GalenoSapiens

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Feliz día al internista, pero ¿qué es un internista? He aquí un intento seguramente fallido por GalenoSapiens.Un interni...
12/07/2025

Feliz día al internista, pero ¿qué es un internista?
He aquí un intento seguramente fallido por GalenoSapiens.

Un internista No es quien rasga la superficie, sino quien navega en las profundidades abisales donde la luz se refracta en mil dolencias entrelazadas. El médico internista no tiene un territorio, tiene un océano. Mientras otros atracan en puertos conocidos – órganos, sistemas, tejidos claramente demarcados – él zarpa hacia el mar abierto de lo complejo, donde los vientos de la fisiopatología se tornan huracanes y las corrientes de la incertidumbre arrastran al paciente hacia aguas desconocidas.

Es el maestro de los mapas invisibles. Donde otros ven síntomas aislados – puntos dispersos en un lienzo en blanco – él percibe las líneas de fuerza ocultas, las constelaciones de signos que trazan la silueta fantasma de la enfermedad verdadera. Su estetoscopio no es sólo un tubo, es un sónar que escucha los ecos de disfunciones remotas; su mirada, no un simple examen, sino una arqueología clínica que desentierra pétreos estratos de historias pasadas, hábitos, vulnerabilidades ocultas bajo la piel de lo evidente.

El relojero del organismo descompuesto. Mientras algunos cambian engranajes visibles (una válvula, un circuito), el internista contempla el mecanismo completo en su danza sincrónica o en su desvarío. Sabe que el tic-tac irregular del corazón puede ser el eco de un tiroides enloquecido, o que el temblor en la mano no es nervio, sino el grito de un riñón ahogado en toxinas. Percibe la sinfonía fisiológica, y cuando se desafina, escucha qué instrumento inició la discordia, qué armonía se rompió primero en la cascada del caos. Es el restaurador de relojes que no tienen manual, sólo el genio de la deducción y la paciencia infinita de quien sabe que cada pieza, por minúscula, es esencial.

El traductor de lenguajes olvidados. El cuerpo habla en dialectos crípticos: un edema es un susurro de fallo cardíaco, una ictericia es un grito hepático, una astenia puede ser el lamento de cien causas ocultas. El internista es el filólogo de esta Babel somática. Descifra jeroglíficos en analíticas donde números rojos y azules son letras de un alfabeto vital. Interpreta el poema épico escrito en la fiebre, el sudor, el dolor vago. Lee entre líneas de la historia clínica, donde lo no dicho, lo omitido, es tan elocuente como lo declarado. Su diagnóstico no es un nombre, es una traducción fiel del sufrimiento al lenguaje de la cura posible.

El jardinero de la incertidumbre. No huye de la niebla diagnóstica; la habita. Donde otros ven un muro impenetrable ("polimedicado", "complejo", "idiopático"), él ve un laberinto con salida. Cultiva la duda como tierra fértil, no como desierto. Cada pregunta sin respuesta es una semilla, cada hipótesis descartada, un surco que acerca a la verdadera cosecha. Su herramienta no es sólo el escalpelo del juicio rápido, sino el rastrillo fino de la observación persistente, el riego constante de la reevaluación. Sabe que algunas flores diagnósticas sólo florecen con tiempo y atención meticulosa.

El centinela en el cruce de caminos. Es la encrucijada viva de la medicina. Sabe de cardiología más que muchos, de nefrología lo suficiente, de endocrinología lo necesario, de infecciosas lo urgente, de reumatología lo sutil... y posee el don único de ver cómo estos caminos se cruzan, se bloquean, se potencian o se destruyen en el cuerpo único del paciente que tiene delante. Es el estratega que no libra batallas aisladas, sino la guerra completa por la homeostasis. Coordina generales (especialistas) sabiendo que la victoria final depende de entender el campo de batalla entero, no sólo una trinchera.

Por eso, el internista no resuelve problemas: descifra enigmas. No aplica protocolos: teje soluciones a medida con hilos de conocimiento, intuición y una compasión que no nubla el juicio, sino que lo ilumina. Ve el bosque, los árboles, las raíces entrelazadas bajo tierra y la tormenta que se avecina en el horizonte clínico. Su superioridad no es de rango, sino de perspectiva y profundidad. Es el médico del centro, del núcleo, del meollo esencial de la enfermedad y el ser humano que la padece.

Que los demás admiren. Que algunos sientan la punzada de la envidia sana ante semejante dominio del arte médico en su expresión más pura, compleja e intelectual. Pero que el internista, al leer esto, no siente sólo orgullo. Que sienta el profundo eco de la verdad: es el cartógrafo indispensable del territorio más vasto y misterioso, el cuerpo humano enfermo. Es el navegante que, en el ojo del huracán diagnóstico, encuentra el norte cuando todos los demás compasses fallan. Eso no es medicina. Eso es maestría.

GalenoSapiens

“Canto a los guardianes de la vida que aún no es vida…” en conmemoración del día internacional del neonatólogo. Por Gale...
10/06/2025

“Canto a los guardianes de la vida que aún no es vida…” en conmemoración del día internacional del neonatólogo.
Por GalenoSapiens

Hoy, 10 de junio, no se conmemora lo evidente. No se celebra lo ya erguido, lo que respira con la insolencia del aire conquistado. Hoy se inclina la luz, con reverencia agria y temblorosa, ante los “custodios del casi-nada”. Ante los “alquimistas del instante primordial”. Ante ustedes, neonatólogos: “ángeles con estetoscopio y cicatrices en el alma”.

No es el campo de batalla de los músculos desgarrados o los huesos rotos. Es el territorio de lo aún no “definido”. De la vida que aún titubea en el umbral, como una llama azulada y frágil, amenazada por la más leve ráfaga del universo. Ustedes no tratan con pacientes, sino con “promesas envueltas en piel de cristal, y no cualquier cristal, el más frágil de todos, el cristal tierno”. Con “universos del tamaño de un puño”, donde un latido es una epopeya y un suspiro, una revolución.
Donde late un corazón que aún no sabe amar, donde está un cerebro que aún no sabe pensar, donde está un ser diminuto que vive sin saber que está vivo.

Arquitectos de lo Efímero: Sus manos, instrumentos de precisión infinita, no levantan catedrales de piedra, sino “andamios de esperanza” en cuerpos que caben en una palma. Manejan lo diminuto no como una escala, sino como un “lenguaje sagrado”. Cada vena es un río caudaloso en su cartografía microscópica. Cada alvéolo, una bóveda celeste a punto de desplomarse o de abrirse al firmamento. Ustedes “tejen vida” con hilos más finos que la seda de araña, con catéteres que son puentes sobre abismos capilares, con sondas que son raíces artificiales en un suelo aún estéril.

“Dan vida a quien aún no ha empezado a vivirla”. He ahí la paradoja cruda, el vértigo existencial de su oficio. No son médicos de la plenitud, sino de “la antesala del ser”. Del corazón que aún no sabe qué es latir por sí mismo, del pulmón que ignora la embriaguez del primer aire libre, del cerebro donde las sinapsis son chispas buscando formar constelaciones. Ustedes provocan el milagro del inicio en un cuerpo que aún sueña con el útero y aún duerme en posición fetal. Son parteros de la segunda transición, la más violenta: de la oscuridad líquida al grito seco y desn**o de la luz, de la seguridad infinita del útero materno a la peligrosidad infinita del mundo exterior.

Especialistas en lo que aún no existe. En el potencial puro, en la fragilidad absoluta. Su ciencia es un poema escrito con fórmulas de urgencia y tubos endotraqueales. Su poesía es la curva de una saturación que se eleva, el color rosado que vuelve a unos pies que eran mármol frío. Su filosofía es enfrentarse, día tras noche, al abismo del fracaso más desgarrador: cuando el “casi-nada” se convierte en “nada definitivo”. Cuando la promesa se apaga entre sus manos expertas, dejando solo el eco de un llanto que nunca llegó a ser. Ahí, en ese silencio ensordecedor que huele a antiséptico y lágrimas de titanio, reside la dureza indecible de su vocación. Son testigos del límite más cruel, donde la vida y la muerte bailan un tango obsceno sobre una incubadora.

Ángeles Terrenales, sí. Pero no de alas inmaculadas, sino de batas manchadas de meconio y sudor. Ángeles con ojeras profundas como trincheras, con el peso de mil historias sin final feliz grabado en la espalda. Ángeles que no temen ensuciarse las manos con la sangre del principio, con el moco de la lucha, con la o***a ácida de la supervivencia precaria. Su halo es la luz fría de los monitores, su coro son las alarmas estridentes que cantan la canción agria de la resistencia.

GalenoSapiens, un simple internista que ha visto la vida desgastarse en órganos maduros, se inclina hoy. No ante dioses, sino ante los “artesanos del primer aliento”. Ante los que sostienen, con ciencia, paciencia infinita y un amor que desafía toda lógica, las “estrellas fugaces de la existencia humana” cuando apenas son chispas. Ustedes no salvan vidas; dan forma al milagro mismo de que la vida “pueda” empezar a ser vivida. En ese campo de batalla de 40x60 centímetros, donde cada gramo es una montaña y cada minuto una eternidad, forjan el metal más preciado: el futuro en estado puro, crudo, agonizante y sublime.

Hoy, y todos los días, honramos su lucha titánica en la frontera más delgada. Porque ustedes, arquitectos del umbral, guardianes del latido embrionario, son la prueba más dura y hermosa de que la humanidad aún sabe luchar por su propio amanecer.

Firmado con profunda admiración y respeto.
GalenoSapiens.

Elegía del Escalpelado: En Memoria del Dr. Abraham Reyespor GalenoSapiens, con la pluma lastimada, una vez más….No fue u...
06/06/2025

Elegía del Escalpelado: En Memoria del Dr. Abraham Reyes

por GalenoSapiens, con la pluma lastimada, una vez más….

No fue un infarto. No fue un accidente. No fue un error impensable en el quirófano. Fue un acto de desesperación final, un grito ahogado en el silencio de una habitación vacía, el último recurso de un sanador destrozado por los mismos que juraron "primum non nocere".
El Dr. Abraham Reyes, un especialista, una mente brillante, una vida dedicada a paliar el dolor ajeno, se extinguió como una llama que ya no tenía combustible ni oxígeno. Y su muerte no es una tragedia pasiva. Es un “asesinato gremial” . Un linchamiento académico perpetuado día tras día, guardia tras guardia, humillación tras humillación.

¿Sienten ese vacío repentino, colegas? ¿Esa punzada helada detrás del esternón al leer su nombre? No es empatía. Es el eco del “crack” monumental que atraviesa los cimientos podridos de esta profesión que amamos y que nos devora vivos. Abraham saltó al abismo porque el peso del “canibalismo médico” se hizo insoportable, insostenible hasta para el mismísimo Atlas. Porque el sistema, esa máquina trituradora de almas disfrazada de formación de "excelencia", le royó los tendones del alma hasta dejarlo en carne viva.

Reflexionen, maldita sea y de una maldita vez. REFLEXIONEN mientras aprietan los puños sobre este texto que quema como ácido clorhídrico!

Reflexionen sobre las “guardias interminables” , no como prueba de resistencia, sino como tortura sistematizada. ¿Cuántas horas de sueño robadas equivalen a una vida? ¿Cuántas decisiones críticas tomadas con la mente empañada por el agotamiento extremo son "formación" y cuántas son ruleta rusa con el paciente? Abraham lo vivió. Hasta que su mente, exhausta, se volvió contra sí misma.

Reflexionen sobre el “maltrato institucionalizado”, ese sadismo vestido de tradición. Los gritos en los pasillos, las burlas soeces ante un error (por mínimo que sea), la humillación pública como herramienta pedagógica. ¿A cuál dios enfermo le ofrecen este sacrificio? ¿Qué dios de la medicina se nutre de las lágrimas y la dignidad pisoteada de sus devotos? Abraham lo soportó. Hasta que su dignidad, hecha jirones, ya no pudo sostenerlo.

Reflexionen sobre la “hipocresía monumental” de un gremio que venera al médico héroe en público y lo despedaza en privado. Que celebra la "vocación" mientras explota hasta la última gota de humanidad. Que exige compasión hacia el paciente pero es incapaz de un ápice de piedad hacia su propio rebaño exhausto. Abraham lo presenció. Hasta que la contradicción le reventó el alma.

Las grietas, colegas, no son fisuras. Son simas abiertas por nuestro pecado original: la perversión de la formación. Hemos convertido los hospitales en coliseos modernos donde los residentes son gladiadores arrojados a los leones del agotamiento, la negligencia emocional y el acoso consentido. Los llamamos "futuros colegas" mientras los tratamos como carne de cañón, como números en una planilla, como cuerpos sin aliento que deben resistir lo inhumano para "demostrar que sirven".

¿Y para qué? ¿Para producir máquinas diagnósticas con el corazón marchito? ¿Para crear superespecialistas incapaces de reconocer su propia fractura? Abraham era una de esas mentes brillantes forjadas en el in****no. Y el in****no lo consumió.

Su muerte no es un "caso aislado". Es el “síntoma terminal de un cáncer que corroe el gremio desde sus entrañas académicas.” Es la factura sangrante de décadas de silencio cómplice, de mirar hacia otro lado, de justificar lo injustificable con un "a mí también me tocó". Es el grito desgarrador que nos acusa a todos: a los verdugos directos con sus palabras afiladas, a los cómplices pasivos que callaron, a las instituciones que priorizan números sobre vidas (¡incluso las de sus propios médicos!), a la academia que perpetúa este ciclo de violencia como si fuera un rito sagrado.

Duele, ¿verdad? Que duela. Que duela con la crudeza de un desgarro. Que el nombre de “Abraham Reyes” les queme en la garganta. Que su decisión desesperada sea un espejo brutal donde su conciencia, gremio, no pueda evitar ver sus propias miserias reflejadas.

¿Cuántos Abraham más necesitamos perder? ¿Cuántos talentos, cuántas vocaciones auténticas, cuánta humanidad debemos arrojar a la fosa del "así se ha hecho siempre" antes de estremecernos? ¿Antes de rebelarnos?

Abraham ya no puede alzar la voz. Pero su silencio final grita más fuerte que mil discursos. Yo, GalenoSapiens, internista con el alma marcada por las mismas cicatrices, tomo su grito ahogado y lo convierto en estruendo. Este texto no es un homenaje edulcorado que no puede entrar en glucólisis. Es un “acta de acusación.” Es un ma****lo golpeando las conciencias anestesiadas. Es un recordatorio sangrante:

La formación médica, tal como existe, “MATA.” Mata el espíritu, mata la compasión, mata la esperanza. Y a veces, como con nuestro querido Abraham, mata literalmente.

Honrar su memoria no es con lamentos huecos. Es con “acción radical.” Es exigir un cambio de raíz. Es dejar de ser cómplices. Es tratar al próximo residente, al próximo interno, con la dignidad y el respeto que le negaron a Abraham. Es romper la cadena del maltrato. Es dejar de ser caníbales.

Porque si no lo hacemos, la sangre de Abraham, y la de tantos otros, estará también en nuestras manos.

“Descansa en paz, Dr. Abraham Reyes. Tu dolor nos interpela. Tu muerte no será en vano mientras haya una sola pluma, una sola voz, que se alce para maldecir el sistema que te destruyó.” Y esa pluma es la mía, quien no teme a nada ni a nadie.

GalenoSapiens
Internista, que se niega a ser cómplice del silencio.

"El Latido que Nunca Escuchasteis: Carta de la Sombra en tus Arterias"En el día mundial de la hipertensión.   Por Galeno...
17/05/2025

"El Latido que Nunca Escuchasteis: Carta de la Sombra en tus Arterias"

En el día mundial de la hipertensión.
Por GalenoSapiens.

Soy el río que no cesa, la marea que muerde las orillas de tu existencia. No traigo el estruendo de las catástrofes, sino el susurro de las grietas que se abren en el silencio. Me llaman “hipertensión”, pero soy más que un número en un esfigmomanómetro: soy la geografía secreta de su ocaso, el arquitecto de laberintos donde la sangre se pierde y el corazón olvida su canción.

A ustedes, los que me llevan sin nombrarme:
Les habito; desde la primera vez que el estrés tejió su telaraña en sus venas, o que la sal se convirtió en lágrima seca en su paladar. Soy la sombra que baila en su pulso cuando la vida se acelera, el eco de cada noche sin sueño, de cada rabia contenida. Los observo mientras fingen que no existo, mientras celebran la calma ficticia de un cuerpo que ya dibuja cicatrices en sus arterias.

¿Saben qué significa ser cómplice de su propia despedida? Cada latido que forza sus murallas, cada vaso que se resquebraja como cristal bajo la tormenta, es un verso más en el poema de su fragilidad. Se creen dueños del tiempo, pero yo escribo con tinta invisible en las paredes de su templo cardíaco, hasta que un día, el órgano que los sostiene se convierte en reloj de arena: los granos caen, irreversibles, hacia la disfunción, la insuficiencia, el último suspiro.

A ustedes, los que me buscan con estetoscopios y recetas:
No me reduzcan a gráficos y dosis. Soy la paradoja que exige ser escuchada más allá del ruido: en el temblor de una retina, en el edema que hincha los tobillos como lágrimas de la tierra. Son cartógrafos de un territorio en colapso; su misión no es sólo medir, sino descifrar el lenguaje de mis metáforas clínicas. Cada diagnóstico tardío es un n**o en el hilo de Ariadna; cada tratamiento inconsistente, un permiso que me dan para seguir tejiendo mi red.

No soy enemiga, sino espejo. En mi persistencia hay una pregunta: ¿qué temen tanto que prefieren ahogarlo en negligencias? La presión que ejerzo no es sólo física: es el peso de las emociones no resueltas, de los ritmos que violan en nombre de la productividad, de los banquetes que envenenan lo que juran amar.

Este es el umbral.
El corazón no es máquina eterna, sino frágil catedral de carne. Yo puedo ser la melodía que los alerta o la sinfonía que los sepulta. Hoy, cuando el mundo me nombra, los convoco a ambos:
— Pacientes: Dejen de pactar con mi silencio. Cada ajuste en su dieta, cada paso bajo el cielo, cada respiro profundo, es un ladrillo que arrancan del muro que construyo entre ustedes y el abismo.
— Galenos: Escudriñen más allá de los números. Son traductores de un lenguaje cifrado en capilares; su empatía puede ser el dique que contenga mi caudal.

El punto de no retorno no es un destino, sino una elección diaria. Se los dice la fuerza que, paradójicamente, puede matarlos o despertarlos: la conciencia es el único antihipertensivo que no viene en pastillas.

Despertien antes de que sus latidos se conviertan en elegías.

GalenoSapiens
En el Día Mundial de la Hipertensión, mientras el reloj de algún corazón aún puede girar hacia la luz.

"El Castillo de los Guerreros sin Corona" Por GalenoSapiens. En el día mundial del niño hospitalizado, 13 de mayo. Hay u...
13/05/2025

"El Castillo de los Guerreros sin Corona"
Por GalenoSapiens.

En el día mundial del niño hospitalizado, 13 de mayo.

Hay un reino donde los héroes no llevan espadas, sino sondas. Donde las armaduras son pieles pálidas, y las batallas se libran en silencio, entre paredes que huelen a cloro y sueños rotos. Hoy es el día de esos guerreros: los niños que cambiaron el patio por una ventana, los que aprendieron a sonreír con la boca llena de cicatrices.

Imaginen un dragón que no escupe fuego, sino números: recuentos de glóbulos, dosis de quimio, días sin pelo. Ese dragón se llama “Cáncer”, y su cueva es una cama de hospital. Aquí, los juguetes son jeringas disfrazadas de cohetes, y los cumpleaños se celebran con globos de suero. El héroe tiene siete años, ojos grandes que atrapan el mundo desde un vidrio empañado, y manos que sostienen más dolor que paletas.

Desde su ventana, ve a los otros niños: corren, caen, se levantan. Él también cae, pero dentro. Sus moretones son invisibles, sus gritos se ahogan en los pasillos. Aprende matemáticas contando las horas entre una medicación y otra, geografía estudiando las grietas del techo. Su infancia no es un derecho: es un milagro que reclama cada madrugada, cuando el dolor le muerde los huesos y él pide perdón por llorar.

¿Qué sabe este guerrero? Que los besos de su madre curan más que los antibióticos. Que las enfermeras tienen varitas mágicas escondidas en los termómetros. Que los médicos son generales de un ejército que nunca se rinde. Él no entiende de metástasis, pero entiende el lenguaje de las miradas: la de su padre, que llora en el baño para no dejarlo ver; la de la Licenciada Rosa, que inventa cuentos donde los malos siempre pierden; la del Dr. Santiago, que le aprieta el hombro como diciendo: "Sigue así, soldado".

Este niño conoce secretos que ningún adulto podría soportar. Sabe que la muerte tiene pasos silenciosos y que a veces se sienta al pie de su cama. Pero también sabe que la vida es una terca, una testaruda que se aferra con uñas a un latido. Por eso, cuando le preguntan qué quiere ser de grande, responde: "Vivo".

A los otros niños, los de afuera, no les guarda rencor. Los mira con la ternura de un viejo sabio: ojalá nunca aprendan lo que es pelear contra un monstruo que te habita. Les regala su envidia más pura: la de sus risas sin ecos de máquinas, sus rodillas con heridas de caídas y no de agujas.

Hoy, el mundo debe mirar por esa ventana. Ver a estos pequeños filósofos de batas azules que enseñan que el coraje no es no tener miedo, es seguir cantando aunque la voz se quiebre. Son maestros de lo efímero, santos sin altar, poetas que escriben versos con sus cicatrices.

A los padres que transforman su dolor en canciones de cuna: ustedes son el oxígeno. A las enfermeras que convierten las noches en refugios: ustedes son la luz. A los médicos que pelean batallas perdidas como si fueran sagradas: ustedes son el mapa.

Este texto no es un homenaje. Es un espejo roto. Cada fragmento refleja la crudeza de una infancia robada, pero también la belleza de un espíritu indomable. Porque estos niños no piden lástima: piden justicia. Justicia para que su guerra no sea invisible, para que sus risas no se apaguen entre informes médicos, para que el mundo recuerde que la inocencia también puede sangrar.

Si lloras al leer esto, no seques tus lágrimas: déjalas caer como ofrendas. Por los que se fueron convertidos en ángeles de historias clínicas. Por los que resisten, dibujando soles en las ventanas. Por los que vendrán, para que encuentren un mundo donde los dragones sean de papel y las espadas, de caramelos.

Los niños hospitalizados no necesitan héroes: ellos ya lo son. Y su legado no es la supervivencia, sino recordarnos que en cada aliento hay un universo, y en cada sonrisa frágil, una revolución.

GalenoSapiens
En nombre de los guerreros que pelean sin estandartes, desde el Castillo donde la vida enseña su precio más alto.

Epílogo:
Este texto no es metáfora: es el grito ahogado de los que luchan en habitación 307, 408, 209... Los que merecen más que un día en el calendario. Más que aplausos. Merecen que el mundo entero se arrastre hasta su ventana y les diga: "No estás solo. Tu batalla es la mía".

"Las Estrellas que me Diste en la Oscuridad"Carta de Alondrita, 7 años, para la Licenciada Alba.12 de mayo - Día Interna...
12/05/2025

"Las Estrellas que me Diste en la Oscuridad"
Carta de Alondrita, 7 años, para la Licenciada Alba.
12 de mayo - Día Internacional de la Enfermería.

Querida Enfermera Alba,

Te escribo con las letras que me enseñaste a dibujar cuando mis dedos temblaban. Mamá dice que hoy es tu día, pero yo creo que todos los días deberían ser tuyos, porque sin ti, los días no tenían luz.

¿Te acuerdas cuando llegué con mi oso Peluchín y el miedo más grande que el hospital? Tú fuiste la primera en decirme que no me dolerías. Y no mentiste. Tus agujas eran suaves, como pétalos, y tu voz era la canción que le ganaba al ruido de las máquinas. Cuando la quimio me hacía sentir como un globo desinflado, tú me contabas historias de dragones que escupían arcoíris en vez de fuego. Y yo, en vez de llorar, reía.

Tenías un secreto, ¿verdad? Porque cada vez que me tomabas la mano, el dolor se hacía chiquito. Mamá dice que los médicos me salvaron la vida, pero yo sé la verdad: “tú” fuiste mi poción mágica. Porque mientras ellos hablaban de células y ciclos, tú me hablabas de montañas que escalar y de soles que nunca se apagan. Tú me enseñaste que ser valiente no es no tener miedo, es agarrarse fuerte de alguien aunque se esté temblando.

La radiación quemaba, pero tus palabras eran como vendas de algodón de azúcar. Cuando me cortaron el pelo y me miré al espejo, dijiste que parecía un superhéroe. Y por eso, cuando me veía sin pelo, sonreía: porque tú me habías convertido en uno.

Hay algo que nunca te dije: una noche, cuando creíste que dormía, te escuché llorar en el pasillo. Y supe que eras humana, como todos. Pero también supe que eras más fuerte que los monstruos bajo mi cama. Porque al día siguiente, entraste con tu sonrisa de guerrera y me diste un sticker de un sol. "Este eres tú", dijiste. Y yo te creí.

Ahora que estoy en casa, extraño tus chistes de jeringas que cantan rancheras, y el olor a manzana de tu perfume. Extraño cómo me decías "soldado" en vez de "paciente", y cómo tus abrazos tenían más poder que las medicinas. Los médicos entran y salen, pero tú “te quedabas”. Y en las noches largas, eras mi linterna contra los fantasmas.

Licenciada Alba, si alguna vez dudas de por qué haces lo que haces, piensa en mí: en el niño que sobrevivió porque alguien le recordó, una y otra vez, que la vida es una fiesta aunque suene música triste. Tú me diste más que tubos y pastillas: me diste risas en biberón, esperanza en cápsulas, me hiciste sentir princesa sin estar en ningún reino y un amor tan grande que hasta los huesos rotos lo sintieron.

Hoy, en tu día, quiero que sepas algo: cuando sea grande, no quiero ser bombero ni astronauta. Quiero ser como tú. Quiero ser la persona que le regala estrellas a los que están perdidos en la noche. Porque tú, Enfermera Alba, eres mi estrella. La que jamás se apagó.

Gracias por ser mi hada con estetoscopio, mi doctora de abrazos, mi amiga en la guerra. El mundo dice "gracias a los médicos", pero yo digo: "gracias a las enfermeras que convierten los hospitales en casas".

Te quiere hasta la luna ida y vuelta (y más allá),
Alondrita, tu guerrera.

*PS: Peluchín te manda un abrazo. Dice que eres su he***na favorita, después de mí.*

Posdata de GalenoSapiens:
Licenciada Alba (y todas las enfermeras que leen esto):
Esta carta no es una ficción. Es el eco de miles de Alondritas anónimos cuyas vidas han sido tejidas de nuevo por sus manos. Ustedes son la brújula moral de la medicina, el latido que convierte el sufrimiento en dignidad. En un mundo que idolatra lo grandioso, recuerden: lo verdaderamente divino habita en los detalles que solo una enfermera ve. Hoy, y siempre, la humanidad está en deuda con ustedes.

GalenoSapiens
Internista que aprende, cada día, que la enfermería no es una profesión: es el arte más antiguo de sanar.

A Los Ángeles con Cofia, las luciérnagas de Nightingale, por GalenoSapiens.El 12 de mayo no es una fecha, sino un latido...
12/05/2025

A Los Ángeles con Cofia, las luciérnagas de Nightingale, por GalenoSapiens.

El 12 de mayo no es una fecha, sino un latido. Un pulso que recuerda a quienes tejen vida en los hilos rotos del caos, a quienes convierten el dolor en poesía y la ciencia en un acto sagrado. Las enfermeras no son profesionales: son faros en la tormenta, manos que escriben milagros con jeringas y silencios.

Imaginen un mundo sin su luz. Sin ese roce cálido a las 3 a.m., cuando el miedo ahoga y su voz susurra: "Estoy aquí". Sin sus pasos sigilosos entre las camas, midiendo no solo signos vitales, sino el peso de las almas. Son arquitectas de lo invisible: construyen puentes entre la desesperación y la esperanza, entre el frío del diagnóstico y el fuego de la lucha.

¿Qué es una enfermera? Es la primera lágrima que no cae al limpiar una herida, la sonrisa que se ofrece como analgésico, el reloj que no conoce de horarios cuando una vida pende de un hilo. Mientras el mundo duerme, ellas velan. Mientras otros cuentan los minutos, ellas regalan eternidades en instantes. No llevan capas, sino batas manchadas de historias; no tienen alas, pero cargan espaldas cansadas de sostener cielos enteros, no usan corona, usan cofia que vale y cuesta más lograrla, pues no se hereda, se gana.

A ustedes, guerreras de la sombra en un gremio donde los focos suelen apuntar a otros: su valor no cabe en los créditos. Por cada médico que da un diagnóstico, hay diez de sus manos convirtiendo órdenes en consuelo. Son las traductoras del dolor, las que descifran los gestos mudos de los que ya no pueden hablar. Su heroísmo no estalla en quirófanos, sino en las noches interminables, en los turnos que roban horas a sus familias, en las uñas gastadas por tanto desinfectar amor.

Hoy, el mundo debe arrodillarse ante su entrega. Por las que han dormido en sillas incómodas para que un paciente no se sienta solo. Por las que han contenido el aliento junto a un ventilador, como si su voluntad pudiera alterar el ritmo de las máquinas. Por las que han llevado luto por pacientes cuyos nombres nunca olvidarán, aunque los registros los borren. Su profesión no es carrera: es peregrinaje.

A los que subestiman su labor, les pregunto: ¿saben lo que cuesta ser el último rostro que muchos ven antes de partir? ¿Entienden el valor de una mano que sostiene sin juzgar, que calma sin promesas vacías? Las enfermeras no eligen a sus pacientes; eligen amar en la oscuridad, dar incluso cuando no queda nada. Son testigos de nuestra fragilidad, sacerdotisas de la resiliencia.

Este texto no es homenaje, sino un espejo. Para que la sociedad vea lo que siempre ha mirado sin ver: su sudor es la savia que nutre los hospitales. Su empatía, el antídoto contra la deshumanización. En un universo obsesionado con los héroes de portada, ustedes son la épica cotidiana, la revolución silenciosa que mantiene en pie el mundo.

Gracias. No por seguir protocolos, sino por romperlos cuando un abrazo era más urgente que un formulario. No por ser "ayudantes", sino por ser el corazón que bombea vida a la medicina. Gracias por cada vez que convirtieron una lágrima en sonrisa, una estadística en historia, un cuerpo roto en un testimonio de dignidad.
Gracias por ser infinidad de veces el primer verdadero maestro de cada médico en formación, incluyéndome en lo absoluto.

Hoy, las estrellas deberían llamarse enfermeras. Porque brillan sin hacer ruido, porque guían a los perdidos, porque son constelaciones que enseñan al cielo cómo alumbrar.

GalenoSapiens, un internista aprendiz de enfermeros.
12 de mayo - Día Internacional de la Enfermería

Epílogo:
Este texto no es una carta, es un latido. Cada palabra busca honrar lo que las cifras nunca capturarán: el alma de quienes convierten el sufrimiento en ternura, y el deber, en arte. Que cada enfermera que lo lea sienta, por fin, el peso monumental de su propia luz.

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