01/11/2025
Los niños ríen, los altares se encienden, las calles se visten de flores. El Día de Mu***os en México convoca a multitudes, atrae miradas del mundo y despierta un orgullo profundo. Pero entre tanta luz y color, a veces se olvida el pulso sagrado que late debajo: el sentido ritual y ceremonial de una celebración que nació para honrar el misterio, no para distraernos de él.
La fiesta, en su esencia, es júbilo y encuentro. Es la alegría de recibir a quienes creemos que se han ido, el gesto amoroso de ponerles comida, agua y flor. Es el alma del pueblo celebrando su continuidad más allá del tiempo.
Pero también —como bien recuerda Andrés Yáñez— esta fecha nos convoca a mirar hacia dentro. A vivirla como un rito íntimo, personal, donde cada quien dialoga con sus mu***os, sus miedos y su propia sombra.
El 31 de octubre no nació como una fiesta del miedo, sino como una liturgia del umbral. En las antiguas tierras celtas, el Samhain marcaba el fin del ciclo solar: el momento en que el velo entre los mundos se volvía delgado y los vivos podían hablar con los que habían partido. La Iglesia, de manera simbólica, transformó esa vigilia en la Víspera de Todos los Santos, transmitiendo el mensaje que lo sagrado no muere: solo cambia de forma.
En su sentido más hondo, esta temporada representa el tránsito entre la vida y la muerte, entre lo humano y lo divino, entre lo consciente y lo inconsciente. Es el instante en que las máscaras caen… o se revelan.
Porque el disfraz —ese gesto que hoy parece un juego— fue en su origen un acto de reverencia. Encarnar lo monstruoso era reconocer la sombra, darle rostro a lo que tememos. Como enseñó Jung, no hay luz sin aceptar la oscuridad; y como advirtió Freud, lo reprimido siempre regresa, exigiendo ser mirado. Lacan lo llamaría “el retorno de lo Real”: aquello que no puede nombrarse, pero existe.
El problema no es Halloween, sino su vaciamiento. No la fiesta, sino su pérdida de sentido. Allí donde antes se rendía homenaje al misterio, hoy se banaliza la muerte y se disfraza el ego para no mirar el abismo que lo sostiene.
Y sin embargo, bajo la capa del ruido comercial, el símbolo sigue vivo. Vibra. Persiste.
La verdadera noche del 31 es una vigilia interior. Un silencio encendido donde el alma se encuentra con sus mu***os y sus fantasmas, no para temerles, sino para comprenderlos. Y los días 1 y 2 nos invitan a dar a cada partida un lugar especial. Todo la temporada tiene su propia narrativa interna.
Quien se atreve a esa mirada atraviesa el umbral y descubre que la muerte no es enemiga, sino guardiana del misterio.
Porque solo quien se reconcilia con ella —con su sombra y su finitud— puede realmente vivir.