23/08/2019
¿Cómo afectan las emociones a la espalda?
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Decía Platón que el cuerpo es la cárcel del alma. Porque en ocasiones, en lugar de ser nuestro aliado es el mensajero de algo que duele, de algo que no va bien. Así, y en caso de que te hayas preguntado alguna vez cómo afectan las emociones a la espalda, la respuesta no puede ser más clara: generan contracturas, tensiones y dolores que los fármacos no siempre alivian.
Hablar de dolor de espalda es referirnos a una de las condiciones más comunes de la población junto con las cefaleas. Se estima que 1 de cada 10 personas lo sufre a menudo y que es, además, una de las principales causas de baja laboral. Por otro lado, y a pesar de que esta dolencia tenga por lo general los más diversos orígenes: mala ergonomía laboral, hernias, problemas renales, osteoporosis, artritis, degeneración de discos, etc., hay un aspecto que a menudo queda descuidado.
Cualquier dolencia mental y molestia emocional puede conducir a la aparición de dolencias físicas, siendo la espalda el área corporal más afectada.
Hablamos, cómo no, de la relación mente-cuerpo. En especial de las emociones y de su impacto en esa complejísima pero fantástica combinación de huesos, ligamentos, tendones, músculos, espacios intervertebrales, articulaciones y nervios. Factores como el estrés o la ansiedad generan pequeños cambios en estas estructuras que, poco a poco, se traducen en inflamación, en problemas de coordinación y en esos episodios marcados por el dolor que tanto afectan a nuestra calidad de vida.
La espalda es como el pilar de nuestra existencia, y no hablamos en términos espirituales o trascendentales. No tenemos más que recordar su función estructural: proteger y recubrir nuestro delicado sistema nervioso.
Sentir dolor lumbar, sufrir una contractura o lo que es peor, padecer dolor crónico de espalda paraliza la propia funcionalidad, nos obliga a detenernos. El dolor es, por encima de todo, como ese perro fiel que hay ante nuestra casa y que ladra cuando hay un peligro. Hacerlo callar mediante fármacos no servirá de nada si no conocemos la causa, si no desvelamos qué es eso que está amenazando el «pilar de nuestro cuerpo», el equilibrio de nuestra existencia física.
La tristeza, la preocupación y el estrés y su relación con la espalda
Por llamativo que nos parezca, el dolor de espalda suele ser uno de los síntomas físicos más comunes en pacientes con depresión o ansiedad generalizada.
No podemos olvidar que el dolor es, por encima de todo, una experiencia neurológica transmitida por nuestro sistema nervioso. Así, en esos estados caracterizados por la angustia, el miedo, la decepción o el desánimo lo que hay en nuestro cerebro es un desequilibrio químico. Una irregularidad entre la serotonina y la norepinefrina genera, por ejemplo, un incremento en la percepción del dolor.
A su vez, esos estados caracterizados por el estrés o la ansiedad se traducen en un mayor nivel de cortisol en sangre. Esta hormona aumenta el flujo de sangre, eleva la tensión muscular e incluso facilita la aparición de ciertos procesos autoinmunes que pueden atacar a las articulaciones, favorecer la inflamación de los nervios e incluso reducir el calcio de nuestros huesos.