11/05/2024
En un tranquilo vecindario residencial, entre calles arboladas y casas de colores pastel, se encuentra la Escuela Preparatoria Héroes. Aquí es donde Juan, un adolescente de dieciséis años, lucha en silencio con el peso desgarrador del sentimiento de inadecuación.
Juan siempre ha sido un estudiante dedicado y trabajador, pero últimamente, sus notas han comenzado a sufrir.
A pesar de sus esfuerzos incansables por sobresalir en todas sus materias, cada examen devolvía resultados que nunca parecían estar a la altura de sus expectativas.
Cada calificación baja era un golpe mortal a su frágil autoestima, una confirmación más de su creencia arraigada de que nunca llegaría a ser lo suficientemente bueno para algo.
En el aula, sus compañeros lo veían como el chico callado que siempre estaba en su mundo, concentrado en sus libros y cuadernos.
Para ellos, Juan era simplemente otro estudiante más, sin destacar especialmente en nada. No sobresalía en nada y nadie esperaba algo de él.
Pero para Juan, las miradas de sus compañeros pesaban como una losa sobre sus hombros. Le importaba lo que pensaban de él, aunque tratara de ocultarlo detrás de una máscara de indiferencia.
Una tarde lluviosa, después de recibir otro examen lleno de marcas rojas y comentarios críticos, Juan se encontró sentado solo en su habitación, sintiéndose más inadecuado que nunca. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras contemplaba su reflejo en el espejo. Se preguntaba si alguna vez sería capaz de cumplir con las expectativas, tanto las suyas como las de los demás.
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Fue entonces cuando decidió que ya no podía seguir luchando en solitario. Aunque le costó admitirlo, comprendió que necesitaba ayuda. Su tristeza y desesperación lo llevaron a una oscura encrucijada, pero también lo empujaron hacia una decisión valiente: buscar apoyo y orientación para superar su sentimiento de inadecuación.
Con el apoyo de sus padres y la guía de un consejero escolar comprensivo, Juan comenzó a enfrentar sus miedos y dudas con valentía. Aprendió a desafiar sus pensamientos negativos y a reemplazarlos con afirmaciones positivas sobre su valía y potencial.
Descubrió que la verdadera medida de su valía no residía en las calificaciones de un examen, sino en el valor intrínseco de su ser como persona única y preciosa a los ojos de Dios.
A medida que Juan comenzó a trabajar en su autoestima y a cultivar una perspectiva más compasiva hacia sí mismo, gradualmente comenzó a ver cambios positivos en todas las áreas de su vida. Sus notas mejoraron, pero más importante aún, su sentido de autoestima y confianza se fortaleció.
Ya no se veía a sí mismo como un estudiante inadecuado, sino como alguien capaz de enfrentar desafíos con coraje y determinación.
Al reflexionar sobre su experiencia, Juan llegó a comprender que el sentimiento de inadecuación es una lucha común que muchas personas enfrentan en algún momento de sus vidas. Sin embargo, también descubrió que no estaba solo en su batalla y que siempre había esperanza de encontrar sanación y renovación, incluso en los momentos más oscuros.
En última instancia, Juan aprendió que la verdadera fuerza no reside en la ausencia de debilidad, sino en la capacidad de reconocer nuestras vulnerabilidades y buscar ayuda cuando la necesitamos.
En la fe, encontró un faro de esperanza que lo guió a través de las tormentas de la duda y la incertidumbre, recordándole que siempre hay amor y gracia disponibles para aquellos que buscan refugio en Dios.