
22/08/2025
Datos Curiosos
Es 1918 y en Suecia aún se practicaba un rito que hoy parece salido de un mundo extraño: pasar a un niño enfermo por un agujero en un árbol para curarlo. No era un juego ni una superstición aislada, sino una tradición cargada de solemnidad que sobrevivió hasta bien entrado el siglo XX y que incluso viajó a España y a Norteamérica.
No servía cualquier árbol. Se buscaban ejemplares jóvenes y “elegidos”, aquellos cuya vitalidad se creía capaz de absorber el mal y devolver al niño sano. El pequeño era entregado al tronco como si este tuviera un alma propia, y al atravesar la madera se decía que el espíritu del niño se unía a la fuerza del árbol.
La ceremonia exigía la presencia de un padrino o madrina, encargados de ofrecer al niño al árbol. Con voz grave, recitaban palabras que parecían conjuros, invocaciones a algo invisible. El acto tenía la solemnidad de un bautismo pagano: no se trataba solo de sanar, sino de sellar un vínculo con la naturaleza.
En Galicia todavía quedan recuerdos de ese rito. Ecos transmitidos por abuelos que hablan de niños que fueron “pasados por el árbol” para librarse de males misteriosos. Hoy nos resulta inquietante, incluso incomprensible, pero en aquel entonces era un recurso último, un pacto con fuerzas que se creían reales.
La ciencia ha borrado esos rituales, pero las raíces de la tradición permanecen. Y en ellas late un recordatorio: durante siglos, cuando la medicina no bastaba, los hombres confiaron su fragilidad a la tierra y a los árboles.