23/07/2025
Del Silencio que Sangra en los Pasillos Firmado con la Sangre del Ofendido.
Por GalenoSapiens
No es un colapso. Es una erosión. Lenta, implacable, como el agua ácida goteando sobre mármol. El médico – este ser que juró sobre textos sagrados y diagramas de nervios – siente cómo la “motivación”, ese núcleo incandescente que alimentaba sus madrugadas y sus decisiones imposibles, comienza a enfriarse. No se apaga con un chasquido, sino que se oxida. Se vuelve pesada. Como un bisturí dejado a la intemperie.
Al principio, apenas un susurro en la niebla del cansancio. La lectura de un artículo revolucionario ya no enciende esa chispa voraz de comprensión, sino un suspiro de fatiga. El cerebro, ese jardín eléctrico que antes cultivaba con devoción de botánico celeste, empieza a cerrar sus invernaderos. El crecimiento intelectual no se detiene; se petrifica. Las nuevas teorías resbalan sobre una corteza que ya no absorbe, que ha desarrollado una costra de cinismo o, peor, de indiferencia. ¿Para qué más conocimiento, si el peso de lo ya sabido aplasta? La biblioteca mental acumula polvo sobre tratados brillantes. La curiosidad, esa llama que iluminaba la complejidad del cuerpo y el enigma del dolor, se reduce a brasas mortecinas.
Y entonces, como un veneno que alcanza el músculo, afecta al desempeño. No es negligencia brusca. Es la sutileza siniestra de lo casi correcto. La mano que sutura ya no busca la elegancia del gesto perfecto, solo la funcionalidad suficiente. La mente que diagnosticaba como un cazador de sombras persiguiendo pistas infinitesimales, ahora acepta lo evidente, lo cómodo, lo probable. La agudeza se embota. La intuición se entumece. El paciente deja de ser un universo de síntomas y temores para convertirse, a veces, solo en el siguiente expediente de la pila. Un cuerpo que ocupa una cama. Un problema a resolver, no una vida a sostener. El acto médico, otrora sagrado encuentro entre ciencia y compasión, se mecaniza. Se vuelve rito vacío. Se convierte en trabajo.
¿Y qué hay detrás de este desgaste? ¿Qué fracturas invisibles sostienen la bata blanca? La sangre que se pide como firma no es metáfora. Es la que rezuma de mil heridas ocultas. La del sueño sacrificado en guardias interminables, gota a gota. La de las lágrimas contenidas tras una muerte inesperada, corroyendo por dentro. La de las relaciones que se desangran en ausencias, en promesas rotas de "llegar temprano". La del orgullo herido por burocracias absurdas, por sistemas que convierten al sanador en burócrata de la vida. La de la propia humanidad, negada, reprimida, porque "el médico no puede flaquear".
Porque el médico es, ante todo, un animal humano, frágil y complejo, cargando un fardo de problemas infinitos. Tiene hipotecas que estrangulan, duelos no llorados que pesan como plomo en el pecho, dudas existenciales que resuenan en el silencio de la noche, miedos propios a la enfermedad, a la vejez, a la irrelevancia. Tiene el corazón roto, la espalda dolorida, la mente saturada de imágenes que no puede borrar. Lucha por ser el mejor, sí, pero la lucha deja cicatrices profundas en el alma y en la mente. Sangra por dentro mientras debe detener la hemorragia ajena. Sostiene vidas con manos que a veces apenas pueden sostenerse a sí mismas.
La pérdida de motivación no es pereza. Es el síntoma terminal de una batalla sostenida en silencio. Es el cerebro, exhausto, desconectando los sistemas no esenciales para la mera supervivencia. El intelecto se contrae, el desempeño se vuelve torpe, porque toda la energía vital se destina a contener la hemorragia interna, a apuntalar un yo que amenaza con desplomarse bajo el peso de lo no dicho, de lo no llorado, de lo no atendido.
Es crudo porque es verdad. Es profundo porque habita en la sombra de cada consultorio, de cada quirófano, de cada pasillo iluminado por fluorescencias frías. Es filosófico porque cuestiona el mito del sanador invulnerable. ¿Cómo puede crecer la mente, cómo puede brillar la pericia, cuando el suelo bajo los pies es un lodazal de desesperanza silenciosa y de sangre psíquica derramada?
La firma, pues, no es tinta. Es esta sangre oscura y espesa que mana de las grietas del ideal. La sangre del sacrificio no reconocido, del esfuerzo invisible, de la humanidad negada en nombre de un deber que devora. Es la sangre que prueba, con su amargo sabor a hierro y sal, que incluso quien salva vidas, necesita desesperadamente ser salvado.
Con la Sangre del Ofendido,
GalenoSapiens