07/04/2024
«No puedes porque tienes autismo».
Cinco palabras inaceptables. Cinco palabras que lo cambiarían todo. Así fue cómo el pequeño Benjamín llegó a nuestro servicio de fisioterapia para recuperarse de su fractura-luxación de la cabeza del radio.
Tenía siete años, apenas hablaba y no obedecía órdenes complejas. Siempre he pensado que el silencio desprende algo de poesía. Un arma que se confía a todo el mundo, pero que sólo se disfruta con los más cercanos. Y no hay nada más íntimo que decirlo todo, sin necesidad de decir nada. Una mirada, una sonrisa o el contacto puede ser más certero que disparar diez «te quieros» por la boca.
Benjamín no se expresaba con palabras, pero lo hacía a través del dibujo. Le encantaba pintar y, sinceramente, tenía un talento impropio para un niño de su edad. Venía a verme dos días por semana y cada martes y jueves me traía un dibujo que había hecho en su casa. Empezó a dedicarme tiempo en sus ratos libres, ¿acaso hay algo más valioso?
Hablé con su madre y decidimos utilizar el dibujo como herramienta terapéutica. No entrenábamos con pesas, ni gomas y tampoco podíamos abusar de movilizaciones pasivas, porque Benjamín no se encontraba cómodo con el contacto.
Así que empezamos a usar pinturas de colores para entrenar el agarre con sus dedos, el cuaderno de bocetos para forzar la prono-supinación pasando las páginas y el caballete de mesa para ganar fuerza y extensión de codo. Y así fue como, poco a poco, Benjamín se recuperó a través de su arte.
Siempre me acordaré de aquellos martes y jueves a las cinco de la tarde, donde una camilla normal de fisioterapia se convertía en la «camilla sixtina». Para algunos un auténtico cuadro, y para otros, simplemente, fisioterapia: el arte de adaptarse para recuperar la libertad de movimiento del ser humano, sea cual sea, su etiqueta diagnóstica.