Psico. Ingrid Torres

Psico. Ingrid Torres Psicóloga Clínica, con especialización en Psicooncologia, Terapia de Pareja, AutoSuperación Personal

01/08/2025

Los niños no aprenden solo con palabras. Aprenden al observarnos.

Imitan nuestras acciones más que nuestros discursos. Nos miran todo el tiempo, incluso cuando no nos damos cuenta.

Observan cómo tratamos a nuestra pareja, a nuestras familias, a quienes son diferentes o más vulnerables. Ven cómo enfrentamos los momentos difíciles, cómo nos hablamos a nosotros mismos y cómo habitamos el mundo.

A través de nuestras actitudes, van construyendo su forma de ser y su sentido de valor.
Nuestra manera de vincularnos con ellos se convierte en la base de su autoestima.

Somos su primer espejo, su primer modelo.

¿Qué les estamos enseñando a ser?

Esta historia nos enseña que está en nuestras manos hacer de este un mundo mejor. Se la comparto con mucho cariño...“NAD...
19/07/2025

Esta historia nos enseña que está en nuestras manos hacer de este un mundo mejor.
Se la comparto con mucho cariño...

“NADIE LE HABLABA EN LA ESCUELA… HASTA QUE EMPEZÓ A DIBUJAR SONRISAS EN LAS PUERTAS DEL BAÑO”

A Camila le decían “la rara”.... tenía 13 años y pasaba los recreos sola, en un rincón del patio.
No sabía hablar de maquillaje, ni de modas, ni de TikTok.
Le gustaba dibujar....llevaba siempre un cuaderno con hojas dobladas y lápices gastados.
A veces dibujaba personas que ya no veía.
Otras veces, inventaba mundos donde nadie la señalaba con el dedo.
Un día, mientras estaba en el baño de la escuela, notó algo:
En la puerta del cubículo había insultos escritos con marcador.
Palabras feas.
De esas que duelen aunque uno no quiera leerlas.

Camila no dijo nada.
Pero al día siguiente, trajo un plumón negro en el bolsillo y en cada puerta, donde había un insulto, dibujó una carita feliz chiquita.
Abajo escribió:“Si hoy no puedes con todo, empieza con respirar.”

Al día siguiente, tachó el insulto de otra puerta y en su lugar, dibujó una flor.

Y escribió: "Aquí también caben los que no encajan.”

Sin decirlo, empezó un ritual.

Cada vez que encontraba una frase cruel, la tapaba con un dibujo, un corazón, un árbol, un gato dormido, un sol...una estrella...
No firmaba.
No pedía permiso.
Solo lo hacía.

Pronto, otras chicas comenzaron a hacer lo mismo.

Las puertas del baño, que antes eran un muro de insultos, se llenaron de frases pequeñas:

“Respira.”
“Te quiero aunque no te conozca.”
“Si hoy lloras, mañana floreces.”

Los maestros se dieron cuenta.

Pensaron en borrarlo todo.
Pero decidieron dejarlo.

Porque por primera vez en mucho tiempo, el baño de la escuela se había vuelto un lugar seguro.

Un lugar donde alguien, sin querer fama, estaba sembrando ternura en las paredes.

Camila nunca contó que era ella.
No hacía falta.

Un día, una compañera que siempre la ignoraba se le acercó y le dijo:

—“¿Me enseñas a dibujar como tú?”

Camila sonrió.
Sacó un lápiz.
Y comenzó.

La historia se supo cuando una maestra subió fotos a redes.

Se hizo viral.

Miles de personas comentaron:

“Ojalá todas las escuelas tuvieran una niña que borra insultos… con dibujos de amor.”

Hoy, en esa secundaria, las puertas del baño son un mural de pequeños gestos anónimos.

Y Camila, sin dejar de ser “la rara”, se convirtió en algo más importante:

La que cambió el rincón más triste de la escuela… en un refugio para los que no quieren rendirse.

ME RECLAMÓ LA CASA QUE ME DEJÓ CUANDO TENÍA 9 AÑOS… Y LE DI UNA LECCIÓN QUE NO OLVIDARÁ”—Empaca tus cosas, mamá. Y puede...
17/07/2025

ME RECLAMÓ LA CASA QUE ME DEJÓ CUANDO TENÍA 9 AÑOS… Y LE DI UNA LECCIÓN QUE NO OLVIDARÁ”

—Empaca tus cosas, mamá. Y puedes ir a buscar a tu poeta desempleado —le dije con frialdad, mientras cambiaban las cerraduras del departamento.

—¡Llévatelo todo y vete! —le lancé unas llaves—. Hay un apartamento a dos cuadras de aquí. Te pagué el primer mes de alquiler.
Me dejaste cuando tenía nueve años… y ahora vienes a reclamar lo que yo construí con mi esfuerzo.
No, mamá. Ahora vive como te mereces.

Vera se quedó en shock. Su labio temblaba.

—¿Cómo te atreves a hablarme así? ¡Yo te di la vida!

—Y luego me dejaste —respondí con calma—. Por Nikolai. Ese “romántico” sin trabajo que escribía poemas mientras yo pasaba hambre.

---

Esta historia comenzó muchos años atrás.
Mi padre, Andrey, era un hombre trabajador. Capataz en una fábrica. Responsable, sencillo… pero sin tiempo para flores ni canciones.
Mi madre, en cambio, soñaba con una vida de novelas. Quería gestos, poesía… espectáculo.

Un día, papá le pagó unas vacaciones en un sanatorio. Fue sola, con la excusa de descansar.
Volvió… distinta.
—Conocí el amor verdadero —me dijo—. Nikolai es romántico, sensible… no como tu padre.

Poco después, papá se fue de la casa. En silencio. Nos dejó el departamento, a mi madre y a mí.

Y a la semana, Nikolai se mudó con nosotras.
Yo tenía solo nueve años.

—¡Mamá, que se vaya! ¡Quiero que vuelva papá! —le grité una vez.

—¡Cállate! —me gritó ella—. Nikolai es un artista. ¡Y es MI decisión!

Pero el “artista” no trabajaba. Ni sabía cómo. Decía que era porque “el ambiente laboral lo mataba”.
Eso sí: me quitaba la comida, la ropa, el lugar en la mesa…
Pero a mi madre le regalaba flores robadas de los jardines y versos ridículos.

Papá enviaba la pensión cada mes… pero yo jamás la vi.
—Necesito una chaqueta —le reclamé un día—. Ya no me cierra la que tengo.

—Aguanta —me dijo—. Kolya necesita ropa nueva para una entrevista.

Y cuando quedó embarazada de nuevo… me mandó con una vecina. Anna Petrovna.
Una anciana sola, que me trató como a su nieta.

Ella me enseñó más que nadie:

> “Ni la sangre garantiza cariño. El amor se demuestra. El respeto se gana. Incluso tu familia… puede traicionarte”.

---

Crecí trabajando, estudiando y agradeciendo.
Fui becada. Fui arquitecta. Fui libre.

Con los años, compré el mismo departamento donde viví con mi madre. Lo reconstruí desde los cimientos.
Cada rincón llevaba mi nombre, no el de ella.

Hasta que un día… sonó el timbre.

—Hola, hija… vine a quedarme unos días —balbuceó—. Tu padrastro está enfermo. Perdimos el lugar donde vivíamos y…

Y ahí fue cuando le dije todo. Sin lágrimas. Sin gritos. Solo verdad.

—Tú me dejaste por un poeta de hambre. Y ahora vuelves cuando no tienes adónde ir.
Pero esta casa… esta vida… la levanté sola.

---

Le pagué un mes en otro apartamento.
Y me despedí.

Esa noche preparé té. Como hacía con Anna.
Puse una segunda taza en la mesa… vacía. Pero sentí su abrazo ahí.

Porque a veces, lo que no se dice con palabras… se dice con dignidad.

Y algunas heridas no se curan con perdón.
Se curan con distancia. Y una última taza de té.

---

Tres semanas.

Ese fue el tiempo que pasó desde que le entregué las llaves del otro apartamento y cerré la puerta sin mirar atrás.

Pensé que me sentiría liberada. Triunfadora. En paz.

Pero la verdad es que algo no me dejaba tranquila.

No era culpa. Era otra cosa… una inquietud que no encontraba nombre.

Tal vez era ese espacio vacío en la mesa cada vez que preparaba té.

El lugar que solía ocupar Anna.

O el recuerdo de una madre que, aunque ausente, nunca dejó de doler.



Una tarde de viernes, regresaba del trabajo. Estaba lloviznando.

El aire olía a tierra mojada y pan recién horneado de la panadería del barrio.

Y allí estaba ella.

Sentada en el portal de mi edificio.

Misma chaqueta deshilachada. Cabello recogido sin cuidado.

Las manos temblando de frío, pero aún con algo que no podía definir en los ojos: orgullo… vergüenza… o derrota.

—No vine a quedarme —fue lo primero que dijo cuando me vio—. Solo… vine a devolverte esto.

Sacó una carta.

Una hoja doblada en cuatro, algo arrugada por la humedad.

Me la entregó, sin tocarme.

—Es la primera vez que escribo algo sin que me lo dicte otro —dijo con una sonrisa amarga—. Y sí… sé que es tarde. Pero no quería morirme sin que supieras lo que siento.

No respondí. Solo tomé la carta y subí.



**La carta decía:**

> “Hija:

>

> No tengo derecho a llamarte así.

> Pero así te pienso.

>

> Nunca aprendí a ser madre.

> Creí que dar la vida era suficiente.

> Pero me fui con un hombre que solo sabía rimar miserias y prometer nubes.

>

> Te dejé por amor. Qué ironía.

> Un amor que me hizo ciega a tu dolor, sorda a tus súplicas… y muda ante tu hambre.

>

> Te fallé.

> Una y otra vez.

> Cuando te ignoré.

> Cuando te abandoné.

> Cuando te dejé con una vecina como si fueras un mueble viejo.

>

> Me alejé porque me sentía menos al lado tuyo.

> Porque tú crecías fuerte, y yo… cada vez más pequeña.

>

> No quiero que me perdones.

> Solo quería que supieras que sí te pienso. Que sí me importas.

> Y que si vuelvo a nacer… te elegiría a ti.

> Esta vez… para quedarme.”



Lloré. No por ella.

Por la niña de nueve años que dormía con hambre y rabia, preguntándose por qué su madre no la amaba.

Por la adolescente que escondía sus calificaciones perfectas porque no había nadie que las celebrara.

Y por la mujer que, aún después de construirlo todo sola… seguía dejando una taza vacía por si alguien volvía.



**Al día siguiente, salí temprano.**

Fui hasta el apartamento que le había pagado.

Toqué la puerta.

Nadie.

Le pregunté al portero:

—¿La señora del 204?

—Se fue. Hace unos días. Pagó con lo justo. Dijo que tenía una entrevista de limpieza en una oficina. Me dejó esto por si usted venía.

Era otra carta.

Más breve.

> “Gracias por no convertirme en la madre que merecías.

> Eso te hizo mejor.

>

> No me busques.

> Si la vida me permite volver a cruzarte… será como una mujer digna de tu mirada.”



Volví a casa.

Preparé té.

Puse dos tazas.

Una para mí.

Y otra para ella

Porque esa noche… entendí algo que Anna me había dicho una vez:

> “El perdón no siempre significa reconciliación.

> A veces, solo significa que soltaste el veneno.

> Que decidiste no parecerte a quienes te rompieron.”



Hoy sigo sin saber dónde está mi madre.

Tal vez consiguió ese trabajo.

Tal vez escribe cartas en servilletas de cafetería.

Tal vez me ve de lejos… y sonríe.

No volví a buscarla.

Pero dejé su carta guardada en una caja, junto a la medalla de Anna, mi título universitario… y una foto rota de mi infancia.

No por nostalgia.

Sino para recordarme que fui capaz de sanar sin tener que vengarme.

Y que, a veces, la mejor lección que puedes dar…

es no cerrar la puerta con rencor,

sino dejarla cerrada… con dignidad.

Pasaron tres años.

Tres otoños de hojas secas cayendo en silencio.
Tres primaveras sin cartas. Sin señales.
Y, sin embargo… ella seguía presente.

Cada vez que veía una flor robada en una banca.
Cada vez que alguien hablaba de abandono.
Cada vez que servía dos tazas… y solo una tenía dueño.

No me arrepentía de nada. Ni del adiós. Ni del perdón silencioso.

Pero tampoco podía negar… que había una pregunta que no dejaba de rondarme el alma:

**¿Qué fue de ella?**



Una mañana, recibí una carta sin remitente.
Solo decía:

> “Visítame.
> Estoy donde todo terminó…
> pero ahora, algo ha vuelto a florecer.”

Y una dirección.

No era un apartamento.
No era una oficina.

Era… la casa vieja de Anna Petrovna.
La misma donde me refugié de niña.
La misma que quedó abandonada cuando la anciana murió.

Fui.

Las paredes que antes lloraban humedad… ahora tenían flores trepando por sus grietas.
Había macetas recicladas, ventanas restauradas, y una silla en el porche pintada de azul.

Allí estaba ella.

Mi madre.

Con el cabello más blanco que gris, el rostro surcado por los años… pero con los ojos claros, vivos. Distintos.

—Hola, hija… —me dijo sin llorar. Y eso fue lo que más me rompió.

—¿Qué haces aquí? —pregunté.

—Volví donde empezó todo —respondió—. Esta casa me dio a ti. Me quitó la vergüenza.
Y la compré. Con mi sueldo. Con mis manos. Con cada paso que no supe darte a tiempo.

Guardó silencio. Luego añadió:

—Quiero que veas algo.

Entramos.

Adentro había una biblioteca pequeña.
Estantes llenos de libros donados.
Una mesa con papeles, crayones, tazas de colores.

Y al fondo, una pizarra con letras torcidas:

> **“Refugio de Té y Letras”**
> *Taller gratuito para niños sin hogar.
> Aquí se lee, se escribe, y se aprende a empezar de nuevo.*

—¿Tú hiciste esto? —pregunté sin aliento.

Asintió.

—No pude ser la madre que necesitabas. Pero puedo ser la mujer que otra niña como tú… necesita ahora.
Y eso me da paz.

Entonces, sin avisar, me ofreció una taza.

—¿Te quedas un rato? No a perdonarme. No a revivir. Solo… a compartir el té.

Y por primera vez, me senté frente a ella… no como hija.
Sino como dos mujeres que sobrevivieron a sus propias ruinas.



Nos quedamos en silencio.
No hubo discursos.
No hubo “te quiero” apresurados.

Solo dos tazas…
Una historia quebrada…
Y el aroma del té, llenando los espacios donde alguna vez solo hubo vacío.



**Hoy esa casa sigue abierta.**
La llaman “La Casa Azul del Té”.

Cada domingo, hay lectura para niños, escritura para adolescentes…
y una regla: todos deben llevar una historia. Triste, alegre, real o inventada…
pero suya.

Y yo…

Yo dejé una caja con una carta en uno de los estantes:

> “A veces, el perdón no llega con palabras.
> Llega en forma de abrazo.
> De un nuevo comienzo.
> O de una taza… que finalmente, se llena.”



*Si esta historia tocó algo en ti…*
déjame saberlo.

*Porque algunas lecciones no se dan con gritos, ni con castigos…
sino con una flor robada, una segunda oportunidad…
y una madre que aprendió —tarde, pero de verdad—
que amar también se aprende.*

*Gracias por quedarte hasta el final. Esta taza… también es para ti.

Créditos al autor ✍️

🌙

El hijo que siempre se defiende… es un hijo que nunca aprendió a escuchar.No es una discusión.No es un grito.A veces bas...
18/06/2025

El hijo que siempre se defiende… es un hijo que nunca aprendió a escuchar.
No es una discusión.
No es un grito.
A veces basta una sola palabra… para que todo estalle.
Pasa en la mesa.
Pasa en la mañana.
Pasa cuando le pides algo mínimo.
Y es frustrante:
Cada vez que intentas corregir o simplemente hablar…
te responde con tono cortante, mirada desafiante o silencio con fastidio.
“La falta de autorregulación emocional hace que cualquier comentario se sienta como un ataque, incluso cuando no lo es.
Y ahí está el problema:
No es que te odie.
Es que no sabe cómo manejar su incomodidad, su enojo, su frustración.
Y responde desde el impulso… no desde la reflexión.

SITUACIÓN REAL
Una madre dijo:
“Estábamos comiendo. Le hice una observación mínima y dejó el tenedor tirado.
Se paró y se fue como si lo hubiera insultado.
No fue lo que dije… fue que no lo soporta.”

EJERCICIO:
“RESPONDE CON CALMA, EDUCA CON FIRMEZA”
1. Identifica el momento donde más suele explotar o reaccionar mal (comidas, tareas, órdenes, horarios).
2. Crea una regla clara sobre el tono de respuesta:
“No siempre estarás de acuerdo, pero siempre debes responder con respeto.”
3. No respondas a su tono con más enojo.
Respóndele con firmeza y calma. Sé el ejemplo de control emocional.
4. Enséñale frases para reemplazar el enojo:
“No me gustó lo que dijiste, pero puedo hablarlo sin gritar.”
“Estoy molesto, pero te escucho.”
5. Hazlo 21 días seguidos. No lo corrijas solo por enojo… corrígelo desde el ejemplo.

CONSEJO PRÁCTICO
El tono también educa.
La forma en que te responde hoy… será la forma en que responda a los demás mañana.
No normalices el sarcasmo ni el enojo como forma de defensa.
No se trata solo de que te respete…
Se trata de que aprenda a regular lo que siente sin dañar a los que lo rodean.

Un hijo que responde con rabia…
es un hijo que no aprendió a escuchar sin defenderse.
Si no le enseñas a controlar su tono…
su tono va a controlar su vida.
Y llegará el día en que nadie podrá corregirlo…
porque confundirá amor con ataque,
y corrección con rechazo

Tomado de la web

10/06/2025

Cinco tipos de personas con las que es inútil discutir
Hay gente con la que cualquier conversación es una pérdida total de tiempo. No escuchan, no quieren entender y convierten cualquier diálogo en un pleito o en una farsa. Aquí van cinco tipos con los que de verdad no vale la pena desgastarse:

1. El necio empedernido
Es el típico que siempre tiene la razón. No hay forma de hacerlo entrar en razón — ni con datos, ni con lógica, ni con honestidad. No escucha: solo espera el momento de soltar su “te lo dije”. Hablar con él es como hablarle a una pared. Y la pared es de concreto armado.

2. El pseudoexperto
Cree que lo sabe todo… pero apenas y conoce lo básico. Se la pasa lanzando términos “inteligentes” que ni siquiera entiende bien. Y aunque no tenga ni idea del tema, va a intentar convencerte de que él sabe más que nadie.

3. El que explota a la primera
Con él, cualquier conversación se convierte en discusión. En vez de argumentos, gritos. En vez de diálogo, una competencia emocional. Puedes estar hablando de lo más trivial… y de pronto ya están peleando como si fuera un juicio. Mejor aléjate y no entres en ese juego.

4. El que te odia en silencio
A veces se nota. Tú hablas y tus palabras son retorcidas. Das una opinión con buena intención y te la ridiculiza. Eres sincero, y te responde con sarcasmo. No es una charla: es veneno disfrazado de diálogo. Y lo peor: tú no hiciste nada. Solo que esa persona tiene un rencor escondido y lo disfraza de “objetividad”.

5. El altanero que se siente superior
Él todo lo sabe. Él ya “salió adelante” y ahora mira desde arriba. No escucha, no le interesa tu punto de vista. Para él, tu opinión es puro ruido de fondo. No conversa — da cátedra. Y ni se da cuenta de que tú ya te fuiste en silencio.

Moraleja sencilla:
En lugar de gastar saliva con quien no escucha, habla con quien sí quiere conversar contigo. Porque las palabras solo tienen sentido cuando alguien de verdad quiere entenderlas.

Cierto día, una maestra pidió a sus alumnos que escribieran el nombre de cada compañero de clase y, junto al nombre, la ...
09/06/2025

Cierto día, una maestra pidió a sus alumnos que escribieran el nombre de cada compañero de clase y, junto al nombre, la cosa más linda que pudieran decir de cada uno de ellos.
Luego, durante ese fin de semana, la maestra puso el nombre de cada uno de sus alumnos en hojas separadas de papel y copió en ellas todas las cosas lindas que cada uno de sus compañeros había escrito. El lunes entregó a cada alumno su lista y casi inmediatamente toda la clase estaba sonriendo.

“¿Es verdad?”, escuchó como alguien susurraba, “yo nunca supe que podía significar algo para alguien”… y “Yo no sabía que mis compañeros me querían tanto”…

Años más tarde uno de los estudiantes murió en Vietnam y la maestra asistió a su funeral. En la iglesia estaban sus compañeros de clase y la maestra fue la última en acercarse al ataúd. Mientras estaba allí, uno de los soldados de la guardia de honor se acercó a ella y le preguntó:

– “¿Era usted la profesora de Marcos?”

– “Sí”, le respondió.

– “Marcos hablaba mucho acerca de usted”, le dijo el soldado.

Después del funeral la mayoría de los compañeros de Marcos fueron juntos a comer con los padres de Marcos y la profesora. La mamá, sacando una billetera, dijo a la profesora:

– “Queremos mostrarle algo, lo encontraron en la ropa de Marcos. Pensamos que usted lo reconocerá”, y abriendo la billetera, sacó cuidadosamente un pedazo de papel remendado y muy gastado por el uso.

Era la hoja en la que ella había registrado todas las cosas lindas que los compañeros de Marcos habían escrito acerca de él.

– “Gracias por haber hecho lo que hizo”, dijo la madre de Marcos, “como usted ve, Marcos lo guardaba como un tesoro.”

Los compañeros de Marcos comenzaron a juntarse alrededor de la maestra… Carlos sonrió y dijo tímidamente: “Yo todavía tengo mi lista, está en mi diario”.

La esposa de Felipe dijo: “Felipe me pidió que pusiera el suyo en nuestro álbum de boda”.

Entonces Victoria, otra de sus compañeras, metió la mano en su cartera y sacando su billetera, mostró al grupo su gastada y arrugada lista: “Yo la llevo conmigo todo el tiempo”.

La maestra, con los ojos llenos de lágrimas, les dijo: “¡No imaginaba que unas sencillas palabras de afecto escritas en una hoja de papel podían haber calado tan hondo!”

¿Comprendes el poder que tienen tus palabras, para bien o para mal? Una palabra de afecto, de apoyo, de perdón, o de ánimo, tiene un poder inestimable para quien las recibe… ¿Qué algunos no las merecen? Piensa en cómo Jesús nos miró desde la Cruz con infinita misericordia. Pídele a Él que te enseñe a rescatar lo bueno que hay en cada persona.

"Entre el polvo de los días y el ruido del mundo, a veces olvidamos que las palabras no son solo sonidos, sino semillas. Semillas que pueden florecer en el corazón de alguien y convertirse en refugio en sus noches más oscuras."

La maestra de este relato no sabía que, al entregar aquellas hojas con palabras de cariño, estaba regalando algo más que papel: estaba entregando pedazos de luz que sus alumnos guardarían como mapas para recordar su propio valor.

Ella lloró al comprenderlo, porque había creído que solo eran ejercicios de clase, pero en realidad eran actos de fe. Fe en que una palabra amable puede ser el abrazo que alguien necesita cuando ya no queda nadie alrededor. Fe en que, como Jesús en la Cruz, nuestro llamado es ver lo bueno incluso donde parece esconderse.

Hoy, tú y yo tenemos esa misma oportunidad: ¿Cuántos "Marcos" hay a nuestro alrededor, esperando que alguien les recuerde su luz? Una palabra escrita en un post, un mensaje inesperado, un "gracias" sincero… gestos pequeños que, al final de la vida, alguien llevará en su billetera como un tesoro.

No subestimes el poder de lo que dices. Puede que, sin saberlo, estés regalando el consuelo que salvará un corazón. (Crédito de texto e imagen: a sus autores).

"Mamá está cambiando... y casi nadie lo nota. Está atravesando la menopausia."Mamá ya no duerme como antes.Se despierta ...
07/06/2025

"Mamá está cambiando... y casi nadie lo nota. Está atravesando la menopausia."

Mamá ya no duerme como antes.
Se despierta en la madrugada empapada en sudor,
aunque afuera esté haciendo frío.
Tiene insomnio, pero también un cansancio que le pesa en el alma.

A veces siente calor de la nada. Otras veces, un frío inexplicable.
Su corazón se acelera, le duelen las articulaciones,
olvida cosas, se le escapan las palabras…
Y eso le duele más de lo que demuestra.

Llora por detalles que antes no la tocaban.
Y aunque no lo dice, se siente perdida.
Porque solía poder con todo, y ahora hasta el espejo le parece ajeno.

Su piel cambia. Su cabello cae más.
Y hay días en que solo necesita estar sola…
No porque no ame a los suyos, sino porque no se reconoce del todo.

Le dicen “exagerada”, “sensible”, “difícil”.
Pero nadie ve que está cruzando un puente invisible:
entre la mujer que fue, y la nueva que está naciendo.
Una mujer más sabia, más fuerte… aunque aún en transición.

No necesita que la corrijan.
Necesita paciencia.
Necesita amor.
Necesita escuchar: “Estoy aquí. Y no estás sola.”

LouiseJov

El dolor de una madre de hijos adultos es un dolor especial.No grita. No llora en público.Es un dolor silencioso, profun...
08/05/2025

El dolor de una madre de hijos adultos es un dolor especial.
No grita. No llora en público.
Es un dolor silencioso, profundo y contenido,
que se esconde en las oraciones diarias,
en los pensamientos nocturnos,
en un suspiro callado mientras toma una taza de té en la cocina.

Es un dolor que aparece cuando tus hijos han crecido,
han tomado su propio camino,
hacen sus propias elecciones, cometen sus propios errores.

Una madre quisiera correr tras ellos,
tomarlos nuevamente de la mano como cuando eran pequeños,
protegerlos del mundo, del dolor, de las decisiones equivocadas.
Quisiera gritar:
"¡Detente! ¡Yo sé lo que es mejor! ¡Yo ya he pasado por eso!"
Pero… no puede.
Porque ya no es un niño pequeño que puedes esconder bajo tu ala.
Es un adulto, con su propio camino, su propio destino,
su propio corazón aprendiendo a través de sus propias heridas.

Y eso es lo más difícil:
permitir que tu hijo viva su vida.
Permitirle caer y levantarse, equivocarse y aprender.
No intervenir cuando quieres gritar.
No aconsejar cuando deseas guiar.
Solo esperar. Estar presente.
Rezar en silencio.
Enviar amor a través de los pensamientos y esperar que les llegue.
Creer que todo estará bien.

Porque una madre, aunque sus hijos crezcan,
siempre conserva lo más importante:
amar y rezar por ellos cada día.

Autor Desconocido

Imagina lo incómodo que debe ser un pañal después de 9 meses suspendido desnudo en líquido caliente.Imagina lo fría que ...
29/04/2025

Imagina lo incómodo que debe ser un pañal después de 9 meses suspendido desnudo en líquido caliente.

Imagina lo fría que debe estar una cuna después de 3 trimestres de calor.

Imagina lo desagradable que debe sentir el hambre cuando tu vientre siempre estaba lleno en el útero.

Imagina todo esto, y luego dejarás de preguntarte por qué los recién nacidos quieren ser abrazados y alimentados tanto. Durante 9 meses, todo lo que sabían eras tú y el sonido de tus latidos. Tú eres su lugar seguro, su calor, todo su mundo.

Así que no, no estás "consintiendo" a tu bebé sosteniéndolo. Estás siendo su comodidad, su calidez, su seguridad.

Su refugio seguro. ❤️

Simplemente estás siendo su mamá... no dejes que las criticas o creencias ajenas te quiten o limiten ese derecho y esa necesidad de ambos.
Disfrútalos todo lo que puedas, abrazalos todo lo que puedas, sientelos cerca todo lo que puedas... le estarás dando todo lo que necesita para crecer sano, seguro y feliz

SÍNDROME DE HUBRIS O LA ENFERMEDAD DEL PODER.Hubris es un concepto griego que puede traducirse como “desmesura” y hace r...
06/04/2025

SÍNDROME DE HUBRIS O LA ENFERMEDAD DEL PODER.

Hubris es un concepto griego que puede traducirse como “desmesura” y hace referencia a los individuos que experimentan un cambio de personalidad cuando se encuentran en posiciones de liderazgo o cuando ostentan el poder.

En la antigua Grecia aludía a un desprecio temerario hacia el espacio personal ajeno, unido a la falta de control de los propios impulsos, siendo un sentimiento violento inspirado por las pasiones exageradas consideradas enfermedades por su carácter irracional y desequilibrado.

Quien lo padece cree tener el conocimiento absoluto en algún ámbito específico y abusa de su poder, ante otras personas, sin tener noción de ello.

Dentro de tu ámbito laboral, ¿has notado en uno o varios directivos pensamientos irreales o delirios de grandeza? ¿Comportamientos déspotas o reacciones caprichosas o incluso, infantiles o faraónicas?

El síndrome de Hubris está relacionado con una necesidad exacerbada de reconocimiento y admiración por parte de otras personas, de manera que existe una relación directa entre esta patología y el trastorno de personalidad narcisista.

Síntomas característicos:

- Preocupación excesiva por la propia imagen

- Uso de la empresa para conseguir poder y éxitos personales

- Confianza excesiva en sí mismo y desprecio hacia los demás y sus ideas

- Abuso de poder en las relaciones interpersonales

- Complejo de superioridad

- Engrandecimiento de sus propios actos y autoglorificación

- Comportamientos impulsivos e imprudentes

- No rinden cuentas a nadie de sus actos

Afecta a los estamentos directivos de una organización tras un tiempo en el cargo y lleva a perder la perspectiva de la realidad: muchos de los grandes problemas de clima organizacional y de desempeño de las empresas provienen de que sus directivos lo padecen.

10/03/2025
02/02/2025

COMO TE VES, TE VEN

Deja de hacerte el pobrecito, deja de decir que no tienes, que no te alcanza, que ganas poco. Porque si vives declarando pobreza, pobreza es lo que vas a tener.

Además, quítate ese mal hábito de hacerte la víctima. Así nunca vas a mejorar.

LO PRIMERO: que debes cambiar es tu AUTO-CONCEPTO. No eres pobre, solo estás quebrado. El dinero va llegar, lo vas a conseguir. Pero primero debes conseguir un nuevo estado mental. Recuerda que tu estado financiero solo es un reflejo de tu estado mental… así que, si en tu mente ves dinero, ves riqueza, ves oportunidades, ves progreso, pronto eso se va a ver reflejado en tus bolsillos.

LO SEGUNDO: a mejorar, es tu valoración. No te conformes con pequeñeces, ve por algo más grande.

LO TERCERO: a mejorar tu lenguaje. Cambia tus palabras. Hay personas que todo el día andan hablando de enfermedades o de que no les alcanza. Les preguntas cómo estás, y contestan casi sin ganas: "aquí, más o menos." "pasándola." "aquí sin nada, al borde de la prostitución." Otros dicen: "no se gana, pero se goza." Si te das cuenta, aquellas son expresiones que se convierten en semillas de más necesidad. Cambia tus palabras, pásese al carril del progreso. Cuando te pregunten cómo estás, contesta con actitud: "Avanzando a toda máquina" "Excelente." "Positivo." ¡¡Tus palabras crean una nueva vibración!!....Fluye..!

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