29/05/2025
Título: Cuerpos en alerta: una mirada psicológica a la violencia creciente en el Perú
Durante los últimos años, los titulares en el Perú se han llenado de noticias que parecen repetirse: asesinatos, feminicidios, extorsiones, violencia familiar. A simple vista, pareciera que nos hemos acostumbrado a convivir con el miedo. Sin embargo, desde la psicología, es necesario detenernos y preguntarnos: ¿qué está pasando realmente en nuestra sociedad? ¿Cómo afecta este entorno violento a nuestra salud mental y a nuestras relaciones?
La violencia no es un fenómeno nuevo, pero lo que sí ha cambiado es su intensidad, visibilidad y complejidad. Hoy se presenta en múltiples formas: física, psicológica, sexual, económica, simbólica. Atraviesa clases sociales, géneros, edades y regiones. No se limita al ámbito privado del hogar, sino que se extiende a las calles, los colegios, los entornos laborales y los espacios digitales.
Desde una perspectiva psicológica, este contexto de violencia crónica genera lo que llamamos estado de hipervigilancia. Nuestros cuerpos y mentes permanecen en alerta constante, como si el peligro estuviera siempre a la vuelta de la esquina. Este estado sostenido afecta nuestra capacidad para relajarnos, confiar, vincularnos con otros y, en muchos casos, incluso para planificar un futuro.
Las secuelas de la violencia también se expresan en los síntomas silenciosos que muchas personas arrastran día a día: insomnio, ansiedad, ataques de pánico, desconfianza, irritabilidad, o incluso una tristeza persistente que parece no tener explicación aparente. A nivel colectivo, este malestar se traduce en fracturas sociales, polarización y deshumanización del otro.
Resulta fundamental entender que la violencia no surge de la nada. Tiene raíces profundas en desigualdades estructurales, modelos educativos que normalizan el castigo, masculinidades hegemónicas que exaltan el control y la agresión, y sistemas de justicia que no garantizan protección efectiva. A esto se suman la pobreza, la exclusión, la impunidad y la falta de oportunidades reales para grandes sectores de la población.
Como profesional en psicología, considero que tenemos la responsabilidad de ir más allá del diagnóstico individual. Es urgente promover una mirada psicosocial y comunitaria que aborde la violencia desde sus múltiples dimensiones. Esto implica fortalecer espacios seguros, fomentar la educación emocional desde edades tempranas, trabajar con familias, capacitar a docentes y agentes comunitarios, y sobre todo, escuchar a quienes han sido silenciados por tanto tiempo.
No basta con indignarse ante cada nuevo caso que aparece en los medios. Necesitamos recuperar la capacidad de empatizar, de reconocer el dolor ajeno como parte del nuestro. Solo así podremos construir relaciones menos violentas, tanto a nivel personal como social.
La violencia no es una condena inevitable. Es una construcción histórica y cultural, y como tal, puede ser transformada. Pero esa transformación solo será posible si empezamos por cuestionar nuestras propias creencias, revisar nuestras formas de convivir y comprometernos activamente con el cambio.
Luisa Fernanda Suárez
Investigadora en temas de salud mental