22/10/2025
Imagina que estás sentado en un avión para un vuelo nocturno.
Tienes toda la fila para ti y piensas: “¡Perfecto! Puedo estirarme y dormir un poco.”
Pero justo antes de que cierren la puerta de la cabina, ves subir a una pareja joven con un bebé que llora sin parar.
Y piensas: “Pobre la gente que tenga que sentarse junto a ellos toda la noche.”
Un segundo después, la pareja empieza a caminar hacia ti.
Sí, adivinaste: van a sentarse a tu lado.
Haces espacio, acomodas tus cosas con una sonrisa forzada, pero por dentro solo puedes pensar: “¡Noooo!”
La pareja te agradece por dejarles pasar, mientras el bebé sigue gritando.
Intentan todo: le ofrecen la teta —llora más fuerte—, le dan su juguete favorito —ni se inmuta—, lo mecen, le cantan… nada funciona.
Y tú, ahí sentado, te das cuenta de que tienes varias opciones:
1. Pasar las próximas ocho horas mirándolos mal,
dejando claro con tu cara que ese comportamiento es totalmente inaceptable en un avión.
2. Intentar “arreglar” la situación: jugar con el bebé, prestarle tu teléfono, hacer cualquier cosa para que se calle.
3. O bien, puedes elegir hacer algo diferente:
quedarte ahí, presente, sin luchar con lo que está pasando.
Escuchas los sonidos del bebé tal como son: agudos, insistentes, un poco incómodos.
Sientes la molestia en tu cuerpo —quizás el ceño se frunce, los hombros se tensan—, y simplemente lo notas.
No necesitas “gustar” de eso, ni pretender que te parece bien.
Solo aceptas que está ocurriendo.
Respiras.
Te das cuenta de que, aunque el bebé llore, sigues teniendo elección:
puedes cerrar los ojos, escuchar música, leer, descansar un poco, mirar por la ventana.
No niegas el ruido, pero tampoco dejas que el ruido decida cómo será tu viaje.
Esa es la esencia de la aceptación consciente:
dejar de pelear con lo que no puedes controlar,
para enfocarte en lo que sí puedes elegir —tu actitud, tu atención, tus acciones—.
Y, con el tiempo, notas algo curioso:
el llanto ya no ocupa todo el espacio.
Tal vez sigue ahí, pero tú te expandes alrededor de él.
Tu calma deja de depender del silencio.
❤️Esta metáfora nos recuerda que, a veces, nuestras emociones son como ese bebé: hacen ruido, no nos dejan “descansar”, y no podemos controlarlas del todo.
Pero sí podemos elegir cómo queremos viajar mientras están ahí.