18/11/2025
LDL y HDL: ¿por qué importa la diferencia?
Cuando hablamos de “colesterol bueno” y “colesterol malo”, en realidad no estamos hablando del colesterol en sí, sino de las lipoproteínas que lo transportan por la sangre.
Estas partículas son esenciales para mover grasas —que no se disuelven en agua— a través del torrente sanguíneo. Y aunque todas cumplen funciones importantes, no todas se comportan igual en nuestro organismo.
Las LDL (lipoproteínas de baja densidad) suelen llamarse “colesterol malo” porque, cuando circulan en exceso, tienden a depositar colesterol en las paredes de las arterias.
Con el tiempo, esto favorece la formación de placas que estrechan los vasos sanguíneos y aumentan el riesgo de infartos y accidentes cerebrovasculares. Su estructura es relativamente grande y rica en colesterol, lo que facilita ese efecto de acumulación.
Por otro lado, las HDL (lipoproteínas de alta densidad) reciben el nombre de “colesterol bueno” porque actúan como un sistema de limpieza: recogen el exceso de colesterol de los tejidos y lo llevan de vuelta al hígado para ser procesado o eliminado.
Son más pequeñas, más densas y contienen una proporción mayor de proteínas, conocidas como apolipoproteínas, que coordinan su transporte y reconocimiento en la sangre.
Las lipoproteínas consisten en un núcleo de moléculas de colesterol esterificado rodeado por una capa de colesterol no esterificado (naranja con tapa violeta) y fosfolípidos (naranja con tapa azul).
La estructura compleja incluye proteínas transportadoras (azul y verde) conocidas como apolipoproteínas, que ayudan al transporte en la sangre.