28/05/2025
¡Así vivimos el Rompeolla 2025! 🥳 (este es un “latepost”, “late” porque es tardío, pero también porque “late” el corazón al revivir la celebración y agradecer tanta compañía bella ❤️).
El último domingo de febrero, despidiendo con intensidad el fin de los carnavales, empezó la fiesta. Se exhibieron los trabajos artísticos de los talleres de verano (gracias a Cartas Fílmicas, Servicios Educativos El Agustino, Gerald Colachagua, Zoe Mukicha y Clínica de los Sueños), seguimos con una primera ronda de máscaras y se dio inicio al programa festivo.
La Escuela Alba nos recordó que tenemos notas musicales guardadas en el brazo o en la pierna. Hizo que formáramos un círculo y percutiéramos nuestro cuerpo, ese instrumento musical que podemos tocar sin necesidad de saber lo que es un do bemol. Un impulso milenario, de cuando habitábamos cavernas y jugábamos con nuestras extremidades, nos llevó a generar ritmo con palmadas sobre el pecho y las rodillas. Tuvimos que aguzar los oídos para estar sincronizados, escuchar el cuerpo del otro. Por un momento, fuimos una tribu que celebraba la vida.
En el escenario que se había convertido la calle, Mariano Vargas, escritor del maravilloso “Rock en El Agustino”, compartió su emoción. Luego irrumpió “Teatro con causa” de Chichada Diversa, empujando un bus armado de cartones. Era la línea E, que va de San Miguel a El Agustino, lleno de pasajeros alterados, algo natural en una ciudad que nos tiene al borde de un ataque de nervios. Alguien no quería pagar el pasaje completo. ¿Cómo actuar ante precariedad del transporte público? Luego la obra de teatro se transformó en una sesión del Congreso de la República en la que los parlamentarios discutían un proyecto de ley que podía tener consecuencias negativas para la Amazonía. El público se sorprendía… Una saludable indignación debió de nacer ahí.
Caída la noche, Jesucho de Cajita de Fosforo, con un par de varas en las manos, alumbró el barrio de La Pampita. En una botella tenía un líquido inflamable que roció en la punta de las antorchas, y empezó la magia. Las candelas, que se meneaban con el viento que bajaba hacia la avenida Riva Aguero, nos tuvo absortos. El artista hizo malabares sencillos que se volvieron complejos, nos impedía parpadear. La penumbra hacía nítidas las llamas. Nadie puede mirar el fuego sin un asombro antiguo, decía el escritor Jorge Luis Borges, probablemente recordando al primer ser humano que frotando un par de ramas las encendió y quedó hechizado para siempre.
Entre un acto y otro, distintas organizaciones destaparon ollas llenas de dulces y regalos. Con el espíritu de carnaval, haciendo rondas al ritmo de una canción andina trepidante que salía del parlante, con el cabello y las manos manchados de talco, competimos en el suelo por chocolates, wafers y matracas. La algarabía creció cuando Donato Aguilar y Marco González aparecieron y desenfundaron sus guitarras, sacaron un cajón y nos pusieron a bailar a fuerza de huayno y festejo. Y hasta la cumbia brilló con la voz Pato desde Lima Norte. La noche fue diversa y feliz.
Fotos: Samanta Arutaype / Texto: Ghiovani Hinojosa / Video: Rony Jorge y varias miradas