12/08/2025
Cuando la adolescencia se rompe: mi reflexión tras la muerte de Gabriela.
Hoy, en la tarde, abracé an mis hijas con un abrazo silencioso y largo… de esos que parecen querer detener el tiempo. Ellas, probablemente, pensaron que las extrañé mucho después del primer día de escuela. Y aunque si las extrañé dentro de mí había otro motivo: la solidaridad de madre a madre, con esa mamá que hoy no pudo abrazar a su hija porque ayer le arrebataron la vida… justo un día antes de lo que sería su primer día de clases. Una madre que, según se alega, intentó defenderla, pero las adolescentes no se lo permitieron.
La noticia es tan dolorosa como incomprensible: Gabriela, una joven de 16 años, fue asesinada a puñaladas por otras adolescentes y bueno no puedo evitar reflexionar. Desde la psicología, sabemos que la mente de un adolescente está en pleno desarrollo; su corteza prefrontal encargada de regular impulsos, planificar y medir consecuencias aún no está completamente formada. Esto los hace más vulnerables a la presión social, a la impulsividad y a los estallidos emocionales, por eso debemos ser cuidadosos sobre las conductas que alentamos. Sin embargo para que estos actos pasen, para que la psiquis de un joven llegue a romperse al punto de cometer un acto tan atroz, suele haber detrás una combinación peligrosa: heridas emocionales no resueltas, entornos que normalizan la violencia y ausencia de adultos que modelen autocontrol y empatía.
Y cuando tragedias como estas suceden, como sociedad tenemos que pausar y mirarnos al espejo. ¿Como normalizamos la violencia en los adolescentes ? La violencia se normaliza cuando en una pelea escolar gritamos alentando “dale más duro”, cuando grabamos en lugar de separar, cuando celebramos “quién ganó” en vez de cuestionar por qué se llegó a los golpes. Sin darnos cuenta, convertimos el dolor ajeno en espectáculo y enseñamos a los jóvenes que la agresión es un recurso válido.
Como madres y padres, tenemos una responsabilidad irrenunciable: enseñar a nuestros hijos a manejar la ira, a resolver conflictos con palabras, a entender que la vida humana es sagrada. No basta con pedirles que “se porten bien”; hay que darles herramientas, acompañarlos , supervisar, velar sus entornos y estar presentes de verdad.
Ayer Gabriela no volvió a casa. Y aunque no podamos devolverle la vida, sí podemos y debemos exigir que este caso no quede impune. Puerto Rico exige que la justicia haga su parte y que las menores paguen por lo que hicieron.
Esta noche acosté a mis hijas en su cama y les di otro abrazo largo… de esos que parecen querer decir más de lo que las palabras alcanzan. Mi mente sigue dando vueltas: ¿qué pasó? ¡Qué frágil es la vida! Yo seguiré abrazando an mis hijas con esos abrazos silenciosos, aunque ellas no sepan que, detrás de ellos, se esconde mi miedo, mi amor y mi esperanza.
Mi esperanza de que nunca estén en el lugar de Gabriela… y mi oración constante para que Dios guarde su corazón y sus vidas, para que tampoco estén jamás en el lugar de quienes le arrebataron la vida.
Puerto Rico te llora Gabriela … Descansa en paz.
Dra Fermina L Román - Psicóloga