03/06/2025
Existen pocas verdades absolutas en esta vida, pero una de ellas es el amor incondicional de una madre. No importa cuántos años pasen, cuántas veces caigamos o qué tan lejos nos lleven nuestros sueños, el corazón de una madre siempre nos acompaña, latiendo con nuestras alegrías y sufriendo en silencio con nuestras p***s.
Una madre no solo nos da la vida; también entrega su esencia en cada gesto, en cada palabra de ánimo, en cada noche sin dormir pensando en nuestro porvenir. Desde el instante en que llegamos al mundo, comienza a cultivar en nosotros valores, coraje, esperanza y una fe profunda. No lo hace esperando algo a cambio, sino porque su amor es tan inmenso que necesita ser compartido, sin límites, sin condiciones.
Cuando alcanzamos metas importantes —graduarnos, conseguir un empleo, formar una familia o simplemente encontrar nuestro camino—, una madre lo celebra con una emoción que solo ella comprende. No porque el logro le pertenezca, sino porque ha visto de cerca cada esfuerzo, cada tropiezo, el cansancio y los temores superados. Su alegría no nace del orgullo personal, sino de saber que estamos bien, que seguimos adelante, que estamos construyendo una vida con propósito.
También es necesario reconocer algo: detrás de cada palabra alentadora y cada beso en la frente, hay una historia de sacrificios silenciosos. Muchas veces ha dejado de lado sus propias necesidades para priorizar las nuestras, ha simulado fortaleza cuando por dentro se quebraba, ha sonreído para darnos ánimo cuando todo lo que anhelaba era un respiro. Y aun así, lo hace con amor, porque sabe que su entrega está forjando a alguien capaz de alcanzar grandes alturas.
Por eso, jamás subestimemos la fuerza de su deseo por vernos triunfar. Nadie en el mundo anhela tanto nuestro bienestar como ella. Nadie nos sostendrá con tanta fe cuando incluso nosotros dudemos de nosotros mismos. Y cuando la soledad o la incertidumbre nos invadan, bastará con recordar su voz, su abrazo o su mirada para volver a encontrar el rumbo.
Agradecer a una madre no se limita a un día en el calendario. Es una actitud constante, una forma de vivir con respeto, dignidad y amor. Porque al final, cada paso firme que damos, cada sueño alcanzado, también es un tributo a ella… a su amor sin fin, a su paciencia inagotable y a su fe eterna en lo que somos capaces de lograr.