15/08/2024
Él con Dios
El suicidio de Max Torres a muchos de nosotros nos cambió la forma de ver la vida. A mí me llevó a pensar en varios de los motivos que uno puede tener para quitársela. En mi propia conciencia, podía entender que él tuvo su justificación para realizar lo que hizo, pero para mí cualquier idea no era lo suficientemente relevante como para llegar a ese punto. Yo no me sentía con el derecho de opinar sobre lo que había hecho, puesto que no había llevado su vida ni sabía lo que pasaba por su mente. Podía pensar en porqué lo había hecho, pero no entender el sentimiento que lo había motivado.
Después del acontecimiento fueron necesarios varios días para esclarecer lo que había pasado hasta que la policía puso fin a la situación y decretó que efectivamente no había culpables, sino que él mismo lo había realizado bajo su “aparente” plena voluntad.
Un acto realizado bajo su plena voluntad. Qué pensamiento tan extraño.
Su plena voluntad.
¡Qué idea tan absurda!
—Para quitarte la vida debes estar completamente seguro de que esa es tu meta, o tal vez creer que es tu única salida. No es un acto de valentía ni de cobardía. Es un acto de seguridad. La seguridad de querer dejar de sufrir. La seguridad de creer que del otro lado todo es mejor —me dijo mi padre.
Entendí eso mucho tiempo después. No juzgué a Max, solo sentí su pérdida.
Para todos nosotros había sido evidente que Max se había aventado desde lo alto de la cascada. Por otro lado, Agustín, el primo de María Victoria, seguía con la historia del as*****to. Fue odioso escuchar lo retorcido de su relato. Parecía que cada que lo volvía a contar le agregaba más detalles repugnantes que solo hacía que la gente mirara a Julián con desprecio. A Agustín le agradaba ser el centro de atención.
La versión que Agustín daba acerca de la muerte de Max era que Julián lo había aventado desde lo alto. Según él, Julián lo había empujado de manera deliberada. Varios sabían que entre Agustín y Julián no había una buena relación, y a pesar de eso, de algún modo muchos creyeron lo que él decía, incluso el padre de Julián llegó a creer que eso era verdad.
¿Qué intenciones podría tener Agustín para acusar a Julián de ese modo? Aunado a ello, ¿quién podría desmentir al hijo de un militar?
Al ser foráneo, un chico "de ciudad", varias personas no cuestionaron lo que decía. Pero, ¿por qué decía algo así?
Días antes al paseo, Julieta le confió a María Victoria que consideraba que el zorro era un chico apuesto y que, además, habían cruzado miradas y un par de palabras. Se sentía atraída por él. Ella había tenido oportunidad de oírlo cantar en una presentación en la que él tuvo el atrevimiento de dedicarle una canción. Su hermano Agustín notó esa situación y no estaba dispuesto a aceptar que su hermana anduviera en amores con un pueblerino, así que estaba a disgusto con Julián. Yo creo que eso alteró la perspectiva de lo que vio y por eso lo afirmaba. De algún modo el odio por Julián le hizo ver otra realidad, realidad que muchos creyeron cierta.
Me enteré de aquello porque María Victoria me lo escribió en una carta que me hizo llegar a través de la hermana de Felipe. Desde la muerte de Max, mientras se realizaban las investigaciones acerca del suceso, a varios se nos prohibió salir de casa hasta esperar que las cosas se aclararan. Fue por eso que María Victoria y yo solo nos comunicábamos por cartas.
La muerte de Max Torres nos generaba un caos mental que carcomía nuestros pensamientos. Mis hermanos y yo llegamos a platicar muchas veces cómo se había gestado, mas no encontrábamos una respuesta clara que nos dejara completamente satisfechos.
Miguel acertadamente había notado que días atrás Max se mostraba inquieto, se mostraba con urgencia para terminar las tareas que tenía destinadas en la panadería y en la tienda de don Antonino, lugar en el que apenas había entrado a trabajar. Era curioso, porque se notaba feliz y molesto a la vez. En varias ocasiones había expresado deseos de estar cerca de su madre y que incluso en un sueño ella lo había llamado. Un día lo vieron discutir con su tío adentro de la panadería, lo que era bastante raro; su tío nunca le alzaba la voz y en esa ocasión lo hizo incluso frente a sus clientes. Un día, con mucha felicidad nos dijo que estaba planeando construir un carro más rápido que un tren con el cual pudiéramos viajar kilómetros en un par de minutos. Muchas de sus ideas eran bastante fuera de lugar.
El día de la pelea en el ring, entre Julián y él se generó un distanciamiento aún mayor debido a que Max comentó cosas muy hirientes de las cuales normalmente no hablaban. Fue muy cruel y no le importó. Julián escuchó en silencio todo lo que salía de la boca de su primo. Sabía que, de responderle como se lo merecía, probablemente ganaría una buena golpiza por parte de su padre o, peor aún, le prohibirían continuar cantando o acudir a los eventos a los que ya se había comprometido.
Definitivamente la situación nos había sacado de contexto.
Inmerso en la oscuridad de la noche, recapitulaba sobre lo que había pasado días previos. Se me hacía difícil pensar en lo que lo había llevado a tomar la decisión de quitarse la vida.
En algunas ocasiones llegué a soñar a Max cayendo, y momentos después veía su cuerpo inerte, pálido, mu**to. Otros días, despierto, me llegaba a la cabeza una imagen de su cuerpo tirado chorreado de sangre y con los huesos rotos asomándose. Eso me abrumaba y me quitaba el sueño por las noches.
El día de la muerte de mi amigo, la emoción que sentí fue abrumadora.
Muchas veces reviví en mi mente la imagen de Max cayendo y tirado en el suelo.
Sentí miedo de salir.
Me sentía inseguro al estar afuera.En ocasiones me veía a mí mismo cayendo al abismo.
Mi padre, como en muchas ocasiones, tuvo las palabras exactas para hacerme sentir mejor, y mi madre, con todo el cariño que tenía, se acercaba a nosotros para asegurarse de que estuviéramos bien. Yo, al ser el más grande de los hermanos preferí que se acercara a Ernesto y a Miguel; pensé que ellos necesitaban más ayuda. Sin embargo, cada que podía me acercaba a abrazarla y ella me apretaba con fuerza y con todo su amor. Por mi mejilla rodaban un par de lágrimas. No podía evitar sentirme así. Ella me limpiaba el rostro discretamente.
El día del funeral, el cura Amador no sabía si dejar o no entrar el cuerpo a la iglesia, pues aún no era claro si era un suicida o no. Algunas personas y una que otra monja se oponían a que la ceremonia se llevara a cabo dentro de la parroquia. Todos los amigos de Max estábamos confundidos acerca de esa postura.
—¿Por qué un suicida no tiene derecho a una misa como cualquiera? —preguntamos y todas las señoras santurronas dieron diversas respuestas. Ninguna me dejó satisfecho.
¿Estará en el cielo o el in****no?
«Merece castigo», murmuraban unos.
«Merece perdón», pensábamos sus amigos.
Max nunca fue una persona mala y solo Dios debía juzgarlo y no los hombres que no lo conocían en su intimidad.
¿Querer estar con su madre y alejarse del mundo fue un acto de amor o desamor? No supe qué responderme al respecto.
No sé si Max fue egoísta, porque no pensó en lo que podríamos sufrir al enfrentarnos a su muerte. No supe si Max fue valiente porque decidió que ya no quería seguir adelante y encontró el modo de hacerlo.
Muchas preguntas surgieron en mi mente y en las de mis hermanos y amigos. En ese momento comencé a cuestionarme si él había sido feliz o no. Lo único que recuerdo es que él se la pasaba sonriendo, hablaba mucho y nunca se callaba, era imprudente, juguetón, bromista. Había sido mi amigo, no el más querido, pero mi amigo. Era un suicida. Yo era amigo de un suicida, y eso me hacía sentir extraño.
El día del entierro de Max muchas mujeres santurronas cuchichearon acerca de su eternidad en el in****no, otras se condolían por las circunstancias de su muerte, otras comentaban acerca de lo desafortunado que era haber vivido sin madre ni padre. Chismes iban y venían por doquier. Al final se le permitió ingresar a la iglesia para llevar a cabo todo el servicio funerario. Nosotros, como homenaje a su pérdida tocamos con nuestra orquesta. Luego lo llevaron a descansar al lado de la tumba de su madre. Ya no estaba solo como algunas veces nos había dicho que se sentía.
Julián nunca se despegó del féretro. Estaba devastado.
El padre de Julián no quiso ni acercarse a ver a su muchacho. No era su hijo, pero lo trataba mejor que al suyo. No quiso entrar a la iglesia. Enojado blasfemó con todo su ser. Ese día fue la primera vez que lo vi ebrio. Fue la primera vez que vi cerrada la panadería, pero no fue la única. Desde ese día eso se volvió algo frecuente.
Max estaba con su madre.
Fue enterrado a su lado. Ya no era un huérfano.
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Promesas es una novela escrita por Hugo Vega Hernández, quien narra una historia ambientada en tiempos de la Guerra Cristera, un pasaje de la historia de México. La infancia y adolescencia de Odilón se desarrollan plácidamente en el rancho familiar. La aparición del amor marcará un antes y un ...