06/05/2025
Freud: el soplo oscuro de la palabra (a 169 años de su nacimiento)
En el principio no fue el verbo, sino el murmullo.
Una sombra que hablaba detrás de los ojos cerrados,
una grieta en el lenguaje, un temblor en la voz que se repite.
Allí nació él, no entre sábanas vienesas ni entre bisturíes,
sino en ese silencio que nadie quiere oír: el del alma herida.
A 169 años de su nacimiento, Sigmund Freud no es solo un nombre, es un acontecimiento.
Un temblor en la historia del pensamiento.
Un eco que sigue resonando en las cavidades, en los pliegues de la cultura,
en el balbuceo del niño, en el chiste vulgar, en el sueño que arde bajo la almohada.
El psicoanálisis más que una invención, es también un acto de rebeldía contra la transparencia.
En una época que empezaba a adorar a la ciencia como nuevo dios,
Freud hizo una apología de la ceguera,
se atrevió a escribir con tinta invisible lo que nadie quería leer:
que somos deseo,
que somos resto,
que la razón no alcanza,
que la infancia nos posee más de lo que la poseemos.
México, con su alma barroca, su duelo ritual, su máscara festiva y sangrante,
no tardó en escuchar ese eco vienés.
Aquí, donde los mu***os hablan,
el inconsciente encontró tierra fértil.
Freud llegó a México no en barco,
sino a través del teatro, la poesía, los exiliados, los sueños no dichos.
Fue leído por Novo, rozado por Paz,
soñado por los que vieron en el síntoma no un error, sino una forma de arte trágico:
Las palabras que se tragan aquí, los silencios heredados,
los cuerpos rotos por historias que no se contaron.
Y en esa revelación, a veces, hay una forma de renacimiento.
Porque el síntoma, ese poema encriptado del alma,
no pide ser destruido, sino descifrado.
Hoy, cuando los algoritmos prometen conocernos mejor que nosotros mismos,
sigue siendo una resistencia.
Una insistencia.
Una rebelión contra la lógica de la prisa, la pastilla y la positividad obligatoria.
Él nos recuerda que hay algo que no se rinde, que no se ajusta,
que sigue deseando bajo el umbral del sentido.
Freud sigue siendo un soplo oscuro en la nuca del pensamiento,
una voz que susurra detrás del espejo;
no es una figura congelada en bronce,
sino una incomodidad viva.
Una teoría que sangra.
Una apuesta ética por lo que no encaja.
Eso, precisamente eso, es lo que aún nos piensa.