08/11/2024
El yoga puede ser un refugio cuando las emociones se sienten abrumadoras y nos llevan a lugares oscuros. En un mundo donde a veces las tragedias ocurren porque alguien no pudo manejar su propio dolor, el yoga se convierte en una herramienta para gestionar, transformar y, en última instancia, sanar.
Algo tan simple como enfocarse en la respiración puede hacer una diferencia enorme. Cuando la respiración se vuelve profunda y consciente, el sistema nervioso recibe la señal de que es seguro relajarse, dejando ir el impulso de huir o reaccionar de manera impulsiva. Así, el cuerpo comienza a dejar de lado las tensiones acumuladas que muchas veces ni siquiera notamos, y con ello, también liberamos un poco de esa carga emocional que arrastramos.
No es fácil ni sucede de la noche a la mañana, pero con la práctica constante podemos mejorar y ser capaces de observar nuestras emociones con cierta distancia. No es que dejemos de sentir; al contrario, el yoga nos invita a vivir las emociones sin quedar atrapados en ellas. Nos volvemos atentos, aprendiendo a reconocer la ira, el miedo, o la tristeza sin dejarnos arrastrar por ellos. Con el tiempo, este proceso crea una fortaleza interna que permite elegir respuestas más conscientes y menos reactivas.
El yoga nos enseña, también, a estar en paz con la incomodidad. A veces, mantener una postura difícil refleja ese acto de enfrentar una emoción intensa sin escapar. En lugar de sucumbir al impulso de huir, la mente y el cuerpo aprenden a quedarse, a respirar a través de la incomodidad, a cultivar una paciencia que, sin darnos cuenta, comienza a impregnar nuestra vida cotidiana.
En última instancia, el yoga nos muestra que no estamos indefensos frente a nuestras emociones. Tenemos una elección: podemos dejarnos llevar por ellas o podemos respirar profundamente, encontrando en ese espacio entre la emoción y la reacción. Ese momento de calma nos da la oportunidad de responder de una forma más compasiva, tanto hacia nosotros mismos como hacia los demás, y evitar así acciones que podrían dejarnos heridos o dañar nuestras relaciones.
El yoga no elimina nuestras emociones, ni nos protege de los desafíos de la vida. Sin embargo, nos recuerda que, aunque el dolor y la intensidad sean parte de la experiencia humana, tenemos dentro de nosotros la capacidad de responder desde un lugar de paz y equilibrio.