
24/06/2025
He llegado a una etapa de mi vida donde ya no estoy pendiente de enamorarme a toda costa, ni mucho menos de andar buscando con quién acostarme. No porque haya perdido la capacidad de sentir o desear, sino porque he aprendido a valorar otro tipo de conexiones: las genuinas, esas que no se sostienen por apariencias, interés o conveniencia.
Prefiero una buena amistad, de esas en las que la conversación fluye sin esfuerzo, donde puedo ser yo mismo sin temor a ser malinterpretado o usado. Porque en un mundo donde casi todo se basa en transacciones, apariencias, y relaciones construidas desde el ego o la conveniencia, encontrar a alguien con quien simplemente compartir desde lo auténtico, es un verdadero alivio.
También entendí que no hay conexión más importante que la que tengo conmigo mismo. Aprender a estar en paz con quien soy, a tener una relación armoniosa con mi interior, es lo más valioso que he podido lograr. Eso me permite no aceptar amores forzados, ni entrar en juegos emocionales disfrazados de interés.
Hoy tengo claro que la intimidad no siempre se encuentra en la piel, sino en la sinceridad, en la presencia real, en la capacidad de estar sin esperar nada a cambio. Y eso, en estos tiempos de ilusiones bien decoradas y afectos condicionados, vale más que cualquier historia vacía.
Estoy bien con mi forma de ver la vida. No necesito más ruido, ni más personas que solo se acercan por lo que puedan obtener. Quiero lo simple, lo real, lo honesto. Y si eso significa tener pocas conexiones, pero profundas, lo acepto con gusto.
Qué poco se habla de la paz mental que da que no te guste nadie… Nadie que te confunda, te ilusione a medias o te desordene la calma que tanto te costó construir.