26/06/2025
La indolencia como enfermedad institucional: una reflexión desde el borde de la conciencia médica
Hace apenas unas semanas, en un hecho tan doloroso como simbólico, el Hospital Santa Rosa fue víctima del hurto de sus equipos de endoscopía. Equipos que no solo eran herramientas técnicas, sino brazos extendidos de la esperanza para cientos de pacientes vulnerables que, día a día, claman por diagnósticos oportunos, por la posibilidad de detener una hemorragia digestiva, de esclarecer una masa sospechosa, o simplemente de vivir un día más sin dolor. Verlos desaparecer, tras tanto esfuerzo y años de gestiones arduas, fue como arrancar una costilla del sistema público sin anestesia, a sangre viva. Y sin embargo, no fue eso lo más desgarrador.
Lo más terrible ha sido, sin duda, la indolencia.
Indolencia como una gangrena moral que parece haber hecho metástasis en algunos sectores de nuestro propio cuerpo médico. Indolencia que no se manifiesta con palabras ofensivas ni con gestos violentos, sino con la omisión: con la mirada que se aparta, con los hombros que se encogen, con las excusas burócratas que se disfrazan de prudencia administrativa para justificar la inacción. Esa dejadez institucionalizada, ese "no se puede" que se repite como un mantra hueco y cruel, mientras un paciente se desangra o espera una respuesta que nunca llega.
Como médico y como ciudadano, dolido por lo que veo y por lo que no debería seguir ocurriendo, decidí actuar. Gestionamos, desde la Clínica Santa Emilia, el préstamo de un equipo completo de endoscopía digestiva al hospital, sin costo alguno. Un acto de solidaridad que, en cualquier parte del mundo con un mínimo de lógica y humanidad, debería haber sido recibido como un alivio, como una bendición, como una respuesta esperada. Pero no. En este país donde a veces lo absurdo gobierna con más fuerza que la sensatez, nos encontramos con barreras, suspicacias, y hasta con negativas disfrazadas de tecnicismos.
¿Desde cuándo se volvió tan difícil simplemente ayudar?
¿En qué momento la fraternidad entre médicos fue sustituida por el ego, el temor o la burocracia más estéril?
¿Cómo hemos llegado al punto en el que un gesto altruista genera más sospechas que gratitud?
Me duele profundamente ver cómo el sentido común ha sido exiliado de muchos espacios donde debería ser soberano. Me duele ver que lo que era un acto médico y humano —poner nuestros recursos al servicio del más necesitado— sea malinterpretado o, peor aún, rechazado sin razón de peso. Y me duele más aún porque detrás de cada equipo que no se usa, hay un paciente que no se atiende. Y detrás de cada paciente que no se atiende, hay una historia que se trunca.
No, no es solo una cuestión técnica. Es una cuestión ética. Es una cuestión de conciencia.
Hoy, más que nunca, necesitamos una medicina no solo bien entrenada en ciencia, sino profundamente conectada con la humanidad que la justifica. Una medicina que no tema tender la mano, que no se pierda en el laberinto de las formas mientras mueren los fondos. Una medicina valiente, compasiva, rebelde ante la injusticia, generosa frente a la miseria.
Desde la Clínica Santa Emilia seguiremos insistiendo. Porque creemos que la medicina, como dijo William Osler, es la ciencia de la incertidumbre y el arte de la probabilidad, pero también —y sobre todo— es el deber moral de no callar ni quedarse inmóvil ante el sufrimiento evitable.
Hoy alzo la voz no solo como médico, sino como ser humano. Que el eco de esta reflexión despierte a quien aún conserve la capacidad de sentir. Porque ayudar no debería ser una opción heroica, sino una obligación natural. Y porque en cada minuto que perdemos debatiendo lo evidente, hay una vida que se nos escapa.