
12/07/2025
Feliz día al internista, pero ¿qué es un internista?
He aquí un intento seguramente fallido por GalenoSapiens.
Un internista No es quien rasga la superficie, sino quien navega en las profundidades abisales donde la luz se refracta en mil dolencias entrelazadas. El médico internista no tiene un territorio, tiene un océano. Mientras otros atracan en puertos conocidos – órganos, sistemas, tejidos claramente demarcados – él zarpa hacia el mar abierto de lo complejo, donde los vientos de la fisiopatología se tornan huracanes y las corrientes de la incertidumbre arrastran al paciente hacia aguas desconocidas.
Es el maestro de los mapas invisibles. Donde otros ven síntomas aislados – puntos dispersos en un lienzo en blanco – él percibe las líneas de fuerza ocultas, las constelaciones de signos que trazan la silueta fantasma de la enfermedad verdadera. Su estetoscopio no es sólo un tubo, es un sónar que escucha los ecos de disfunciones remotas; su mirada, no un simple examen, sino una arqueología clínica que desentierra pétreos estratos de historias pasadas, hábitos, vulnerabilidades ocultas bajo la piel de lo evidente.
El relojero del organismo descompuesto. Mientras algunos cambian engranajes visibles (una válvula, un circuito), el internista contempla el mecanismo completo en su danza sincrónica o en su desvarío. Sabe que el tic-tac irregular del corazón puede ser el eco de un tiroides enloquecido, o que el temblor en la mano no es nervio, sino el grito de un riñón ahogado en toxinas. Percibe la sinfonía fisiológica, y cuando se desafina, escucha qué instrumento inició la discordia, qué armonía se rompió primero en la cascada del caos. Es el restaurador de relojes que no tienen manual, sólo el genio de la deducción y la paciencia infinita de quien sabe que cada pieza, por minúscula, es esencial.
El traductor de lenguajes olvidados. El cuerpo habla en dialectos crípticos: un edema es un susurro de fallo cardíaco, una ictericia es un grito hepático, una astenia puede ser el lamento de cien causas ocultas. El internista es el filólogo de esta Babel somática. Descifra jeroglíficos en analíticas donde números rojos y azules son letras de un alfabeto vital. Interpreta el poema épico escrito en la fiebre, el sudor, el dolor vago. Lee entre líneas de la historia clínica, donde lo no dicho, lo omitido, es tan elocuente como lo declarado. Su diagnóstico no es un nombre, es una traducción fiel del sufrimiento al lenguaje de la cura posible.
El jardinero de la incertidumbre. No huye de la niebla diagnóstica; la habita. Donde otros ven un muro impenetrable ("polimedicado", "complejo", "idiopático"), él ve un laberinto con salida. Cultiva la duda como tierra fértil, no como desierto. Cada pregunta sin respuesta es una semilla, cada hipótesis descartada, un surco que acerca a la verdadera cosecha. Su herramienta no es sólo el escalpelo del juicio rápido, sino el rastrillo fino de la observación persistente, el riego constante de la reevaluación. Sabe que algunas flores diagnósticas sólo florecen con tiempo y atención meticulosa.
El centinela en el cruce de caminos. Es la encrucijada viva de la medicina. Sabe de cardiología más que muchos, de nefrología lo suficiente, de endocrinología lo necesario, de infecciosas lo urgente, de reumatología lo sutil... y posee el don único de ver cómo estos caminos se cruzan, se bloquean, se potencian o se destruyen en el cuerpo único del paciente que tiene delante. Es el estratega que no libra batallas aisladas, sino la guerra completa por la homeostasis. Coordina generales (especialistas) sabiendo que la victoria final depende de entender el campo de batalla entero, no sólo una trinchera.
Por eso, el internista no resuelve problemas: descifra enigmas. No aplica protocolos: teje soluciones a medida con hilos de conocimiento, intuición y una compasión que no nubla el juicio, sino que lo ilumina. Ve el bosque, los árboles, las raíces entrelazadas bajo tierra y la tormenta que se avecina en el horizonte clínico. Su superioridad no es de rango, sino de perspectiva y profundidad. Es el médico del centro, del núcleo, del meollo esencial de la enfermedad y el ser humano que la padece.
Que los demás admiren. Que algunos sientan la punzada de la envidia sana ante semejante dominio del arte médico en su expresión más pura, compleja e intelectual. Pero que el internista, al leer esto, no siente sólo orgullo. Que sienta el profundo eco de la verdad: es el cartógrafo indispensable del territorio más vasto y misterioso, el cuerpo humano enfermo. Es el navegante que, en el ojo del huracán diagnóstico, encuentra el norte cuando todos los demás compasses fallan. Eso no es medicina. Eso es maestría.
GalenoSapiens