije: “ayúdame, por favor”, y me respondió: “¿por qué te pones así por una loza sucia?”. Ese día no le grité, no lloré. Fui al cuarto, le hice una maleta y le dije que se fuera.
No fue una pel€a. No fue una infidelidad. No fue que él fuera un mal hombre. Fue que me cansé de ser su mamá. Me cansé de vivir con alguien que me decía que me amaba, pero no era capaz ni de levantar su propia ropa del piso. Me cansé de ser la que resuelve todo, la que organiza todo, la que se traga el cansancio para que la casa funcione.
Ahora vivo sola con mis hijos. Al menos no hay un adulto tirando todo por donde pasa. Él todavía no entiende por qué lo dejé. Y a veces me escribe, diciéndome que me extraña. Pero yo no extraño volver a ser su empleada sin salario.
Historia anónima de una seguidora