
Esta pagina fue creada para acompañarte con una chispa de luz de conocimiento y distintas informaciones,sobre temas varios, con enfansis en salud mental *-*

30/10/2019
Qué es
La vigorexia es un trastorno no estrictamente alimentario, pero que sí comparte la patología de la preocupación obsesiva por la figura y una distorsión del esquema corporal; es más frecuente en hombres de entre 18 a 35 años.
Esta patología implica el efecto contrario que la anorexia, por lo que también recibe el nombre de anorexia inversa, además de dismorfia muscular.
La vigorexia es, por tanto, un tipo de trastorno dismórfico corporal que se relaciona con el trastorno obsesivo compulsivo y que implica que la persona se obsesione con sus imperfecciones, lo que hace que perciba una imagen distorsionada de sí misma.
Este tipo de afecciones repercute negativamente en las relaciones personales del paciente y a su salud mental y física.
Causas
Las características más frecuentes en personas que sufren este trastorno son las siguientes:
Mirarse constantemente en el espejo y aun así sentir que no se alcanzan las características estéticas que establece como necesarias la propia persona.
Pesarse varias veces al día y hacer comparaciones con otras personas que hacen fisicoculturismo.
Las personas con personalidad obsesiva, en especial consigo mismas, así como aquellas que sufren diversos problemas emocionales en sus relaciones personales y profesionales, son más propensas a desarrollar vigorexia.
También es común que la padezcan aquellas personas que han sufrido acoso escolar o bullying por su aspecto físico durante la infancia.
La enfermedad deriva en un cuadro obsesivo compulsivo que hace que el vigoréxico desarrolle pensamientos negativos sobre él mismo, abandone sus actividades cotidianas e invierta todo su tiempo en realizar ejercicio físico.
Estas personas también siguen dietas bajas en grasas y ricas en carbohidratos y proteínas para aumentar la masa muscular, y corren mayor riesgo de abusar de sustancias como hormonas y anabolizantes esteroides.
Evalúa tus síntomas
Síntomas
El síntoma principal que presenta la vigorexia es que el paciente elabora un programa de entrenamiento que se caracteriza por una intensidad constante y una gran dureza.
Este programa se centra en ejercicios que aumenten el tono muscular, por lo que la práctica más común es el levantamiento de pesas.
Este estilo de vida, que termina convirtiéndose en obsesión, implica un distanciamiento de las labores cotidianas, incluyendo, muchas veces, el abandono del trabajo o de las relaciones sociales.
Tal y como sucede con patologías similares como la anorexia y la bulimia, los pacientes con vigorexia reflejan una gran preocupación por su dieta, ya que buscan la rapidez en el proceso de conseguir un cuerpo escultural y eliminar toda la grasa.
En algunos casos, es posible que la persona vigoréxica comience a consumir dr**as para estimular el desarrollo muscular.
Prevención
Las pautas principales para prevenir la vigorexia implican las siguientes recomendaciones:
A la hora de llevar a cabo un programa de ejercicios, es necesario que estén supervisados por un entrenador profesional.
Es aconsejable realizarse exámenes físicos que determinen el estado de salud, además de las necesidades y capacidades del individuo para adaptar los ejercicios a realizar.
Los especialistas recomiendan establecer ejercicios que se adecúen al nivel físico de la persona, evitando actividades que requieran sobreesfuerzos innecesarios.
Es importante detener el ejercicio en el momento en el que se presente fatiga, cansancio o dolor muscular excesivos.
Es necesario que la persone evite pensamientos negativos acerca de su estado físico, ya que pueden convertirse en obsesión.
Tipos
Actualmente, no existe una clasificación de la patología.
Diagnóstico
Para diagnosticar la vigorexia, el especialista llevará a cabo un análisis de sangre para determinar si el paciente consume algún tipo de droga o suplemento alimenticio relacionado con este trastorno.
Después, procederá a plantear cuestiones sobre la frecuencia con la que la persona realiza ejercicio físico y cuál es la intensidad del mismo.
Asimismo, el especialista establecerá si el paciente tiene alguna carencia alimenticia ya que es uno de los primeros puntos a corregir que se integran en el tratamiento.
Tratamientos
Si bien se ha comprobado la existencia de trastornos en los niveles de diversas hormonas y mediadores presentes en la transmisión nerviosa, los principales factores desencadenantes involucrados son de tipo cultural, social y educativo, a los que estas personas están expuestas continuamente.
Por ello, el tratamiento debe enfocarse a modificar la conducta y la perspectiva que tienen sobre su cuerpo.
El entorno afectivo cumple una función muy importante en su recuperación, al brindarle apoyo cuando intentan disminuir su programa de ejercicios a rutinas más razonables.
Es necesario disminuir el entusiasmo y la ansiedad por la práctica deportiva intensa, logrando que se interesen por otras actividades menos nocivas para su cuerpo.
El hecho de desear la imagen corporal ideal no implica necesariamente que la persona padezca algún trastorno psicológico, pero sí es necesario controlar el desarrollo de sus actividades físicas, ya que es más propensa a padecer vigorexia.
La vigorexia es una enfermedad más común en hombres.
Otros datos
Numerosos problemas orgánicos y lesiones pueden aparecer cuando la práctica deportiva es excesiva.
Cuerpo desproporcionado
Las desproporciones entre las partes corporales son muy frecuentes, por ejemplo, un cuerpo muy voluminoso con respecto a la cabeza.
Lesiones
La sobrecarga de peso en el gimnasio repercute negativamente en los huesos, tendones, músculos y las articulaciones, sobre todo de los miembros inferiores, con desgarros y esguinces.
Alimentación
La alimentación es otro problema muy frecuente, ya que consumen muchas proteínas e carbohidratos y poca cantidad de grasa en un intento de favorecer el aumento de la masa muscular, ocasionándoles muchos trastornos metabólicos.
Uso de anabólicos
El empleo de anabólicos es también otra consecuencia que se asocia a la vigorexia, con el objetivo de mejorar el rendimiento físico e incrementar el volumen de sus músculos.
Con el uso de estas sustancias no se obtiene ningún beneficio, sino todo lo contrario, ya que producen muchos trastornos en el organismo como masculinización e irregularidades del ciclo menstrual en las mujeres, acné, problemas cardíacos, atrofia testicular, disminución de la formación de espermatozoides y retención de líquidos, entre otros.
Es importante tener en cuenta que estas dr**as no aumentan la fuerza muscular, la agilidad ni la resistencia.
Abuso de las endorfinas
Las endorfinas constituyen un grupo de hormonas que produce el propio organismo, con propiedades similares a la morfina, como un mecanismo de defensa ante diversos estímulos. Principalmente actúan como analgésicos endógenos.
Cuando la persona practica deportes rutinariamente hasta extenuarse, el organismo comienza a producir estas sustancias para aliviar los síntomas, y esto le permite poder continuar el esfuerzo durante más tiempo cada día.
A medida que el ejercicio aumenta su frecuencia se requerirá una cantidad cada vez mayor para poder soportar el dolor, lo que acarreará serias consecuencias. Todo esto lleva al desarrollo de una posible adicción a las endorfinas.
Debe prestarse mucha atención al dolor, porque es una señal de alarma de las posibles consecuencias del sobre entrenamiento.Vigorexia
Fuente; Cuidate, plus
30/10/2019
Trastorno de la personalidad narcisista
Descripción general
El trastorno de personalidad narcisista (uno de varios tipos de trastornos de la personalidad) es un trastorno mental en el cual las personas tienen un sentido desmesurado de su propia importancia, una necesidad profunda de atención excesiva y admiración, relaciones conflictivas y una carencia de empatía por los demás. Sin embargo, detrás de esta máscara de seguridad extrema, hay una autoestima frágil que es vulnerable a la crítica más leve.
Un trastorno de personalidad narcisista causa problemas en muchas áreas de la vida, como en las relaciones, el trabajo, la escuela o los asuntos económicos. En general, es posible que las personas con trastorno de la personalidad narcisista se sientan infelices y decepcionadas cuando no reciben los favores especiales ni la admiración que creen merecer. Es posible que no se sientan satisfechos con sus relaciones y que otras personas no disfruten de su compañía.
El tratamiento del trastorno de la personalidad narcisista se centra en la terapia de conversación (psicoterapia).
Síntomas
Los signos y síntomas del trastorno de la personalidad narcisista y la gravedad de los síntomas son variables. Las personas con este trastorno pueden:
Tener un sentido exagerado de prepotencia
Tener un sentido de privilegio y necesitar una admiración excesiva y constante
Esperar que se reconozca su superioridad, incluso sin logros que la justifiquen
Exagerar los logros y los talentos
Estar preocupadas por fantasías acerca del éxito, el poder, la brillantez, la belleza o la pareja perfecta
Creer que son superiores y que solo pueden vincularse con personas especiales como ellas
Monopolizar las conversaciones y despreciar o mirar con desdén a personas que ellos perciben como inferiores
Esperar favores especiales y una conformidad incuestionable con sus expectativas
Sacar ventaja de los demás para lograr lo que desean
Tener incapacidad o falta de voluntad para reconocer las necesidades y los sentimientos de los demás
Envidiar a los otros y creer que los otros los envidian a ellos
Comportarse de manera arrogante o altanera, dando la impresión de engreídos, jactanciosos y pretenciosos
Insistir en tener lo mejor de todo; por ejemplo, el mejor auto o el mejor consultorio
Al mismo tiempo, a las personas con trastorno de la personalidad narcisista les cuesta enfrentar cualquier cosa que consideren una crítica y pueden:
Ser impacientes o enojarse cuando no se las trata de manera especial
Tener notables problemas interpersonales y ofenderse con facilidad
Reaccionar con ira o desdén y tratar con desprecio a los demás, para dar la impresión de que son superiores
Tener dificultad para regular las emociones y la conducta
Tener grandes problemas para enfrentar el estrés y adaptarse a los cambios
Sentirse deprimidos y temperamentales porque no alcanzan la perfección
Tener sentimientos secretos de inseguridad, vergüenza, vulnerabilidad y humillación
Cuándo consultar al médico
Las personas con trastorno de personalidad narcisista probablemente creen que no tienen ningún problema; por lo tanto, no suelen buscar tratamiento. Si lo hacen, suele ser por síntomas de depresión, uso de alcohol o dr**as u otro problema de salud mental. Lo que perciben como insultos a la autoestima podría dificultarles la aceptación y el seguimiento del tratamiento.
Si reconoces aspectos de tu personalidad que se corresponden con el trastorno de personalidad narcisista, o si te sientes abrumado por la tristeza, considera la posibilidad de acercarte a un profesional de salud mental o a un médico de confianza. Obtener un tratamiento adecuado puede ayudarte a tener una vida más plena y agradable.
Causas
No se sabe cuál es la causa del trastorno de la personalidad narcisista. Al igual que el desarrollo de la personalidad y de otros trastornos de salud mental, probablemente, la causa del trastorno de la personalidad narcisista sea compleja. El trastorno de la personalidad narcisista puede asociarse con lo siguiente:
Entorno: malas relaciones entre padres e hijos, ya sea por exceso de devoción o exceso de críticas que no están en sintonía con la experiencia del niño
Genética: características heredadas
Neurobiología: la conexión entre el cerebro, la conducta y el pensamiento
Factores de riesgo
El trastorno de la personalidad narcisista afecta más a los hombres que a las mujeres y, por lo general, comienza en la adolescencia o a principios de la adultez. Ten en cuenta que, si bien algunos niños pueden manifestar rasgos de narcicismo, esto puede ser típico de la edad, por lo que no significa que padecerán el trastorno de la personalidad narcisista.
Si bien se desconoce la causa del trastorno de la personalidad narcisista, algunos investigadores creen que, en el caso de los niños biológicamente vulnerables, una crianza sobreprotectora o negligente puede influir. La genética y la neurobiología también pueden intervenir en la manifestación del trastorno de la personalidad narcisista.
Complicaciones
Las complicaciones del trastorno de la personalidad narcisista y otras enfermedades que pueden aparecer junto con este trastorno comprenden las siguientes:
Problemas de pareja
Problemas en la casa y en la escuela
Depresión y ansiedad
Problemas de salud física
Consumo inadecuado de alcohol o dr**as
Pensamientos o conductas suicidas
Prevención
Como se desconoce la causa del trastorno de personalidad narcisista, no existe una forma conocida de prevenirlo. Sin embargo, estos consejos pueden serte útiles:
Busca tratamiento lo antes posible para los problemas de salud mental de la niñez
Participa en terapia familiar para aprender formas saludables de comunicarte o afrontar los conflictos o la angustia emocional
Asiste a las clases de crianza de hijos y busca ayuda de terapeutas o de asistentes sociales si la necesitas
FUENTE; Mayo Clinic

29/10/2018
07/11/2017
La infidelidad en la pareja y su recuperación
La infidelidad es un suceso terrible para la pareja, destroza la confianza necesaria para mantenerla y produce en el traicionado devastadoras reacciones psicológicas. En esta página se resume un tratamiento psicológico que ayuda a la recuperación psicológica del traicionado, para lo que es preciso hacer un proceso de perdón, se desee o no la reconciliación, porque una cosa es perdonar y otra diferente reconciliarse.
Resumen del artículo: La recuperación de la pareja después de la infidelidad
Esta página es un pequeño resumen del artículo: "La recuperación de la pareja después de la infidelidad"
Dr. José Antonio García Higuera
Miembro del equipo de Psicoterapeutas.com
Consúltale en el
Centro de Psicología Clínica y Psicoterapia
C/ Hermosilla, 114. 1ºC Madrid 28009
Teléfono: 914119140
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Introducción
La infidelidad en las relaciones de pareja tiene consecuencias devastadoras. Es la primera causa de divorcio (Hall y Fincham, 2006) no solamente en occidente sino en otras muchas culturas estudiadas (Betzig, 1989). Puede causar al traicionado angustia y le puede desencadenar ataques de furia y sentimientos de humillación (Buunk y van Driel, 1989; Daly y Wilson, 1988; Lawson y Samson, 1988) también está asociada a la depresión mayor y a la ansiedad (Cano y Leary, 2000).
No todas las parejas en las que se da la infidelidad se separan, algunas se reconcilian y continúan su relación superando el problema. El proceso de reconciliación es difícil y muchas veces es necesaria la intervención terapéutica para llevarlo a cabo. La infidelidad se considera, además, uno de los más difíciles asuntos a tratar en la terapia de pareja (Whisman, Dixon, y Johnson, 1997).
En el artículo se discute en profundidad qué se considera y qué no se considera infidelidad y se recomienda el estudio particular en cada pareja, teniendo en cuenta los criterios de los dos.
Dentro de la línea de establecer tratamientos basados en la evidencia, se están obteniendo los primeros resultados alentadores basados en estudios empíricos sobre su eficacia (Gordon, Beaucom y Snyder, 2004; Atkins, Eldridge, Baucom, y Christensen, 2005); pero dada la limitación de estos estudios, actualmente se está poniendo en común la experiencia de los profesionales, tanto clínicos como investigadores, lo que permitirá establecer métodos de tratamiento basados consensuados sobre los que se podrán continuar los estudios empíricos que los validen (Dupree, White, Olsen, y Lafleur, 2007). En todos los que consideran encuentran como elemento fundamental la propuesta de que se dé un proceso de perdón que lleve a la reconciliación.
El perdón
El perdón es un proceso que tiene efectos saludables en la persona que perdona promoviendo su salud mental; y se recomienda a la persona que ha sufrido la infidelidad, tanto si se da la reconciliación como si no se da. Se menciona la metáfora del anzuelo de S. C. Hayes:
Quien nos ha hecho daño nos ha clavado en un anzuelo que nos atraviesa las entrañas haciéndonos sentir un gran dolor. Queremos darle lo que se merece, tenemos ganas de hacerle sentir lo mismo y meterle a él en el mismo anzuelo. Si nos esforzamos en hacerlo, lo haremos tirando de él desde el anzuelo donde él nos ha metido. Cuando hablamos de hacer algo, o pensamos en hacerlo, estamos intentado meterlo en el anzuelo. Mientras lo metemos o lo intentamos, nos quedaremos dentro del anzuelo, porque para salir nosotros tendremos que sacarle a él antes. Si salimos del anzuelo, tendremos cuidado de no estar muy cerca de él porque nos puede volver a meter en el anzuelo y si alguna vez nos juntamos tiene que ser con la confianza de que no nos va a volver a hacer daño.
Se puede afirmar que la reconciliación que se busca en la pareja después de la infidelidad tiene que pasar por un proceso de pedir perdón y perdonar. El propósito del artículo es profundizar en como se puede llevar a cabo el proceso de reconstrucción de la pareja en el contexto de la infidelidad.
La superación de la infidelidad
Los procesos propuestos en el artículo que llevarán a la reconstrucción de la pareja son:
Evaluación de la pareja y de la infidelidad.
La desactivación de las reacciones emocionales iniciales.
El proceso de perdón, que puede ser unilateral o bilateral. Durante este proceso se toma la decisión de separarse o de luchar por la pareja y reconstruirla. En este último caso, se pasa a la fase siguiente.
La reconciliación y reconstrucción de la pareja. Con la reescritura del contrato base y el establecimiento de los métodos de control para su cumplimiento y el reestablecimiento del vínculo y el amor en la pareja.
Evaluación de la infidelidad
En la evaluación de la infidelidad Gordon y otros (2004) proponen considerar una serie de elementos que han podido influir en la aparición del affaire:
Aspectos de la propia relación, como alto grado de conflicto, falta de calidez emocional.
Factores externos a la relación como exceso de trabajo, persecución de alguien externo a la relación.
Características del que ha sido infiel, por ejemplo, no estar a gusto con las relaciones sexuales, ira y castigo al traicionado, inseguridades hacia el mismo, trastornos de personalidad.
Características del traicionado, por ejemplo, malestar en la proximidad emocional, en las relaciones íntimas, historia de su desarrollo, dificultades emocionales o conductuales a largo plazo.
El proceso hacia la reconciliación: pedir perdón y ser perdonado
En el artículo se proponen y se detallan los siguientes pasos hacia la reconciliación
El conocimiento y/o análisis de lo que ha ocurrido
El proceso de pedir perdón
Reconocer que lo que hizo causó daño u ofendió al otro
Sentir de verdad el dolor del otro
Analizar su propia conducta
Definir un plan de acción para que no vuelva a ocurrir
Comprometerse con reconstruir la pareja.
Pedir perdón explícitamente al otro.
Restituir el daño causado.
El proceso de perdonar
Análisis y reconocimiento del daño sufrido
Elegir la opción de perdonar.
Aceptación del sufrimiento y de la rabia
Establecer estrategias para autoprotegerse
Una expresión explícita de perdón
La reconciliación y la reconstrucción del amor
Finalmente, en el artículo, se hacen algunas consideraciones sobre las dificultades específicas en este tipo de problemas; en concreto aspectos éticos y de confidencialidad del terapeuta hacia los miembros de la pareja
Tratamientos del trauma
En base a los procesos psicológicos que pueden desencadenar un trastorno por estrés postraumátic, y, de forma más general, un trauma, que hemos visto en esta otra página, se presentan los tratamientos que han demostrado su eficacia y se muestra cómo puede ser mejorados con la aplicación de la tercera generación de la terapia cognitivo conductual, la terapia de aceptación y compromiso. Se incluyen consideraciones particulares que se tienen que tener en cuenta en el tratamiento de estos trastornos.
En el modelo anteriormente expuesto se explica cómo la evitación experiencial es un factor fundamental en el desarrollo y mantenimiento de un trastorno por estrés postraumático. Desde hace muchos años se sabe que el tratamiento mejor y más eficaz para trastornos originados por la evitación es la exposición (Marks, 1991). El objetivo de la exposición en la terapia cognitivo conductual clásica consiste en el enfrentamiento al estímulo temido sin dar respuestas de evitación. Su objetivo es la habituación que provocará una disminución o eliminación de la ansiedad ante la presencia del estímulo temido.
La exposición en el tratamiento del trauma
Los experimentos lo prueban, existe un número suficiente de ensayos clínicos bien controlados que aportan pruebas inequívocas de que la terapia de exposición es el tratamiento más eficaz para el trastorno por estrés postraumático (Villavicencio y Montalvo, 2011).
Entre las terapias que emplean esta técnica destaca la terapia cognitivo conductual enfocada al trauma, es la que más estudios y mayor eficacia demostrada tiene (Echeburúa y Corral, 2007; Cohen, Deblinger y Mannarino, 2004). En esta terapia la exposición se combina con la reestructuración cognitiva, que pretende desmontar en el paciente la creencia de que el mundo es un lugar hostil.
Otra terapia que se ha demostrado probablemente eficaz es la de Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares (EMDR, en sus siglas en inglés) (Shapiro; 1989) que combina la exposición con movimientos de los ojos. En opinión del autor del presente artículo, posiblemente su característica diferencial, el movimiento de los ojos, actúe sobre el estado de alerta del paciente, consiguiendo inhibirla y, así, hacer más eficaz la exposición.
Limitaciones de las terapias basadas en la exposición
Bradley y sus colegas (Bradley, Greene, Russ, Dutra, y Westen, 2005) analizando los estudios experimentales sobre los resultados de los tratamientos basados en la exposición han encontrado que el 67% de los pacientes que siguen y completan alguno de los tratamientos no vuelven a presentar síntomas. Siendo estos resultados muy prometedores, hay que señalar que las terapias basadas en la exposición tienen algunas limitaciones.
Mientras que la exposición ha demostrado sobradamente su eficacia en la ansiedad, la evidencia está menos probada en otras emociones como culpa, asco ira, vergüenza, etc. que son comunes en este trastorno (Bradley y otros, 2005).
La existencia de una gran cantidad de personas en las que se dan otros trastornos psicológicos asociados al trastorno por estrés postraumático (Bradley y otros, 2005) dificulta el tratamiento, haciendo necesaria una terapia de tipo más general como la terapia de aceptación y compromiso.
Existe una falta de motivación para realizar la exposición por parte de muchos pacientes y también hay reticencias de los terapeutas para aplicarla. Se debe a que la exposición conlleva un importante sufrimiento tanto para el paciente como para el terapeuta, lo que hace que el paciente evite exponerse entre sesiones y que muchos terapeutas tiendan a emplear otras técnicas menos eficaces.
Terapia de aceptación y compromiso
Por todo esto, se han desarrollado nuevas terapias que suponen un menor sufrimiento y proporcionan una mayor motivación en los pacientes y en los terapeutas para llevarla a cabo. En concreto, la terapia de aceptación y compromiso (Hayes, Strosahl, Wilson, 1999, 2013) es una terapia cognitivo conductual de tercera generación. En ella la exposición toma una nueva dimensión al cambiar el objetivo de reducir la ansiedad por el de poder elegir otra conducta que le permita seguir los propios valores en situaciones amenazantes (García Higuera, 2006).
El miedo es una reacción emocional que está al servicio de la supervivencia del ser humano, porque nos libra de amenazas y peligros. Por eso, va contra nuestro condicionamiento genético enfrentarlos. En consecuencia, los afrontaremos cuando tengamos una razón que lo justifique. De aquí, la importancia de este cambio de objetivo que nos lleva a la estrategia de aceptar el sufrimiento porque hay un buen motivo para ello. Se convierte en un sufrimiento con sentido y, por tanto, consentido (aceptado). La exposición planteada así es mucho menos dura y el paciente está motivado para realizarla. Detalles de la aplicación de esta terapia al trastorno por estrés postraumático se pueden encontrar en (Orsillo & Batten, 2005; Walser y Hayes, 2006; Gallo, 2016).
Gallo (2016) propone un protocolo de tratamiento del trauma con los objetivos que marcan los procesos psicológicos básicos que aborda la terapia de aceptación y compromiso:
Atención Flexible: Desarrollar la capacidad de ser consciente de los comportamientos a medida que ocurren para responder a la realidad presente y no al temor al hecho traumático.
El yo como contexto: Desarrollar la capacidad de ser conscientes de ser algo más que los pensamientos y experiencias emocionales que se están sintiendo o se han sentido. tener la experiencia de una identidad que transciende el trauma y sus consecuencias.
Valores: Desarrollar la habilidad de identificar valores en áreas de vida importantes y que están afectados por el trauma.
Defusion: Desarrollar la capacidad de observar el pensamiento y el sentimiento creando una distancia de ellos que premita reaccionar a los pensamiento como lo que son y no como lo que representan.
Aceptación: Desarrollar la capacidad de experimentar el pensamiento y la sensación asociados al trauma sin evitarlos; para avanzar hacia nuestros valores
Acción comprometida: Desarrollar una capacidad de actuar guiada por esos valores en presencia de pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones asociadas al trauma.
Estos dos últimos apartados, aceptación y acción comprometida, constituyen la parte nuclear de la exposición que propone la terapia de aceptación y compromiso, que se da en el contexto de creado por el resto de los procesos descritos en los demás apartados.
Resumiento, el núcleo del tratamiento del trauma desde esta terapia es una exposición flexible y autocompasiva guiada por los valores del paciente (Harris, 2016).
Las técnicas para lograr estos objetivos terapéuticos están incluidas en nuestro curso “La práctica de la terapia de aceptación y compromiso”.
Aplicación de la terapia de aceptación y compromiso al trauma
Partiendo de que la causa más probable de que se mantenga el trastorno por estrés postraumático es la evitación experiencial, la terapia de aceptación y compromiso propone un entrenamiento que implica una nueva filosofía de encarar la vida. La elección que ha hecho, (o que hará en la terapia), de las consecuencias a largo plazo que desea el paciente (valores) define la motivación que dirige la conducta del paciente en cada situación concreta, y no la de eliminar el sufrimiento. Y el compromiso para realizar las conductas que le acercan a sus valores le lleva obligatoriamente a realizar una exposición compasiva, que se puede entrenar y/o realizar en las sesiones terapéuticas. Así, se expondrá:
A los recuerdos angustiosos, que se ha de hacer cuando el paciente tiene ya una experiencia de su yo como contexto.
A los sueños recurrentes de acuerdo con el programa propuesto en nuestra página de tratamiento de las pesadillas.
Al malestar psicológico intenso o prolongado y a las reacciones fisiológicas intensas con la exposición a las sensaciones físicas ("Curso Terapéutico de Aceptación I y II", “La práctica de la terapia de aceptación y compromiso”).
La exposición implica el cese de las conductas de evitación de los estímulos externos o internos asocidados al suceso traumático.
Mindfulness, es decir, vivir el presente es el entrenamiento idóneo para las reacciones disociativas que se dan en este trastorno.
Sobre el estado de alerta e hipervigilancia hay que consideara que el paciente no está atento a lo que realmente ocurre en ese momento, sino que busca indicios de la posible aparición de lo que teme que ocurra y que, normalmente, no se da. Ejercicios de mindfulness, como los ejercicios de darse cuenta (Stevens, 1973) le ayudarán de manera efectiva a reducir su estado de alerta.
Aspectos particulares a tener en cuenta en la terapia ante la presencia de un trauma
Las conductas de evitación, generalmente, necesitan una gran activación para luchar o huir. Sin embargo, hay que tener en cuenta que también pueden ser de desactivación. Cuando se considera que el abuso o el daño es inevitable, pueden ser efectivas otro tipo de comportamientos que no lleven al enfrentamiento directo. Por ejemplo, las conductas de sumisión tratan de desactivar el ataque dando la razón al atacante o minimizando el daño que causaría un enfrentamiento con un enemigo mucho más potente. Quedarse quieto ante un peligro potencia la probabilidad de pasar desapercibido. Estas reacciones son más frecuentes en personas que en su infancia se han enfrentado a un abuso continuado por parte de un adulto del que les ha sido imposible escapar. Asociados a esta reacción aparecen elementos disociativos, en los que la persona se disocia de sí mismo como si lo que está viviendo no lo sintiera en su propio cuerpo. (Ogden, Pain, y Minton, 2009).
También hay que considerar que un suceso traumático causa objetivamente un sufrimiento tremendo en sí mismo, independientemente de que luego se generen lo procesos de evitación que se han descritos. Quien lo ha sufrido está herido y necesita curar esas heridas. Es preciso pautar la exposición terapéutica simultáneamente con tareas que impliquen un autocuidado que atenúe sus heridas.
Si el suceso es continuado e inevitable, se puede dar un proceso de indefensión aprendida (Abramson, Seligman, & Teasdale, 1978). Que es una forma de depresión en la que el paciente es incapaz de realizar ninguna acción, aunque no exista ningún peligro. Es necesario analizar el comportamiento con el propio cuerpo del paciente para movilizarlo del estado de indefensión (Ogden, Pain, y Minton, 2009).
También es necesario tener en cuenta si en los problemas actuales de nuestros pacientes están interviniendo conductas aprendidas en la infancia en las relaciones de apego/vínculo en las que pudo darse el suceso traumático. Una visión conductual de vínculo aporta nuevas herramientas terapéuticas en el tratamiento de estos problemas. En nuestro curso Nuevos Horizontes Terapéuticos con la Terapia de Aceptación y Compromiso se tratan de forma práctica.
Aunque los pacientes adultos no muestren conductas como las que se mencionan en las descripciones diagnósticas del trastorno por estrés postraumático, se ha de tener en cuenta en la terapia la existencia de posibles problemas en las relaciones vinculares del paciente, porque, cuando están afectadas, es difícil que el paciente siga las indicaciones del terapeuta (Gold, 2011; Stricker y Gold, 2013).
Perdonar y pedir perdón
Pedir perdón y perdonar se perfilan como procesos terapéuticos importantes en la psicoterapia actual. En esta página se describen esos procesos de forma operativa
Cuando nos hacen daño la reacción inmediata y lógica es ir contra quien nos lo hizo; pero esta reacción lógica y natural tiene sus problemas. A corto plazo, tratas de impedir que el daño continúes; pero si la acción sigue por mucho tiempo, te puedes ver reflejado en la siguiente metáfora:
Cuando alguien te hace daño es como si te mordiera una serpiente. Las hay que tienen la boca grande y hacen heridas inmensas. Una vez que te ha dejado de morder, curar una mordedura así puede ser largo y difícil; pero cualquier herida se cierra finalmente. Pero el problema es mucho peor si la serpiente es venenosa y, que aunque se ha ido, te deja un veneno dentro que impide que la herida se cierre. Los venenos más comunes son el de la venganza, el del ojo por ojo y el de buscar justicia y reparación por encima de todo. El veneno puede estar actuando durante muchos años y, por eso, la herida no se cierra, el dolor no cesa durante todo ese tiempo y tu vida pierde alegría, fuerza y energía.
Cada vez que piensas en la venganza, o la injusticia que te han hecho, la herida se abre y duele, porque recuerdas el daño que te han hecho y el recuerdo del sufrimiento te lleva a sentirlo de nuevo.
Sacar el veneno de tu cuerpo implica dejar de querer vengarse, en resumen, dejar de hacer conductas destructivas hacia quien te mordió. Como te decía, solamente pensando en la venganza el veneno se pone en marcha. Por eso, si quieres que la herida se cure, has de dejar los pensamientos voluntarios de venganza hacia quien te hizo daño.
Indudablemente tendrás que procurar que la serpiente no te vuelva a morder; pero para eso no tendrás que matarla, basta con evitarla o aprender a defenderte de ella o asegurarte de que lo que ha ocurrido ha sido una acción excepcional que no se volverá a repetir.
El proceso de perdón no implica el abandono de la búsqueda de la justicia ni de dejar de defender tus derechos, solamente se trata de no buscar en ello un desahogo emocional, que implique que la búsqueda de la justicia se convierta en el centro de tus acciones y que dificulte tu avance en otros de tus intereses, objetivos y valores.
Es una forma de presentar que el perdón es terapéutico, resaltando los procesos psicológicos que subyacen y los beneficios personales que tiene ejercerlo. De esta forma, se ven los efectos que tiene perdonar, dejando a un lado las connotaciones religiosas sociales, etc. que tiene la palabra perdón y que pueden hacer difícil entender que puede ser un proceso terapéutico.
Perdonar es un elemento relativamente nuevo en la terapia, comienza a introducirse tímidamente en los años 70; pero no es hasta los 90 cuando se empieza a considerar una herramienta terapéutica a tener en cuenta (Wade y otros, 2008), aunque sus efectos positivos en la persona son importantes.
Qué es el perdón
Hay consenso en considerar que perdonar consiste en un cambio de conductas destructivas voluntarias dirigidas contra el que ha hecho el daño, por otras constructivas. (McCullough, Worthington, y Rachal, 1997).
Algunos consideran que perdonar no solamente incluye que cesen las conductas dirigidas contra el ofensor, sino que incluye la realización de conductas positivas (Wade y otros, 2008). Como indica la metáfora anterior, es preciso dejar de pensar en las conductas destructivas; pero dejar de pensar en algo voluntaria y conscientemente lo único que consigue es incrementar su frecuencia (Wegner, 1994). En consecuencia, para perdonar, es preciso comprometerse, por el propio interés, con el pensamiento de querer lo mejor para esa persona, aunque sea solamente que recapacite y no vuelva a hacer daño a nadie o deseando que le vaya bien en la vida, etc.
Si el proceso de perdón se hace adecuadamente, se modificarán en consecuencia, los sentimientos hacia el ofensor. Aunque algunos autores consideran que son los sentimientos los que originan las conductas, desde la terapia de aceptación y compromiso se parte de que los pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones no condicionan obligatoriamente la conducta y que lo importante es la modificación de la conducta, que finalmente llevará a un cambio en los pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones. Por eso, perdonar no es contingente con la reducción o cese total de los pensamientos o sentimientos “negativos”; no es un estado afectivo o una condición emocional ni una colección de pensamientos y sentimientos; perdonar es una conducta libremente elegida de compromiso y determinación (Zettle y Gird, 2008).
El perdón no es un acto único que se hace en un momento dado, es un proceso continuo que se puede ir profundizando y completando a lo largo del tiempo. Por eso se dan varios niveles de perdón (Case, 2005) que se pueden considerar como una serie de tareas que van completando e incrementando el proceso hasta llegar al grado más completo de perdón. El primer paso consiste en dejar de hacer conductas destructivas abiertas y explícitas (como cesar de buscar venganza o justicia, quejarse a todo el mundo, etc.) o encubiertas e implícitas (como desear conscientemente mal al agresor, rezar para que le pase algo malo, rumiar el daño que se ha recibido, etc.). El segundo nivel es hacer conductas positivas hacia él. Completando el perdón, si hay respuestas positivas por el perdonado, se puede llegar a restaurar la confianza en el agresor.
El considerar que hay distintos niveles de perdón, implica que para entender realmente en qué consiste el perdón terapéutico y hasta donde está dispuesto a llegar el paciente, sea necesario explicar con detalle el proceso que se va a seguir para perdonar.
Qué no es el perdón
Debido a que perdón es una palabra muy cargada ideológicamente, proponer los pacientes que realicen un proceso de perdón puede llevar a malos entendidos y por ello es necesario discutir con ellos qué es y qué no es el perdón que se propone. Algunos de los puntos que puede ser necesario aclarar son los siguientes:
El perdón no incluye obligatoriamente la reconciliación. Perdonar o pedir perdón son opciones personales que no necesitan de la colaboración de la otra persona. Sin embargo, la reconciliación es un proceso de dos. Por ejemplo, el perdón no supondrá nunca restaurar la relación con alguien que con mucha probabilidad pueda volver a hacer daño.
El perdón no implica olvidar lo que ha pasado. El olvido es un proceso involuntario que se irá dando, o no, en el tiempo. Solamente implica el cambio de conductas destructivas a positivas hacia el ofensor, tal y como se ha indicado. Hay ideas erróneas asociadas con el perdón como que si se perdona no se debe acordar o sentirse enfadado por lo ocurrido. Recordar algo es un proceso automático que responde a estímulos que se pueden encontrar en cualquier parte y los sentimientos que se tienen no se pueden modificar voluntariamente, las respuestas que damos cuando tenemos esos sentimientos si pueden llegar a ser voluntarias. El perdón no supone justificar la ofensa que se ha recibido ni minimizarla. La valoración del hecho será siempre negativa e injustificable, aunque no se busque justicia o se desee venganza.
El perdón del que se trata tampoco supone obligatoriamente levantar la pena al ofensor y que no sufra las consecuencias de sus actos. Para que se dé la reconciliación es preciso que el ofensor realice una restitución del daño que ha causado, si es posible, o cumpla la pena que la sociedad le imponga. El perdón consiste en que el que perdona deja de buscar activamente que se haga justicia y es parco en las consecuencias que busca y, sobre todo, no intenta obtener una descarga emocional junto con la justicia.
Perdonar no es síntoma de debilidad, porque no se trata de dar permiso al otro para que vuelva a hacer daño, sino que se puede perdonar cuidando de que no nos hagan daño de nuevo.
El proceso de perdonar
Cuando perdonar
Si el daño que se ha recibido trasciende el hecho emocional de sentirse injustamente tratado y lo único que se va a conseguir del otro es una compensación emocional, el perdón está plenamente indicado. También, cuando la búsqueda de la reparación se ha convertido en el centro de la vida del ofendido o interfiere con el seguimiento de otros valores, el perdón le permitirá poner distancia emocional para tener en cuenta todos los valores que está dejando de atender.
Hay que tener en cuenta que no se trata de ponerse en riesgo de que el daño se pueda volver a repetir.
Primera etapa: análisis y reconocimiento del daño sufrido
El proceso comienza en la fase de análisis de lo ocurrido, incluyendo en ella el reconocimiento del daño que se ha recibido. Es preciso reconocer que se ha recibido un daño que duele, y aceptar ese dolor. Se hace de forma lo más objetiva posible, lo que va a permitir un distanciamiento emocional y los primeros pasos para entender las motivaciones del ofensor; lo que constituye un comienzo para construir una cierta empatía hacia el otro que está en la base del perdón. También han de analizarse con detalle las circunstancias que han influido para llevarle a hacernos daño, porque una atribución externa, inestable y específica del daño contribuye al perdón (Hall y Fincham, 2006) frente a la atribución interna, estable y global que lo dificulta.
Segunda etapa: elegir la opción de perdonar
El perdón para la víctima es una buena opción en cualquier caso. La metáfora del anzuelo que sugiere Steven Hayes, indica de forma clara cómo el no perdonar a alguien nos coloca en una situación permanente de sufrimiento y puede ayudar en este proceso:
Quien nos ha hecho daño nos ha clavado en un anzuelo que nos atraviesa las entrañas haciéndonos sentir un gran dolor. Queremos darle lo que se merece, tenemos ganas de hacerle sentir lo mismo y meterle a él en el mismo anzuelo, en un acto de justicia, que sufra lo mismo que nosotros. Si nos esforzamos en clavarle a él en el anzuelo, lo haremos teniendo muy presente el daño que nos ha hecho y cómo duele estar en el anzuelo donde él nos ha metido. Mientras lo metemos, o lo intentamos, nos quedaremos dentro del anzuelo. Si consiguiéramos meterle en el anzuelo, lo tendríamos entre nosotros y la punta, por lo que para salir nosotros tendremos que sacarle a él antes.
Si salimos del anzuelo, tendremos cuidado de no estar muy cerca de él porque nos puede volver a meter en el anzuelo y si alguna vez nos juntamos, tiene que ser con la confianza de que no nos va a volver a hacer daño.
Pero no es la opción de no sufrir lo que justifica una elección, sino una opción basada en los valores de la persona (Hayes y otros, 1999). Hay que tener en cuenta que se trata de valores como los define la terapia de aceptación y compromiso, es decir, como consecuencias deseadas a muy largo plazo, y no solamente como valores morales o éticos. Cuando hemos dejado a un lado esos valores para centrarnos en la venganza y se le hemos dedicado tiempo y recursos, pueden estar afectadas otras áreas de nuestra vida. Es en los valores afectados por la concentración en vengarnos en los que tenemos que encontrar los motivos para elegir perdonar.
Tercera etapa: aceptación del sufrimiento y de la rabia
El perdón no supone que se rechacen y esté mal tener sentimientos de rabia, de ira o deseos de venganza, aunque a algunos pueda parecerles que el perdón lo implica (Wade y otros, 2008). El problema no está en tener esos sentimientos o pensamientos, sino en actuar dejándose llevar por ellos en contra de los valores e intereses más importantes en ese momento (Hayes y otros, 1999). La propuesta de la terapia de aceptación y compromiso consiste en abrirse a sentir el sufrimiento, la rabia, la depresión y cualquier pensamiento, sentimiento, sensación o emoción que surja asociado al daño recibido, sin ninguna defensa; mientras nuestra acción sigue el compromiso con los valores que en ese momento sean más relevantes (Hayes y otros, 2004).
Si se ha elegido la opción del perdón, para llevarlo a cabo es preciso aceptar, en el sentido expuesto, los pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones. La aceptación es un proceso que finalmente lleva al cambio; pero hay que tener en cuenta que su objetivo no es la extinción del sufrimiento, sino el compromiso con los valores y el fortalecimiento de la acción comprometida con ellos (véase por ejemplo, García Higuera, 2007).
Cuarta etapa: establecer estrategias para autoprotegerse
El perdón no implica la aceptación incondicional del peligro de que ocurra de nuevo el ataque. En el análisis de lo ocurrido hay que incluir también la consideración de cómo los comportamientos de la víctima que han podido permitir o favorecer la ofensa (Case, 2005). Analizando lo que ha ocurrido, la víctima se puede dar cuenta de cuales eran los indicios que indicaban el peligro, lo que le dará más posibilidades de evitarlo en el futuro.
Quinta etapa: una expresión explícita de perdón
La expresión explícita del perdón es un paso importante aunque algunos pacientes puedan pensar que es solamente simbólico y vacío de contenido. Se pueden articular muchos ritos o maneras hacerlo. Esta acción explícita no es el final del proceso de perdón, sino la oficialización del inicio. Hay que tener en cuenta que es preciso volver a repetir el proceso siempre que sea necesario, ya que el ofendido no está libre de que le aparezcan de nuevo los, pensamientos, emociones, sensaciones y sentimientos asociados a la ofensa. Cada vez que surjan de nuevo los pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones asociados a la ofensa, se tienen que repetir los pasos que sean necesarios.
El proceso de pedir perdón
Pedir perdón es uno de los elementos fundamentales de muchas religiones movimientos espirituales (Zettle y Gird, 2008); por ejemplo, en el cristianismo. Para los cristianos, Cristo vino al mundo a perdonar los pecados de todos los hombres, ya estamos perdonados por Dios y solamente hace falta pedir perdón. La petición de perdón la ha articulado la religión católica en una serie de pasos dentro de la administración clásica del sacramento de la penitencia: examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. Siguiendo esta pauta, el proceso de pedir perdón comenzaría en una primera etapa de análisis de lo que ha pasado, de las circunstancias, motivos y emociones que han concurrido en lo el daño que hemos hecho y de los efectos que ha causado; para pedir realmente perdón tiene que haber un arrepentimiento que incluye un dolor por el sufrimiento causado que no puede quedar solamente en palabras, sino que ha de articularse en acciones comprendidas en un plan concreto que permitan que aquello no vuelva a ocurrir y que restituyan el mal realizado.
Profundizando en esta línea y dejando a un lado las connotaciones ideológicas y religiosas del perdón, desde un punto de vista terapéutico la petición de perdón se puede hacer siguiendo los siguientes pasos:
Reconocer que lo que hizo causó daño u ofendió al otro
No es obvio que el que nos ha ofendido sea plenamente consciente del daño que ha hecho y del sufrimiento que está teniendo su víctima (Case, 2005). El proceso de reconocerlo supone un acercamiento profundo al otro, con comprensión y empatía, y un establecimiento de una comunicación que no se basará en disculparse o evitar las consecuencias o el castigo por lo que ha hecho. Esto permite al otro expresar su sufrimiento de forma plena. Este proceso es positivo cuando se hace mientras se va informando al otro de lo ocurrido.
Sentir de verdad el dolor del otro
Para pedir perdón es preciso ser consciente de que se ha hecho un daño importante al otro. Ponerse en su lugar y acercarse a sus sentimientos puede llegar a hacer sentir de verdad el dolor del otro.
Analizar su propia conducta
Para el ofensor, saber cómo y por qué hizo lo que hizo es interesante en sí mismo. Compartir ese conocimiento con la otra persona es un paso necesario para avanzar en el proceso de pedir perdón y llegar a la reconciliación. Hay montones de razones por las que alguien decide hacer algo que causa daño, ninguna será aceptable para la víctima. En consecuencia, no se trata de encontrar excusas a sus actos, sino de establecer una base para poder realizar la siguiente fase: elaborar un plan que impida que vuelva a ocurrir (Case, 2005).
Es preciso reconocer también el papel que han jugado las circunstancias, pero no para quitarse culpas y echárselas a otros.
Definir un plan de acción para que no vuelva a ocurrir
Definir un plan de acción concreto para que nunca vuelva a ocurrir y compartirlo con el otro es el siguiente paso para pedir perdón. El plan puede incluir acciones dirigidas a mejorar las debilidades propias que han propiciado el daño realizado. Todo el plan ha de hacerse indicando los objetivos operativos, el tiempo y los medios que se van a dedicar a conseguirlos. No se trata de establecer solamente buenas intenciones, las acciones han de ser concretas y se han de establecer los tiempos y los recursos necesarios para hacerlas. En resumen, es preciso comprometerse con llevar a cabo el plan.
Pedir perdón explícitamente al otro.
Los pasos anteriores han de se compartidos con el otro y han de comunicársele para que la petición de perdón sea explícita y llegue al otro, mostrando que no son palabras vanas, sino que están articuladas en un plan y en un compromiso de lucha por la relación.
Realizar un acto simbólico en el que se pida perdón al ofendido es importante para que el perdón quede muy claro.
Restituir el daño causado
Siempre que sea posible, es preciso restituir el daño causado. No sería de recibo pedir perdón y quedarse con las ventajas que se han obtenido de la ofensa.
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