18/04/2025
Estoy sentada junto a mi madre en una habitación del hospital.
En la cama de al lado, yace una anciana muy mayor, con más de noventa años. En silencio. Tranquila. Apenas se mueve. Tiene los ojos cerrados, como si descansara después de toda una vida. En la sala reina un silencio que se puede sentir. De esos que hablan sin decir palabra.
De repente, se abren las puertas. Entra un anciano, delgado, encorvado. Cada paso suyo parece un esfuerzo enorme. En una mano lleva un bastón, en la otra, una simple bolsa de plástico. Camina despacio, pero con decisión.
En la bolsa — cosas muy sencillas: un tarro con compota de manzana, unos trozos pequeños de pollo hervido, unas galletitas. Todo cortado en trocitos suaves, fáciles de masticar. Preparado con cariño. Para que a ella le sea fácil comer.
No dicen casi nada. Él se sienta a su lado, en una silla. Y entonces sucede algo que me parte el alma.
Se inclina y le toma la mano, con firmeza, durante mucho rato. Como si tuviera miedo de soltarla. Como si supiera que, si la suelta, ella se irá. Para siempre.
Y la mira… no como se mira a una enferma. La mira como si la viera por primera vez. Como a todo su mundo. Como a su hogar. Como a su amor.
No hacen falta palabras, porque en ese gesto hay todo:
el pasado, la lealtad, los días compartidos, el dolor, la cercanía.
En esa mano están los hijos, las fiestas, los silencios, los lunes cualquiera. Una vida entera.
Miro y lloro. Porque, de pronto, entiendo algo muy simple pero tan real:
El amor no son ramos de rosas.
No son cenas a la luz de las velas.
No son fotos perfectas de vacaciones.
El amor es alguien que viene aunque apenas pueda caminar.
Es quien te corta la manzana en trocitos.
Quien te toma de la mano cuando el mundo se derrumba.
Quien se queda. Hasta el final.
Nosotros, los jóvenes, lo olvidamos. Corremos, posponemos. Nos avergonzamos de la ternura.
Pero llegará un día en que todos seremos esa abuela. O ese abuelo.
Y entonces no importará cuántos seguidores tuvimos, ni cuántos metros cuadrados tenía nuestra casa.
Importará solo una cosa: si alguien sostiene nuestra mano.
Y ojalá todos tengamos esa mano.
Esa que no nos suelta.
Porque el amor verdadero es así:
silencioso. Pero permanece.
Hasta el último aliento. ❤️
Crédito al autor!