16/12/2024
Durísimo artículo publicado en una de las revistas médicas más respetadas del gremio internacional, The Lancet Regional Health – Americas. Leerlo me dejó con una mezcla de indignación y resignación porque no hace más que poner en números lo que ya sabemos y vivimos día a día: el sistema de salud en México está roto, y no de forma reciente, sino como resultado de años de abandono y malas decisiones.
El artículo expone algo que parece evidente pero que seguimos ignorando: la falta de médicos y su pésima distribución en el país. No es solo que tengamos pocos médicos –2.5 por cada 1,000 habitantes, muy por debajo del promedio de países con sistemas funcionales como Canadá o Japón–, sino que además, los que tenemos están mal distribuidos. Mientras en las grandes ciudades las clínicas están saturadas, en las zonas rurales la realidad es devastadora: comunidades enteras sin acceso a atención básica, porque simplemente no hay nadie ahí para atenderlas.
Y no es porque los médicos no quieran ayudar. Las condiciones en estas áreas son desalentadoras: salarios bajos, falta de equipo, aislamiento, cero incentivos reales. ¿Quién podría establecerse en un lugar donde las condiciones laborales te desgastan más rápido de lo que puedes recuperar? Si a eso le sumamos que solo 15 de las 165 escuelas de medicina están acreditadas, el panorama se vuelve aún más sombrío. ¿Cómo esperamos que un sistema de salud funcione cuando la formación médica no está garantizada para todos?
Lo que más rabia me da es que, en lugar de atacar el problema desde su raíz, seguimos apostando por soluciones superficiales. La contratación de médicos cubanos, que costó millones de dólares, es solo un ejemplo. ¿Realmente solucionó algo? No, y además desató críticas por la falta de transparencia y la desigualdad en el trato a los propios médicos mexicanos. Estas decisiones, aunque políticamente rentables, no cambian nada en el día a día de los pacientes ni de los profesionales de la salud.
Lo sabemos, la solución no es solo "tener más médicos". Es crear un sistema que funcione para ellos y para los pacientes. Incentivos reales para trabajar en zonas rurales, infraestructura adecuada, formación médica de calidad, acceso a tecnología como la telemedicina... Esto no es ciencia ficción, es lo que ya funciona en otros países.
Leer esto, como médico, me deja con un profundo sentimiento de decepción. No solo porque las soluciones están ahí y no se implementan, sino porque detrás de cada número, de cada cifra, hay vidas humanas. Hay pacientes que mueren sin atención, médicos que renuncian por desgaste, comunidades enteras olvidadas.
El problema no es nuevo. Lo sabemos. La pregunta es: ¿cuándo vamos a dejar de pretender que estos parches son suficientes y empezar a construir un sistema que no solo intente sobrevivir, sino que realmente funcione para todos?