
28/08/2020
Molestarse o alegrarse…por el mismo motivo
Una mujer se quejaba en consulta: comentaba estar sometida a una tremenda carga de trabajo y estaba a nada de sufrir de un ataque de nervios. Su jefe, al irse de vacaciones le había endosado una buena carga de labores, a pesar de que existían otros empleados que también podrían haber asumido esas tareas.
Supongo que lo han leído miles de veces, pero quejándose, UNO NO SE SACA DE ENCIMA LO QUE LE HACE ENFADAR. O bien nos enfrentamos honesta y sinceramente con el causante del enfado, o bien cambiamos nuestra actitud frente al problema.
Dado que el choque con el jefe no se iba a dar (seguía de vacaciones), buscamos conseguir un pequeño cambio de actitud. Le pregunté si las tareas encomendadas eran de gran importancia para la empresa, a lo que me dijo que sí, a lo que le planteé lo siguiente: “¿Podría ser que tu jefe confíe tan ciegamente en ti y en tu capacidad que, en su ausencia quería dejar los asuntos importantes solamente en tus manos, sabiendo que contigo a cargo no se preocuparía durante sus vacaciones?”
Al aceptar ella esa posibilidad, la carga de trabajo, objeto de sus quejas, le pareció un elogio indirecto de su jefe. Una demostración de confianza que la destacaba por encima de sus compañeros, ella se fue de consulta con una pequeña sonrisa en los labios.
Vivimos en una sociedad que no gusta de elogiar, o cuando elogia en realidad no hay verdadero merecimiento, contrariamente, la mayoría no hace mas que recibir grandes dosis de críticas e imputaciones en muchos casos erróneas y de causas perversas. Y dado que la desconfianza prevalece, nos corresponde como psicólogos y como trabajadores el equilibrar esta situación, acentuando todo el reconocimiento que merecen las personas.
Citando a la gran terapeuta Elisabeth Lukas: el profundo respeto a los actos (u omisiones responsables) y llenos de sentido de nuestros congéneres despierta en ellos la voluntad de seguir por el buen camino.