13/05/2025
La dificultad de hacer psicoterapia (y por qué seguimos eligiéndola)
La dificultad de hacer psicoterapia (y por qué seguimos eligiéndola)
Si algo puedo aportar desde mi experiencia, es esto: muchas veces al psicólogo clínico sus pensamientos le susurrarán que tal vez no sea un buen terapeuta. Que quizá debería dejarlo todo y dedicarse a otra cosa. No lo digo como una confesión trágica ni buscando consuelo. Lo digo porque creo que es hora de normalizar algo que rara vez se pone sobre la mesa: ser terapeuta es difícil y la mayoria de las veces se dice y piensa lo contrario. No difícil en un sentido heroico o poético, sino difícil en lo concreto, en lo cotidiano, en lo técnico y en lo humano. Difícil como actividad humana, limitada, plagada de ambigüedad, esfuerzo sostenido, dudas y toma de decisiones incompletas.
Desde la perspectiva del Análisis Funcional de la Conducta, ACT o DBT, sabemos que el comportamiento está profundamente influido por variables contextuales que rara vez están completamente disponibles para nosotros. Sin embargo, trabajamos con personas durante una o dos horas por semana… de las 168 horas que tiene una semana entera. Lo que vemos en sesión es apenas un fragmento de la vida de alguien. Tomamos decisiones clínicas tratanto de ordenar los datos de su vida cotidiana lo mas objetivamente posible, sabiendo que lo que tenemos son relatos inevitablemente sesgados. Intervenimos basándonos en la narrativa que esa persona hace sobre lo que vive —relato que, como todo lo dicho, es incompleto, filtrado por su historia, su dolor y su forma de dar sentido a lo que le ocurre—.
Y aunque a veces desde fuera se repita el cliché de que “ser psicólogo es fácil, sólo te sientas a escuchar chismes en un sillón cómodo”, lo que realmente encontramos son personas enfrentando conflictos profundos y decisiones complejas: pacientes aprendiendo a poner límites ante el abuso de su pareja, enfrentando traumas como un secuestro o una agresión sexual, procesando la muerte de un ser querido, cuestionando su identidad sexual en contextos familiares rígidos, o tratando de encontrar sentido a la vida después de intentos suicidas entre muchas cosas más. No son escenas de drama: son vidas reales que se sostienen con coraje, minuto a minuto, mientras nosotros tratamos de acompañar con humanidad, ética y técnica, sabiendo que no hay guiones ni finales asegurados.
Ni siquiera el contar con tratamientos basados en la evidencia resuelve la incomodidad: muchas veces vemos que lo que ocurre en sesión no se parece en nada a lo que muestran los manuales. Las personas no vienen con gráficos de análisis funcional bien definidos, ni se comportan como lo haría una gráfica de resultados en un ensayo clínico controlado. Vienen con historias. Con síntomas desorganizados, contextos caóticos, relaciones rotas y redes de apoyo mínimas. Y vienen una o dos horas por semana. El resto del tiempo, sus contingencias siguen activas, sus reglas siguen funcionando, y sus contextos siguen modelando las mismas conductas que los traen a consulta.
En esa tensión, la duda aparece. Dudar de nuestras intervenciones, de si estamos haciendo lo mejor posible, es inevitable. Pero no es debilidad. Es sensibilidad. Es una forma de estar despiertos y atentos. En ACT podríamos decir que esa duda forma parte del contenido mental al que no necesitamos fusionarnos, pero tampoco negar. Puede ser señal de que estamos comprometidos, que estamos valorando el impacto de nuestro trabajo.
Porque la psicoterapia no es solo ciencia. Es una disciplina situada, contextualmente, que requiere tomar decisiones clínicas con lo que tenemos, en las condiciones que hay, con las personas reales que tenemos enfrente. Y eso implica desaciertos. Pero implica también logros a veces imperceptibles a veces mayores, avances sutiles, decisiones valientes del consultante, cambios que nacen de un trabajo compartido en condiciones profundamente imperfectas. Hacer psicoterapia no es replicar un protocolo. Es hacer ciencia artesanalmente. Es leer contexto, formular hipótesis, intervenir sabiendo que muchas veces nos vamos a equivocar. Y aún así, lo hacemos. Porque creemos que es valioso. Porque sabemos que a veces, en medio de esa complejidad, ocurre algo poderoso: alguien cambia. No de forma mágica ni inmediata, pero cambia. Encuentra mayor libertad. Una nueva forma de relacionarse con su historia y su dolor. Una elección distinta. Una conducta que no se había emitido antes.
Y eso —esa posibilidad de que alguien, en medio de todo, elija una respuesta diferente, más flexible, más libre— es lo que sigue dándole sentido a esta profesión. Aunque sea difícil. Aunque la duda no desaparezca.