05/10/2018
HISTORIA DE UN CIRCO Y UN DENTISTA
No era un consultorio normal. Operaba bajo una carpa, en una pequeña oficina desde la que uno podía escuchar elefantes, música de banda y aplausos de la audiencia. Era una clínica dental con fachada de circo ambulante. Este dentista estaba dispuesto a todo.
El circo servía para dos cosas. La primera, atraer a la gente y convencerla ahí de hacerse un chequeo dental. Y la segunda, encubrir los gritos o quejidos de sus pacientes con el ruido de los espectáculos en la pista.
La idea fue de Edgar Randolph Parker, conocido como “Painless” (sin dolor) Parker. Cuando se graduó como dentista en 1892, pronto entendió que no iba a tener muchos clientes si se sentaba a esperarlos. En ese entonces no había mucha conciencia sobre salud bucal, y se sabía que era doloroso: los métodos eran rudimentarios.
Así que cambió su estrategia. Salió a la calle a buscar pacientes. A quien pasaba por ahí le hacía esta curiosa oferta: 50 centavos por la extracción de un diente, pero si sentía dolor, entonces él les pagaría 5 dólares.
El secreto de Parker era usar una fuerte anestesia: sus clientes no sufrían y quedaban satisfechos. Eventualmente eso le dio el sobrenombre de “Painless” (sin dolor).
Luego dobló la apuesta. En las calles de Nueva York se hacía acompañar de una banda para publicitar sus servicios, siempre con la promesa de que no habría dolor. Incluso contrató un carruaje de caballos, adaptado con una tabla sobre la cual atendía pacientes enfrente de todos. La banda de música siempre tocaba, por si alguno se quejaba de dolor (la anestesia no siempre funcionaba).
Fue tanto el éxito que tuvo que abrir más oficinas. Después, en 1913, compra el circo ambulante y hace un espectáculo de sus servicios. Parker recibió muchas críticas porque sus métodos no eran muy éticos, y aunque muchos lo tacharon de charlatán, al menos puso en el mapa el tema de la salud bucal.
Eso sí, tener un consultorio en un circo como que no suena muy higiénico. Eran otros tiempos.