
26/08/2025
Una casa puede parecer perfecta por fuera, mientras adentro hay una mujer olvidada, agotada, silenciosamente dolida.
Porque no hay orden que valga si el alma está rota.
Porque no tiene sentido un piso brillante si los sueños están apagados.
Porque no se puede llamar “hogar” a un lugar donde todo está limpio, menos la historia emocional de quien lo habita.
Hemos crecido creyendo que el valor de una mujer se mide por lo bien que atiende su casa, lo impecable de su sala, lo bien planchadas que están las camisas o lo organizado que está el armario. Pero, ¿y ella? ¿Dónde queda ella en esa ecuación?
Una mujer puede cocinar como una diosa mientras se traga las lágrimas.
Puede cumplir con todo lo que se espera y, al mismo tiempo, estar desconectada de sí misma, de su cuerpo, de sus ganas, de su voz.
Y eso no es vida.
Eso es sobrevivir decorando las ruinas.
No se trata de dejar la casa descuidada, sino de recordar que el verdadero orden comienza adentro.
Que el bienestar emocional de quien sostiene ese hogar es prioridad.
Que una mujer que se cuida, que se escucha, que se honra, es más valiosa que cualquier mesa sin polvo.
Porque cuando una mujer está viva por dentro, todo florece a su alrededor, incluso si hay platos sin fregar.
✍️ Elaine Féliz