02/05/2025
Cuando no tienes otra opción… te conviertes en tu propio cirujano.”
29 de abril de 1961.
Antártida.
La soledad más extrema del planeta.
El Dr. Leonid Rogozov, médico de la expedición soviética en la estación Novolazarevskaya, empieza a sentirse mal:
• Debilidad.
• Náuseas.
• Fiebre.
• Dolor abdominal.
Intenta todo lo que está en sus manos.
Nada funciona.
La sospecha es clara: apendicitis aguda.
Y lo peor: está evolucionando hacia peritonitis.
¿La evacuación? Imposible.
¿Ayuda externa? A 1.600 kilómetros, en medio de ventiscas mortales.
¿Opciones? Una sola:
Operarse a sí mismo.
La noche del 30 de abril, a las 22:00 horas, comienza la cirugía.
En una posición semirreclinada.
Con un espejo para ver su propio abdomen.
Con anestesia local.
Con sus manos temblorosas.
Con pausas obligadas para no desmayarse.
Abre su abdomen.
Localiza su apéndice.
Descubre la perforación.
Extrae lo necesario.
Sutura.
Casi dos horas después, alrededor de la medianoche… la operación está completa.
Cinco días después, la fiebre cede.
Siete días más tarde, retira sus propios puntos.
Dos semanas después, vuelve a sus funciones.
No fue un milagro.
No fue suerte.
Fue determinación.
Fue el poder del conocimiento.
Fue la voluntad de vivir.
Hoy, su historia nos recuerda que la medicina no siempre tiene condiciones ideales.
Que a veces, en los escenarios más extremos, el conocimiento, el coraje y la preparación son todo lo que separa la vida de la muerte.
Y que nunca debemos subestimar la capacidad humana para luchar… hasta el último latido.