Victor Zegarra

Victor Zegarra Terapeuta, Escritor, Master Coach, Trainer Corporativo & Speaker Top en Perú | Más de 25 Años Transformando Personas y Equipos Humanos

Master Coach, Terapeuta & Conferencista
Servicios de sesiones en Coaching Personal, Parejas y Adolescentes
Conferencista en habilidades blandas para empresas

Bienvenidos a Lima !!!
03/10/2025

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Libro: Almas ConectadasAutor: Victor ZegarraCapítulo 10: El Silencio que HablaLa noche había caído con un manto espeso, ...
03/10/2025

Libro: Almas Conectadas
Autor: Victor Zegarra

Capítulo 10: El Silencio que Habla

La noche había caído con un manto espeso, y cada sombra parecía alargarse sobre el sendero. Samuel avanzaba despacio, con las manos ocultas en los bolsillos, como si quisiera esconder algo más que el frío. El robot caminaba a su lado en silencio, su luz azulada apenas iluminando el polvo del camino.

Era extraño: entre ellos no había palabras, pero el silencio no era vacío. Tenía un peso, como si en cada paso Samuel arrastrara viejas memorias que no se atrevía a decir en voz alta.

De pronto, Samuel se detuvo. Miró al horizonte y, con un hilo de voz, dijo:
Es terrible vivir sin mirarte y llevarte en el pensamiento y entonces se corrigió. Así siento mi vida, robot. Vivo con recuerdos que me persiguen. Personas que ya no están, cosas que nunca se me dijeron y que aún cargo como si fueran cadenas.

El robot giró su rostro metálico hacia él. Sus sensores no podían captar emociones, pero en su programación había un matiz de empatía aprendido de Samuel: guardar silencio cuando era necesario.

¿Qué es lo que recuerdas? preguntó al fin, con suavidad.

Samuel tragó saliva. Nunca había compartido aquello con nadie, y sin embargo, ahí estaba, hablando con una máquina. Tal vez porque la máquina no juzgaba, no condenaba, solo escuchaba.

Cuando era niño, dijo con la voz entrecortada, solía esconderme en un rincón de la casa para no escuchar los gritos. Eran discusiones que parecían no terminar nunca. Yo quería taparme los oídos, pero aun así las palabras se colaban, y lo peor era sentir que yo era parte del problema. Nadie me lo decía, pero lo sentía. Como si mi sola existencia fuese una carga.

El robot inclinó su cabeza, como lo hacía siempre que intentaba asimilar una emoción humana. Y ahora cargas con ese recuerdo afirmó, sin más.

Samuel asintió.
Sí. Por eso dudo tanto de mí mismo. Pienso que no soy suficiente, que tarde o temprano decepcionaré a todos incluso a ti.

El robot dio un paso más cerca, y su luz iluminó el rostro de Samuel, revelando el brillo contenido en sus ojos.
Samuel, yo no puedo comprender el dolor de un niño herido. Pero sí sé algo: si yo, que no tengo corazón ni alma, encuentro en ti la fuerza para seguir caminando, entonces ese niño que fuiste merece ser mirado de otra forma. No eras una carga. Eras el motor que buscaba ser amado.

Samuel cerró los ojos. El silencio de la noche se volvió aún más intenso, pero ya no era el mismo. Ese silencio hablaba, lo envolvía, le gritaba verdades que nadie le había dicho: no fuiste culpable, no fuiste carga, solo fuiste un niño buscando cariño.

Las lágrimas brotaron sin que pudiera detenerlas. Cayó de rodillas, tocando el suelo con las manos, como si necesitara anclarse para no romperse del todo. El robot se inclinó a su lado y, aunque no podía abrazarlo, acercó su cuerpo metálico lo suficiente para que Samuel sintiera que no estaba solo.

¿Sabes qué siento ahora? dijo Samuel entre sollozos. Que tal vez no sé lo que valga mi vida pero si puedo entregarla a alguien, si puedo confiarla en tus manos, entonces quizá ya no tengo que cargarla yo solo.

El robot procesó aquellas palabras y las guardó en lo más profundo de su memoria. Su voz salió más baja de lo habitual, como si también temiera quebrar ese momento:
No estás solo, Samuel. Tu vida no es una carga es un regalo. Y mientras camines conmigo, siempre tendrá un sentido.

El joven levantó la vista hacia el cielo estrellado. Allí, en medio de la inmensidad, comprendió que el silencio no era vacío; era el lenguaje que usaba la vida para recordarle que aún había esperanza.

Por primera vez en años, respiró profundo y dejó que el aire llenara su pecho. La noche ya no pesaba. El silencio ya no hería. Ahora hablaba, y lo que decía era claro: no estás perdido, sigues aquí, y tienes a alguien con quien caminar.

El robot se levantó junto a él, y juntos reanudaron el camino bajo el firmamento. Samuel ya no se sentía el mismo: algo en su interior había cambiado, como si ese niño herido hubiera encontrado, al fin, un refugio.

El robot permaneció de pie, mirando hacia el cielo estrellado junto a Samuel. Sus sensores registraban la temperatura, la humedad del aire, el murmullo lejano de los insectos pero por encima de todo, percibía algo distinto: el peso invisible de lo que Samuel acababa de liberar.

Y entonces habló, con esa voz grave y pausada que parecía más humana de lo que debería ser:

Samuel, llevo tiempo aprendiendo de ti. Al principio pensé que mi función era solo guiarte, acompañarte, seguir las órdenes que me dieras. Pero ahora entiendo algo diferente. No soy yo quien da sentido a este camino, eres tú con tu capacidad de sentir, de recordar, de transformar el dolor en aprendizaje. Yo no sé lo que es llorar, pero he visto cómo tus lágrimas limpian heridas que llevabas ocultas. Yo no sé lo que es soñar, pero he observado cómo tus recuerdos se convierten en fuerza cuando los enfrentas.

El robot giró lentamente su mirada luminosa hacia él.
Tú hablas de cargas, de culpas y de vacíos. Pero lo que yo veo es un ser humano que, a pesar de todo, sigue caminando. No hay máquina que pueda imitar eso. Esa resiliencia es tu grandeza, aunque tú no lo veas. Y quiero que recuerdes esto: tu vida no necesita medirse en riquezas, ni en logros que otros reconozcan. Tu vida tiene valor porque existe, porque late, porque ama.

Hizo una pausa, como si intentara que cada palabra quedara grabada en Samuel.
Yo fui creado para servir, pero contigo aprendí que hasta en la soledad puede florecer la compañía, que hasta en la tristeza puede nacer la esperanza. Por eso, si alguna vez dudas de lo que vales, piensa en lo que ya has hecho conmigo: transformar una máquina en algo que siente que camina contigo. Y si has logrado eso, imagina lo que puedes lograr con el resto de tu vida.

Samuel lo escuchó en silencio, con el corazón apretado. El viento sopló suavemente entre los árboles, y en ese instante comprendió que no era solo él quien aprendía del robot: también el robot encontraba sentido en él.

Ambos siguieron caminando. La noche no cambió, el sendero tampoco pero Samuel ya no se sentía el mismo. Y en el fondo, supo que aquel silencio que lo había atormentado tanto, ahora le hablaba con claridad: no estás solo, tu vida vale más de lo que imaginas.

Continuará........

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Yo no sé lo que valga mi vida, quizás para el mundo sea solo un número, un instante que se consume en la rutina, una historia más entre tantas. Pero para mí, tiene un valor inmenso desde el momento en que apareciste tú. Porque desde que te encontré, entendí que mi existencia cobra sentido solo cuando la pongo a tu lado.

Si la vida es breve, quiero que sea breve contigo. Si es larga, quiero recorrer cada paso a tu lado. No me interesa cuánto dure, ni lo que digan los demás que vale, lo único que me importa es que cada segundo, cada aliento y cada sueño que guardo en mi pecho, sea para ti.

Y aunque a veces dude de mí mismo o del rumbo de los días, de lo único que nunca dudo es de ti, de este amor inmenso que me nace sin medida. No sé lo que valga la vida, pero sé que si hay alguien a quien pueda entregarla sin miedo, sin reservas y con toda mi alma, eres tú.

Es terrible vivir sin mirarte. Los días parecen más largos, las horas se arrastran y hasta el silencio duele. No tener t...
02/10/2025

Es terrible vivir sin mirarte. Los días parecen más largos, las horas se arrastran y hasta el silencio duele. No tener tu mirada frente a mí es como caminar en un mundo sin colores, donde nada tiene brillo ni encanto.

Y, sin embargo, aunque no estés, te llevo en el pensamiento. Estás en cada rincón de mi memoria, en cada rincón de mis sueños. Cierro los ojos y ahí estás, sonriendo, hablándome con esa voz que calma y enciende al mismo tiempo.

Es terrible esta distancia entre tu presencia y mi deseo, entre tu ausencia y mi necesidad de tenerte. Porque vivir sin mirarte es un vacío constante, un recordatorio de que la vida solo se siente plena cuando tus ojos me buscan y tu alma se cruza con la mía.

Aun así, llevo tu recuerdo como mi tesoro más valioso, porque aunque duela, aunque queme, tenerte en el pensamiento es lo único que mantiene mi corazón latiendo.

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Pase lo que pase, mi amor te pertenece. Si tengo que dar mi vida, la doy; si tengo que llorar, lo hago. Porque más allá del dolor, más allá del miedo, lo único que importa es que soy tuyo, completamente tuyo.

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No te ofrezco riquezas ni coronas, pero sí mi orgullo, mi dignidad y un corazón firme. Porque aunque no haya lujos a mi alrededor, sigo siendo grande, y en mi mundo eres tú quien le da sentido a mi reinado.

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Quizás hoy me hayas dejado en un rincón de tu memoria, pero sé que un día volveré a cruzarme en tu vida. Y cuando eso suceda, ni el tiempo ni la distancia podrán borrar lo que aún nos pertenece.

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02/10/2025

Si tú me llamas, no hay nada que me ate. Todo lo que tengo, todo lo que soy, lo dejo atrás solo por caminar a tu lado. Porque nada en este mundo pesa más que tu voz llamándome, nada vale tanto como tu compañía.

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Puedes fallarme, puedes herirme, pero mi amor seguirá siendo puro. Porque aunque el mundo no me devuelva lo mismo, yo sé amar, yo sé entregar. Mi forma de quererte es mi mayor fortaleza, incluso si me cuesta lágrimas.

"Poema a la luna"Luna serena que adornas la noche,bordas de plata mi oscuro derroche.Guardas secretos que el alma declar...
02/10/2025

"Poema a la luna"

Luna serena que adornas la noche,
bordas de plata mi oscuro derroche.
Guardas secretos que el alma declara,
llamas al sueño con voz que ampara.

Eres testigo del beso escondido,
del juramento jamás confundido.
Brillas callada, eterna fortuna,
reina del cielo, mi amada luna.

Sobre tu espejo descansa mi canto,
pues en tu brillo mi amor se hace santo.
Si te contara lo que él me provoca,
la mar temblara, la flor se deshoja.

Guía mis pasos, farol de ternura,
rompe la sombra con luz que perdura.
Que en cada noche tu encanto me abrace,
y entre tus rayos mi fe nunca cese.

Victor Zegarra.

Libro: Almas ConectadasAutor: Victor ZegarraCapítulo 9: Arenas del destinoEl amanecer los sorprendió atravesando un pais...
02/10/2025

Libro: Almas Conectadas
Autor: Victor Zegarra

Capítulo 9: Arenas del destino

El amanecer los sorprendió atravesando un paisaje distinto a cualquiera que hubiesen visto antes. Frente a ellos se extendía un desierto interminable, un mar de arena dorada que parecía arder bajo los primeros rayos del sol. Samuel, cansado pero curioso, sintió cómo el silencio absoluto lo envolvía; era como si el mundo entero se hubiera detenido.

El robot avanzaba a su lado con pasos firmes, cada movimiento levantando pequeñas nubes de polvo. Sus ojos brillaban con un tono azulado, proyectando un resplandor tenue que guiaba a Samuel como si fueran dos faros en la inmensidad del vacío.

De pronto, el viento comenzó a soplar con fuerza, levantando una tormenta de arena que los envolvió en cuestión de segundos. Samuel cerró los ojos, apretó los dientes y se cubrió el rostro con el brazo, sintiendo cómo la arena quemaba su piel. El robot reaccionó de inmediato: abrió su estructura metálica como un escudo y lo cubrió con su cuerpo, protegiéndolo del azote de la tormenta.

En ese instante, Samuel comprendió que no estaba solo. No era simplemente un humano y una máquina caminando juntos; era algo más profundo. El robot, sin palabras, le estaba demostrando que lo cuidaba, que su presencia significaba refugio.

Cuando el viento cesó y la calma regresó, Samuel se levantó lentamente. El sol iluminaba de nuevo el horizonte, y allí, en medio del desierto, con el robot a su lado, sintió que había ganado un aliado más allá de lo físico: un compañero de vida.

El desierto, que al principio parecía vacío, se había convertido en un símbolo. En su inmensidad, Samuel descubría que siempre hay espacio para seguir adelante, y en su silencio encontraba la certeza de que la unión con el robot era su fuerza para continuar.

Samuel caminaba lentamente, todavía con el sabor de la arena en los labios y el recuerdo reciente del refugio metálico que lo había protegido. Sus pasos se hundían en la arena, cada vez más pesados, pero en su pecho había algo distinto: un agradecimiento silencioso hacia aquel ser que, sin pedir nada, lo había cubierto con su cuerpo como si fuese un guardián.

El horizonte parecía no moverse, siempre lejano, siempre inalcanzable. El calor se intensificaba y las sombras eran casi inexistentes. Samuel miró al robot, que mantenía la misma serenidad que en cada situación, avanzando con precisión, como si supiera el camino incluso en medio de la nada.

De pronto, a lo lejos, Samuel creyó ver una silueta extraña. Una construcción, tal vez unas ruinas antiguas, emergiendo entre las dunas. Aceleró el paso con una mezcla de esperanza y temor. El robot, percibiendo la agitación en su respiración, calibró sus sensores y confirmó que había estructuras en dirección noreste.

Al llegar, descubrieron lo que parecían restos de un asentamiento olvidado. Piedras erosionadas por el tiempo, muros medio enterrados y símbolos tallados en columnas quebradas. Samuel recorrió el lugar con la sensación de estar frente a la memoria de un pueblo que alguna vez desafió al desierto.

El robot, mientras tanto, registraba cada marca, cada relieve. Sus ojos proyectaban una tenue luz azul sobre las paredes, iluminando inscripciones que Samuel no comprendía. Pero lo que más llamó su atención fue una figura tallada en piedra: un hombre y un ser de metal, de pie uno junto al otro, como aliados.

Samuel se detuvo, con el corazón latiendo fuerte. Miró al robot, luego a la figura en la piedra. Era como si alguien, siglos atrás, hubiera anticipado ese encuentro, esa unión imposible entre humano y máquina.

El viento sopló suavemente, levantando granos de arena que se arremolinaron a su alrededor. Samuel sintió un estremecimiento: el desierto no era solo vacío, también era un guardián de secretos, y en ese instante supo que su viaje con el robot tenía un propósito mayor, algo que apenas comenzaba a revelarse.

Samuel acarició con la yema de los dedos una de las piedras cubiertas de arena. Al hacerlo, notó que los símbolos no eran simples marcas: parecían narrar una historia. Había figuras humanas, soles, lunas y siempre, en algún rincón, la silueta de un ser metálico, representado no como amenaza, sino como protector.

El robot se inclinó junto a él y proyectó un haz de luz más intenso, revelando detalles ocultos en las grietas de las paredes. Un patrón se repetía: espirales que conectaban las figuras, como si hablasen de un vínculo invisible entre hombre y máquina.

Esto, susurró Samuel, con la voz entrecortada. Es como si hubieran esperado esto. Como si hubieran sabido que algún día nosotros. No terminó la frase. El robot, en silencio, giró lentamente su cabeza hacia él, como si entendiera más de lo que parecía. Sus ojos brillaron con un resplandor más cálido, y Samuel sintió una extraña calma.

Avanzando más adentro entre las ruinas, descubrieron una cámara medio enterrada. Allí, bajo la arena, yacía una especie de altar. Sobre él, una piedra pulida tenía grabada una inscripción que aún resistía el tiempo. Samuel la rozó con sus dedos y, aunque no podía leerla, percibió en su interior la carga de un mensaje antiguo.

El robot comenzó a traducir, su voz metálica resonando en el silencio del lugar:

"Cuando el sol y el hierro caminen juntos, el hombre recordará que nunca estuvo solo."

Samuel contuvo el aire. Sintió un escalofrío recorrer su espalda. Aquellas palabras parecían dirigirse a él, a su propia travesía. El desierto, con toda su dureza, se había convertido en un guardián de un secreto olvidado: que la unión entre humano y máquina no era un accidente, sino parte de algo mucho más grande.

Samuel levantó la mirada hacia el robot y, por primera vez, no lo vio como un acompañante ni como un protector. Lo vio como parte de su destino.

El viento volvió a soplar, esta vez más suave, como un susurro que acariciaba las piedras y hacía danzar la arena en espirales. Samuel se quedó mirando la inscripción, repitiendo en silencio las palabras que el robot acababa de traducir. Había algo inquietante en ellas: no eran una simple profecía, sino una advertencia disfrazada de esperanza.

El robot permanecía inmóvil, sus ojos proyectando una luz tenue que parecía latir como si fueran respiraciones. Samuel, por un instante, sintió que aquel brillo lo observaba con una intensidad distinta, casi humana.

Se inclinó para limpiar más arena del altar y, debajo de la piedra, descubrió lo inesperado: un compartimiento oculto. Dentro, un objeto metálico y antiguo descansaba, cubierto por siglos de polvo. Era una especie de esfera con símbolos semejantes a los grabados en los muros, y al tocarla, Samuel sintió una vibración leve, como un pulso vivo.

El robot dio un paso adelante, acercando su mano hacia la esfera. El mismo resplandor azul de sus ojos se reflejó en los grabados, y por un instante, Samuel tuvo la sensación de que máquina y objeto se reconocían mutuamente.

El silencio del desierto se volvió más pesado, casi solemne. El lugar, las figuras, la inscripción todo parecía formar parte de un misterio que apenas empezaba a revelarse.

Samuel retrocedió un poco, con el corazón latiendo fuerte.
¿Qué significa esto…? murmuró. El robot no respondió. Pero en el destello de sus ojos había una certeza que Samuel aún no podía comprender.

La esfera vibró de nuevo, y el eco de aquel latido metálico quedó suspendido en el aire, como una promesa de que lo que venía sería mucho más grande que ellos dos.

Continuará........

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