13/05/2025
Diez años. Diez vueltas al sol en esta isla que es mucho más que un lugar de fiesta, como muchos, por no conocerla, la etiquetan. Llegué a Ibiza con la bata blanca y la ilusión intacta, dispuesto a aprender el arte de sanar como médico interno residente (MIR), y acabé siendo yo mismo quien fue sanado por la magia de esta tierra y la gente que en ella vive.
Aquí, donde el Mediterráneo abraza la costa y el aire está impregnado de sueños y salitre, he vivido peripecias que no caben en ningún manual: noches de guardia interminables, risas, emociones y aventuras únicas junto a amigos que se volvieron familia. Cada encuentro, cada historia, cada mirada de agradecimiento ha tejido en mí una red invisible de afectos y recuerdos, tan única como la isla misma.
Ibiza tiene el don de reunir a los espíritus más auténticos, los corazones más generosos, las almas más interesantes de cada rincón del mundo. Aquí, todos nos enriquecemos unos a otros, como si la isla eligiera a quienes invita a quedarse, regalándonos una comunidad donde la diversidad es un tesoro y la autenticidad, la norma.
No sé explicar del todo lo que ocurre al pisar esta tierra, pero basta con sentir el sol en la piel, el rumor del mar en los oídos y esa energía inexplicable que flota en el aire para saber que hay algo mágico aquí. Ibiza no solo me ha dado un hogar, sino también una manera nueva de mirar la vida: con asombro, gratitud y la certeza de que, en esta isla, cada día es un regalo irrepetible.
A todos los que han formado parte de este viaje, gracias por ser faros, refugios y compañeros de travesía. Diez años después, sigo sin saber cómo definir Ibiza… pero sí sé que, desde que llegué, una parte de mí será siempre isla.