
20/08/2025
Detrás de cada latido de tu corazón, de cada contracción muscular y de cada impulso nervioso que atraviesa tu cuerpo, hay un grupo de sustancias invisibles trabajando en silencio: los electrolitos. Estos minerales —principalmente potasio, sodio y magnesio— no solo están disueltos en tus fluidos corporales; son los responsables de que cada célula del cuerpo se comunique, se active y funcione como debe. Y cuando sus niveles se alteran, los efectos pueden sentirse desde un leve calambre hasta un paro cardíaco.
El potasio es esencial para mantener el equilibrio eléctrico de las células, en especial las del músculo cardíaco. Su presencia regula la polaridad de las membranas celulares y permite que el corazón lata de forma rítmica y coordinada. Si hay demasiado potasio en sangre (hiperpotasemia), el corazón puede latir de forma irregular o incluso detenerse. Si hay muy poco (hipopotasemia), pueden aparecer arritmias, debilidad muscular o parálisis temporal. El cuerpo necesita que esté en niveles precisos, ni más ni menos.
El sodio, por su parte, regula el volumen de los líquidos corporales y la transmisión de impulsos nerviosos. Es clave en la contracción muscular, incluyendo la del corazón, y en el control de la presión arterial. Cuando hay un exceso de sodio, como ocurre con dietas ricas en sal, la presión puede elevarse y aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Cuando falta, pueden aparecer mareos, confusión, fatiga intensa e incluso convulsiones.
El magnesio, aunque menos mencionado, es un estabilizador silencioso del sistema nervioso y muscular. Participa en más de trescientas reacciones bioquímicas, ayuda a mantener el ritmo cardíaco estable y relaja la musculatura después de una contracción. Su déficit puede provocar temblores, espasmos musculares, ansiedad, insomnio e irregularidades cardíacas. Incluso puede amplificar los efectos de una falta de potasio, agravando el problema.
Cada uno de estos electrolitos está en constante movimiento, entrando y saliendo de las células, regulados por mecanismos finos que dependen de los riñones, la dieta, la actividad física y el estado de salud general. La deshidratación, el exceso de sudor, el uso de diuréticos, el vómito prolongado, la diarrea o algunas enfermedades pueden descompensarlos con rapidez. Y aunque parezcan síntomas menores —como debilidad, fatiga o calambres—, muchas veces son el primer aviso de un desequilibrio que, si no se corrige, puede tener consecuencias graves.
Cuidar los niveles de potasio, sodio y magnesio no es solo una cuestión de nutrición, sino de equilibrio vital. Ellos son los mensajeros eléctricos del cuerpo, los que mantienen el corazón latiendo con precisión y los músculos funcionando con fluidez. Y como todo lo esencial, su trabajo pasa desapercibido… hasta que algo deja de funcionar. Por eso, hidratarse bien, comer de forma equilibrada y escuchar al cuerpo cuando muestra señales sutiles es una forma simple —pero poderosa— de proteger el motor interno que nos sostiene día a día.