17/06/2025
—Ya no me necesitas, y está bien.
Eso fue lo último que le dijo su padre cuando se despidió con una sonrisa.
Luis se iba de casa a vivir a otra ciudad. Su nuevo trabajo, su nueva vida.
Y aunque prometió volver todos los fines de semana… los fines de semana se volvieron meses.
Y luego años.
Su papá lo llamaba. A veces para preguntarle cómo estaba. Otras, solo para oír su voz.
Pero Luis siempre estaba ocupado.
—Después le marco, pensaba.
—Estoy creciendo, trabajando… no tengo tiempo.
Un día, su papá dejó de llamar.
Luis tampoco lo notó.
Pasaron meses.
Hasta que una llamada lo despertó a medianoche:
—Tu papá está en el hospital… y no tiene mucho tiempo.
Corrió a verlo.
—¿Por qué no me dijiste que estabas enfermo? —le gritó con lágrimas.
El papá, con la voz apenas audible, le respondió:
—Porque sabía que estabas ocupado… y quería que vivieras tu vida sin culpas.
Siempre estuve orgulloso de ti.
Luis no dijo nada. Solo lloró. Y se quedó con él hasta el final.
Cuando salió del hospital, encontró una carta en el asiento del coche. Era de su padre:
“Si estás leyendo esto, es porque ya no estoy. Pero no estés triste.
Te di lo mejor de mí cuando estabas conmigo. Y aunque la vida te alejó…
yo nunca dejé de estar contigo en silencio.
Solo quería que fueras feliz. Y si algún día tienes un hijo, no lo sueltes.
El amor no se mide por la presencia… sino por el corazón.”
Luis volvió a casa.
Y desde ese día, jamás dejó de llamar a su mamá.
Ni de abrazar a su hijo cada noche.
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Moraleja:
A veces creemos que tenemos tiempo.
Y no nos damos cuenta de lo valioso que era… hasta que ya no lo tenemos.
Llama. Visita. Abraza. Porque el amor no espera. Y los que más te aman… no siempre lo dicen. Pero siempre están.