
03/08/2025
⭕Se llamaba Tzilacatzin.
Era uno de los guerreros otomíes más temidos de Tenochtitlán.
Fuerte. Imponente. Indomable.
Durante la invasión española, mientras muchos huían o dudaban,
él se enfrentó con bravura a los soldados de Cortés.
Pero no fue su fuerza lo que más marcó la historia.
Fue una sola palabra.
Un grito.
Cuenta la Crónica Mexicayotl que,
cuando los españoles intentaban avanzar por las calzadas,
Tzilacatzin saltó al frente sin armadura,
con el rostro descubierto y una piedra en la mano,
y gritó con furia al enemigo:
«¡Aquí no pasarán sin sangre mexica en sus manos!»
No fue solo una amenaza.
Fue una declaración que encendió el espíritu de sus hermanos.
Los inspiró a resistir.
A luchar.
A morir de pie.
Esa palabra, como flecha lanzada al cielo,
no detuvo la caída de Tenochtitlán…
pero dejó una marca de dignidad que siglos después aún arde.
—
Tu voz también tiene filo.
Tus palabras pueden destruir una relación,
o levantar un espíritu caído.
Antes de hablar, recuerda:
¿Estás lanzando veneno…
o una verdad que vale la pena volar?