05/11/2025
EL ARTE DE EXISTIR.
La vida, es una travesía hecha de pérdidas:
La primera es el nacimiento mismo —la pérdida del útero, del abrigo total. Es la expulsión del paraíso sin nombre.
Luego viene la pérdida del cuerpo materno, el descubrimiento de que no somos uno con la madre, que ella desea más allá de nosotros.
Más tarde, la pérdida de la infancia, cuando la mirada del otro nos exige ser algo: un rol, una identidad.
Con los años, perdemos amigos, amores, ideales, belleza, tiempo, salud, y finalmente, todo lo que creíamos nuestro.
Cada pérdida no es sólo un hecho, sino una fractura simbólica: algo que se desgarra en el tejido del sentido.
En el psicoanálisis, se diría que cada pérdida funda un sujeto —porque solo a través de lo que nos falta podemos desear, pensar, crear.
Cómo influyen en la subjetividad
Las pérdidas son las costuras invisibles del yo.
Sin ellas no habría identidad, ni deseo, ni lenguaje.
Cada vez que perdemos, algo muere, pero también algo nace: una nueva forma de habitar el vacío.
Algunas personas hacen de la pérdida una obra de arte: sublima el dolor, transforma el duelo en palabra, en música, en gesto.
Otras se quedan atrapadas en la melancolía, repitiendo lo perdido sin poder soltarlo.
Y hay quienes simplemente siguen andando, con cicatrices invisibles que los vuelven más humanos.
Cómo nos afectan
Nos afectan en todos los planos:
En el cuerpo, como cansancio o enfermedad.
En el alma, como nostalgia, rabia o ternura.
En la mente, como búsqueda de sentido o como negación.
Pero, al mismo tiempo, las pérdidas nos abren una posibilidad:
la de aprender a vivir sin garantías, a sostener el vacío sin desesperar, a amar sabiendo que todo se va.
En el fondo, la vida no consiste en evitar perder,
sino en aprender a perder con gracia —sin cinismo, sin negación, con cierta elegancia del alma.
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