11/09/2019
EL MILAGRO DE LA VIRGEN DE HUATA
En el lejano año de 1870, en el pueblo de Macate vivía el norte-americano Montgomery Backus, quien se dedicaba a la extracción minera y empleaba mucha mano de obra para tal fin. Uno de los trabajadores de Backus a la hora del ángelus tocó insistentemente la puerta de la casa parroquial.
-¿Qué pasa?..¿Qué sucede hijo? –Preguntó preocupado el padre Durán
-Taytacitu, ayúdame... ¡mi hijito está muy mal! –Respondió un campesino que cargaba en brazos a un escuálido niño, al que se notaba muy enfermo.
-¿ya le ha hecho ver con la curandera?
-Si padrecito... pero igual nomás está…
-Entonces tienes que llevarlo a Caraz. No hay otra salida. Ven, te daré unas monedas para el camino. –Y don Julián Durán le puso en sus manos unas cuantas pesetas.
-¡Gracias, Taytacitu…! –El buen hombre intentó besarle la mano.
-Nada de eso hijo, ve con Dios, y no olvides de entrar en Huata a saludar a la Virgen de la Asunción. Pídele por su salud, verás cómo te ayuda.
El campesino que estaba con su mujer al lado, tomó el camino hacia Caraz. La ruta era larga y el camino sinuoso. La madre secaba el sudor de la frente de su hijo, y se dio cuenta que el pequeño ya no respiraba.
-¡Jesús, María..! Mi niño ha perdido el resuello… -Musitó con el alma pendiendo de un hilo.
-¡No, qué va ser! –Exclamó el padre al tiempo que comprobaba la situación en que se hallaba la criatura. -¡Pero si ya está muerto…!
-¡Hijo de mi vida…! ¿Qué hacemos contigo ahora…? Volvamos a Macate, allá lo enterraremos… -gimió la mujer.
-No hija, mejor lleguemos a Huata, allá compraremos una caja para llevarlo de vuelta. –Fue la decisión que tomo el varón.
Llegando a Huata se dirigieron al templo y allí la mujer dio rienda suelta a todo su dolor de madre. La pobre mujer depositó el cadáver frio ya de su vástago en la tarima del altar y continúo con sus imprecaciones. El marido, en silencio se retiró para buscar un carpintero que le pueda armar una rustica caja mortuoria a cambio de las pesetas que le había regalado el buen cura de su pueblo.
Habría demorado en su búsqueda, que la mujer, cansada de llorar en el templo, repara sobre la ausencia del esposo y reconociéndolo como un bebedor empedernido, se imaginaba que ya estaría ahogando la pena en alguna chichería. Dejando el cadáver del hijo en el templo sale a buscarlo perdiéndose en las calles de Huata.
Al cabo de un rato lo encuentra finiquitando el negocio de la caja para depositar el cadáver del pequeño. Luego, ambos muy acongojados se dirigen al templo portando la caja y seguidos de algunas buenas mujeres que al enterarse de su desgracia decidieron acompañarles a rezar por el pequeñuelo.
-¡Jesús, María y José! ¡Pero qué es lo que ven mis ojos! –El buen hombre soltó la caja que cayó con gran estrépito al piso del templo.
-¡Vivo…! ¡Mi hijo está vivo…! –Y soltando un chillido la mujer perdió el conocimiento.
-¡Milagro, Milagro! –Gritaron las mujeres convertidas en testigos clave de tal portento.
El niño, sin inmutarse, estaba sentado sobre la tarima jugando con las flores que habían quedado sobre el altar. Había vuelto a la vida gracias a la amorosa compasión de la Virgen de la Asunción de Huata. Como un reguero de pólvora la noticia corrió por todo el pueblo. Al día siguiente el Alcalde Mayor y el Aguacil de Varas se dirigieron a Caraz a dar parte del milagro al cura párroco y a pedirle se constituya en el lugar para certificar el santo suceso.
Una multitud de carasinos subió a Huata acompañando la comitiva. Allí, en el templo, la feliz familia los esperaba en medio de una población enfervorizada. Cual Jesús, María y José en Belén, padre, madre e hijo eran objeto de admiración por todos los presentes. La madre no se cansaba de repetir los hechos.
El párroco de Caraz hizo constar el suceso y celebró un Te Deum, Misa especialmente reservada para los grandes sucesos de la Iglesia en acción de gracias por tan portentoso milagro, pues resucitar a los mu***os no es cosa de todos los días. Su prédica estuvo inflamada del más profundo fervor mariano.
Y desde entonces, cada año se celebra la fiesta del milagro. No se guardan registro de los nombres de los protagonistas. Ellos han quedado en el anonimato, Solo se conserva memoria del gran acontecimiento. A partir de este hecho, la fama de la Virgen de Huata creció de modo inconmensurable. Al año siguiente, el 30 de agosto de 1872, un huatino fervoroso, don Manuel Aguilar le obsequió a la virgen un hermoso manto, que hoy se conoce como el Manto del Milagro y aún se conserva en la sacristía del templo.
Tradiciones Ancashinas