
25/08/2025
“Mi papá es amable con todos, menos conmigo, creo que le caigo mal”, escuché decir a un joven el otro día.
Me quedé pensando en lo duro que debe sentirse cargar con esa idea. Y lo común que es que los hijos lo piensen, aunque no lo digan.
¿Por qué nos pasa esto?
Porque muchas veces gastamos la paciencia en el trabajo, con amigos o incluso con desconocidos… y en casa dejamos salir la parte que más
lamentamos: el cansancio, la frustración, la impaciencia.
El problema no es la falta de amor.
El problema es que con los hijos bajamos la guardia. Digamos que son de confianza…
Y lo que para nosotros es “un mal rato”, para ellos puede volverse la evidencia de que no son suficientes.
Tal vez necesitamos recordarnos algo:
Nuestros hijos merecen el mismo nivel de respeto, paciencia y cuidado que damos a los demás.
¿Te ha pasado? ¿Has sentido que la versión más dura de ti se la llevan justo quienes más amas?