
01/10/2025
❤️❤️Mis padres… una historia compartida y otra que quedó pendiente. Lo cierto es que ambos marcaron mi vida: me formaron con sus virtudes y también con sus errores. Soy quien soy gracias a lo que aprendí de ellos, y a pesar de las heridas, agradezco la experiencia de ser su hija.
Cuando un padre o un ser amado muere, algo dentro de nosotros también se apaga: los recuerdos duelen, la ausencia pesa y la vida parece detenerse. El duelo nos confronta con lo irremediable, con lo que no volverá. Sin embargo, también abre la puerta a mirar hacia adentro, a reconocer los vacíos y, poco a poco, transformarlos.
Sanar no significa olvidar, sino reconciliarse con lo vivido: abrazar tanto la ternura como las cicatrices. En ese proceso uno aprende que, incluso en la pérdida, hay un legado que permanece: enseñanzas, momentos, gestos que nos habitan y nos acompañan. Y cuando el dolor empieza a ceder, se descubre una nueva forma de amor: silenciosa, profunda, capaz de dar paz.
Hoy camino con la certeza de que, aunque no estén físicamente, sigo llevándolos conmigo. Mi duelo se convierte en gratitud, y la niña herida se va sanando en la mujer que honra a sus padres al seguir viviendo, aprendiendo y amando.
¿También extrañas en silencio?
¿Has sentido que el recuerdo duele y abraza al mismo tiempo?
¿Te pasa que el duelo se convierte en amor distinto?
¿Has sentido que sanar no es olvidar?
Dejame tu respuesta en los comentarios, si necesitas ayuda para superar tu duelo, no dudes en agendar tu cita www.doctoracerebro.com