03/09/2025
En mi experiencia clínica y académica, he confirmado muchas veces la verdad contenida en la frase: “Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. Esta idea, planteada por Viktor Frankl, no solo tiene un profundo sustento existencial, sino también un correlato en lo que vemos cada día en las personas que atraviesan procesos de crisis, duelo o trauma.
Cuando un paciente logra conectar con un sentido de vida —ese “porqué” que da dirección a su existencia—, su capacidad de resiliencia se expande. El dolor, las pérdidas y las adversidades no desaparecen, pero se vuelven más tolerables porque se inscriben en una narrativa con propósito. Por el contrario, cuando la persona carece de este horizonte de sentido, incluso los obstáculos pequeños pueden sentirse como montañas imposibles de escalar.
Desde la psicología del trauma y la neurociencia, sabemos que el cerebro necesita dotar de significado a la experiencia para integrarla. El sentido funciona como un ancla emocional y cognitiva que organiza la vivencia, reduce la sensación de caos y abre posibilidades de acción.
En la práctica, acompañar a alguien a descubrir o redescubrir su “porqué” —ya sea el amor por sus hijos, un proyecto personal, la fe, la vocación de servicio o el compromiso con la vida misma— es una de las intervenciones más poderosas. Porque cuando el ser humano sabe para qué vive, encuentra dentro de sí recursos insospechados para enfrentar cualquier cómo.
El “cómo” puede ser difícil, pero con un “para qué” claro, el camino se vuelve posible. 🌱💪