07/03/2025
Excelente semblanza de GalenoSapiens
"El Vigía del Último Suspiro" Oda al intensivista. Por GalenoSapiens
Hay un lugar donde el tiempo se mide en latidos perdidos y el aire pesa más que el acero. Allí, entre las sombras de monitores parpadeantes y el zumbido de ventiladores que imitan la respiración de los dioses, el intensivista se erige como centinela. No es un médico, sino un negociador del precipicio. Su territorio no es la vida ni la muerte, sino el filo infinito que las separa.
Mientras otros duermen, él vigila. Cada alarma es un relámpago en su cielo privado; cada curva del electrocardiograma, un jeroglífico que descifra con manos de cirujano y mente de poeta. No administra fármacos: dosifica segundos. Un mililitro de más y el corazón estalla; uno de menos, y el cerebro se apaga. Es alquimista de noradrenalina, titán del midazolam, domador de arritmias que retuercen el pecho como serpientes de fuego. Su calculadora no tiene números: late en microgramos por kilo por minuto.
La ventilación mecánica no es técnica, sino teología. Él no ajusta parámetros: *resucita el aliento*. Cuando los pulmones colapsan y la sangre se asfixia en su propio ácido, sus dedos convierten el ventilador en un órgano divino. PEEP, FiO₂, volumen tidal… palabras que esculpen la frontera entre el ahogo y la esperanza. Sabe que un tubo endotraqueal no es plástico: es el pórtico por donde viajan las almas que se niegan a partir.
Los débiles ven solo máquinas. Él ve un ballet de fuerzas primordiales. En sus rondas, el estetoscopio no ausculta sonidos: escucha ecos de batallas microscópicas. Una presión arterial no es un número, sino un río desbocado que debe contener con diques de vasopresores. El lactato no es un marcador: es el susurro de una célula que muere gritando.
Frío como el acero quirúrgico, sí. Pero su frialdad no es indiferencia: es la claridad de quien sabe que un temblor en la mano condena a tres hijos a convertirse en huérfanos. Cuando el caos estalla —shock séptico, edema cerebral, paro súbito—, su voz no alza el tono. Ordena. Calcula. Decide. Es ajedrecista jugando contra Thanatos, apostando órganos como fichas. Si pierde, no hay revancha.
No hay gloria aquí. Sus victorias no tienen testigos: ocurren en la penumbra de una UCI a las 3:47 a.m., cuando logra que unos pulmones inundados vuelvan a flotar o que un riñón exhausto filtre otra gota de vida. Los sobrevivientes jamás sabrán su nombre, pero sus células recordarán el instante en que él detuvo la mano invisible que las estrangulaba.
¿Presunción? Imposible. El que ha visto morir a veinte pacientes en un turno y salvado a uno con un ajuste de 2 cmH₂O, solo puede albergar una humildad feroz. Sabe que su poder no es suyo: lo toma prestado de la física, la química y ese misterio terco que llamamos "voluntad de vivir".
Al final, cuando apagan las luces y el ventilador calla, él no celebra. Camina entre camas vacías y respiradores inactivos, preguntándose cuántas veces más podrá engañar a Cronos. No importa. Mañana volverá. Porque mientras haya un pulso que rescatar, un aliento que sostener, alguien debe seguir desafiando a la noche con bisturíes invisibles y fármacos sagrados.
Porque en el principio fue el aliento.
Al final, solo quedará él.
El vigía.
GalenoSapiens