
02/09/2025
𝐂𝐀𝐒𝐎𝟏: Mariela creció en una casa donde nunca hubo palabras tiernas ni gestos de afecto. Todo giraba en torno a deberes y responsabilidades. El cariño era un lujo ausente (𝐎𝐫𝐢𝐠𝐞𝐧 𝐝𝐞𝐥 𝐄𝐬𝐪𝐮𝐞𝐦𝐚 𝐝𝐞 𝐏𝐫𝐢𝐯𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐄𝐦𝐨𝐜𝐢𝐨𝐧𝐚𝐥). Con el tiempo, empezó a sentir que nadie la quería de verdad. Aunque había personas en su entorno que se preocupaban por ella, no podía notarlo. Se entristecía con facilidad, lloraba sin entender bien por qué y se preguntaba por qué el mundo parecía tan frío con ella (𝐄𝐬𝐪𝐮𝐞𝐦𝐚 𝐝𝐞 𝐏𝐫𝐢𝐯𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐄𝐦𝐨𝐜𝐢𝐨𝐧𝐚𝐥). En sus relaciones, aceptaba lo que los demás le ofrecían, aunque fuera poco o injusto. Llegó al punto de que su pareja y sus amigas se aprovechaban de ella y, aun así, por miedo a perderlos, prefería callar y conformarse (𝐌𝐨𝐝𝐨 𝐂𝐨́𝐦𝐩𝐥𝐢𝐜𝐞 𝐑𝐞𝐧𝐝𝐢𝐝𝐨). Esa actitud la desgastaba cada vez más, manteniéndola atrapada en el mismo vacío de siempre.(𝐏𝐞𝐫𝐩𝐞𝐭𝐮𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞𝐥 𝐄𝐬𝐪𝐮𝐞𝐦𝐚)
𝐂𝐀𝐒𝐎 𝟐: Javier creció con la sensación de que las personas que amaba siempre terminaban alejándose. Su madre viajaba constantemente por trabajo y su padre rara vez estaba en casa. Aprendió a vivir con la angustia de que, en cualquier momento, podía quedarse solo. (𝐎𝐫𝐢𝐠𝐞𝐧 𝐝𝐞𝐥 𝐄𝐬𝐪𝐮𝐞𝐦𝐚 𝐝𝐞 𝐀𝐛𝐚𝐧𝐝𝐨𝐧𝐨)
Con el tiempo, empezó a sentir que nadie estaría ahí para él de manera constante. Aunque tenía amigos y familiares cercanos, vivía con la idea de que tarde o temprano lo dejarían. Esa incertidumbre lo llenaba de ansiedad y lo hacía dudar de su propio valor (𝐄𝐬𝐪𝐮𝐞𝐦𝐚 𝐝𝐞 𝐀𝐛𝐚𝐧𝐝𝐨𝐧𝐨). En sus relaciones, llamaba con insistencia, enviaba mensajes a cada rato y se desesperaba cuando no recibía respuesta. Pensaba que así aseguraba la cercanía, pero en realidad terminaba sofocando a quienes más quería (𝐌𝐨𝐝𝐨 𝐒𝐨𝐛𝐫𝐞𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐨𝐥𝐚𝐝𝐨𝐫). Esa necesidad excesiva solo reforzaba la herida original, manteniéndolo atrapado en el mismo miedo de siempre. (𝐏𝐞𝐫𝐩𝐞𝐭𝐮𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞𝐥 𝐄𝐬𝐪𝐮𝐞𝐦𝐚)
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Cuando explico los 𝐄𝐬𝐪𝐮𝐞𝐦𝐚𝐬 𝐃𝐞𝐬𝐚𝐝𝐚𝐩𝐭𝐚𝐭𝐢𝐯𝐨𝐬 𝐓𝐞𝐦𝐩𝐫𝐚𝐧𝐨𝐬, recurro a la metáfora del árbol. El tronco y la copa representan las creencias, emociones y sensaciones disfuncionales que nacieron en la infancia cuando las necesidades emocionales no fueron atendidas. De ahí surgen frutos amargos: pensamientos dolorosos, emociones intensas y conductas repetitivas que nos llevan una y otra vez al mismo sufrimiento.
Este árbol no se sostiene por sí mismo. Se alimenta de nuestras propias reacciones. Los 𝐦𝐨𝐝𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐚𝐟𝐫𝐨𝐧𝐭𝐚𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨 -como evitar, rendirse o sobrecompensar- y los 𝐦𝐨𝐝𝐨𝐬 𝐜𝐫𝐢́𝐭𝐢𝐜𝐨𝐬 -esas voces internas que juzgan y castigan- son el 𝐟𝐞𝐫𝐭𝐢𝐥𝐢𝐳𝐚𝐧𝐭𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐫𝐞𝐟𝐮𝐞𝐫𝐳𝐚 𝐥𝐚𝐬 𝐫𝐚𝐢́𝐜𝐞𝐬 𝐝𝐞𝐥 𝐞𝐬𝐪𝐮𝐞𝐦𝐚. Mariela, por ejemplo, aceptaba lo mínimo en sus relaciones por miedo a perder a los demás y Javier buscaba con insistencia la atención de quienes quería. Ambos, sin darse cuenta, echaban más abono al mismo árbol que los hacía sufrir.
Así se forma un círculo vicioso: el esquema se activa, reaccionamos desde los modos y lo mantenemos vivo. Lo que parece protegernos solo termina dañándonos más.
La terapia de esquemas propone cambiar ese abono. Ya no se trata de cortar frutos, porque volverán a crecer, sino de 𝐧𝐮𝐭𝐫𝐢𝐫 𝐞𝐥 𝐚́𝐫𝐛𝐨𝐥 𝐜𝐨𝐧 𝐧𝐮𝐞𝐯𝐚𝐬 𝐞𝐱𝐩𝐞𝐫𝐢𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚𝐬: el desarrollo del modo 𝐀𝐝𝐮𝐥𝐭𝐨 𝐒𝐚𝐧𝐨, la alegría del 𝐍𝐢𝐧̃𝐨 𝐅𝐞𝐥𝐢𝐳 y una relación reparadora. Así, el árbol puede transformarse y dar frutos distintos: seguridad, confianza y plenitud.
𝐌𝐭𝐫𝐚‧ 𝐏𝐚𝐭𝐫𝐢𝐜𝐢𝐚 𝐔𝐠𝐚𝐫𝐭𝐞, 𝐈𝐒𝐒𝐓
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