26/09/2025
Nadie sabía cómo se llamaba. En el barrio lo conocían como “El Loco del Perfume”.
Vivía entre cartones y bolsas, cerca de un contenedor de basura en una esquina de Los Ángeles. Era latino, pero nadie sabía de qué país. Algunos decían que era cubano, otros que mexicano. Hablaba poco, reía solo, y todos los días hacía lo mismo: rebuscaba entre la basura… y se rociaba con perfume.
Tenía una pequeña colección de frascos vacíos o medio llenos que encontraba entre los desperdicios. Chanel, Carolina Herrera, Avon… lo que fuera. Los alineaba como trofeos y, cada mañana, tras asearse con una botella de agua que rellenaba en una fuente pública, elegía uno.
—Hoy huele a esperanza —decía, rociándose el cuello.
Los niños lo miraban con asombro. Los adultos, con lástima… o desprecio.
—Loco, ¿pa’ qué quieres oler bien si vives entre basura? —le gritó un joven una vez.
El hombre sonrió.
—Porque lo que huele bonito… atrae cosas bonitas.
Un día, Clara, una trabajadora social, se detuvo a hablar con él.
—¿Por qué siempre perfume?
—Porque un olor bonito puede salvarte la vida.
Ella se rió, pensando que era otra de sus locuras. Pero él la miró serio.
—Cuando dormía en los albergues, si olías mal, nadie te respetaba. Si olías bien, te dejaban tranquilo. Nadie roba a quien parece tener dignidad. Y si huelo como si tuviera un hogar, quizás algún día lo tenga.
Clara se quedó sin palabras.
Poco a poco, ella comenzó a visitarlo con más frecuencia. Le llevaba café, pan, libros. Y le escuchaba. Descubrió que había sido profesor de historia en su país. Que una guerra lo expulsó. Que perdió a su familia en el camino.
—A veces, la memoria es más pesada que el hambre —le dijo una vez.
Clara organizó una campaña en redes. Contó su historia. “No es loco. Es sobreviviente.”
Un día, alguien le donó un traje. Otro, una sesión de peluquería. Una empresa le ofreció trabajo de archivo en una pequeña biblioteca.
Cuando entró el primer día, llevaba un frasco casi vacío de perfume en el bolsillo. Lo roció discretamente antes de saludar.
—Ahora sí —susurró—. Huele a comienzo.
Meses después, dio una charla en una escuela secundaria. Habló sobre historia, pero también sobre dignidad.
Un chico del fondo preguntó:
—¿Qué fue lo más difícil de la calle?
Él respondió sin dudar:
—Mirarme al espejo sin olor a nadie.