19/04/2018
Nací un jueves santo, un 18 de abril, de hace ya varios, muchos abriles. Hoy miércoles 18 no puedo recordar ese momento, el de mi llegada al mundo; tú tampoco lo recuerdas, ningún ser humano es capaz de recordar con la memoria ese momento de separación en el cual nos convertimos en otro ser, en un sujeto separado, con funciones fisiológicas autónomas, en un ser necesitado de echar a andar los pulmones, de mamar, de berrear para poder existir. Dentro de mamá era todo tan fácil, tan sin necesidad de hacer.
Cierro los ojos, los aprieto tratando de encontrar alguna huella en la memoria, ¿qué sentí cuando un señor extraño me arrancó del vientre materno, que sentí cuando me separó de mamá llevándome a una sala alejada de ella? aprieto los ojos, quiero ver ese momento, quiero ver mi rostro, ver mi gesto, y sólo siento desolación. A lo largo de la vida he sido un tanto aferrada en cuestión de amores, quizá como temiendo que apareciera nuevamente alguien que me arrancara de mi amor como lo hizo el señor de bata blanca hace tantos años.
Hoy a mis muchos años cuando me recuesto al lado de mi madre me siento ¡tan bien! Esa sensación tan placentera me hace pensar que si bien mi mente no recuerda, mis sensaciones corporales, olfativas, mi emocionalidad, sí que lo hacen.
Aprieto más los ojos, me veo o imagino, no lo sé, veo una beba en el cunero, sola, rodeada de otros neonatos desconocidos, lejos de mi madre, que terrible debió haber sido esa sensación: llegar a un mundo extraño, con sonidos extraños, sensaciones extrañas, luces extrañas, seres extraños, y yo, sola, sola, sola.
Han pasado tantos años desde mi llegada a ese mundo extraño y, aún en los hospitales se sigue el mismo procedimiento: alumbramiento, separación madre-bebé; si los neonatos pudieran, les garantizo que ya habrían puesto una petición en el website Change.org, pidiendo firmas, clamando “No nos separen de nuestras madres”.
Es usual pedir un deseo al soplar las velas del pastel, el mío sería haber mantenido a mi pequeñito entre mis brazos durante sus primeros días de arribo al mundo extraño, de esa forma ese mundo hubiese sido un mundo conocido. No me importaría que mi hijo en sus aniversarios tampoco recordara el calor de su madre durante los primero días de vida, seguro al igual que yo, en su cuerpo, en sus sensaciones los tendría presentes.
El cuerpo, el olfato, los estados de confianza o de angustia son formas de memoria más poderosas que las conservadas en la mente ya que, las primeras son tercas, se agarra, perduran; quizá es por ello que es tan difícil quitarnos el miedo al abandono.
Ilustración:Édouard Manet | Woman Lying on the Beach. Annabel Lee | About 1881 | Statens Museum for Kunst