04/06/2025
Litopedion... calcificación para evitar necrosis y proteger, nuestro cuerpo es un milagro andando con la respuesta del sistema inmune!
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El silencio de la cuna: la historia de Doña Eulalia
Otro caso de litopedion.
Doña Eulalia tenía 90 años y vivía sola en una choza de madera y zinc, al borde de un caserío olvidado entre las montañas. Su ropa era la misma de siempre, sus zapatos estaban remendados con alambre, y su mirada, aunque apagada por el tiempo, conservaba un dejo de esperanza inexplicable. La comunidad la conocía como “la viejita que hablaba con su hijo invisible”.
Medio siglo atrás, cuando tenía 40 años, Eulalia quedó embarazada. Lo supo por las señales de su cuerpo: el vientre creció, sintió los movimientos del bebé y hasta le hablaba por las noches. Pero el parto nunca llegó. Su abdomen dejó de crecer y un día, simplemente, el bebé dejó de moverse.
No tenía acceso a médicos ni hospitales. La partera del pueblo decía que seguramente había perdido al bebé y que lo había absorbido el cuerpo. Pero ella sentía que su hijo seguía allí, dormido. La gente del pueblo comenzó a burlarse. La acusaban de loca. “Eulalia nunca tuvo un hijo, se lo imaginó para no sentirse sola”, decían.
Pasaron los años. Sus dolores de espalda eran frecuentes, pero nunca se quejaba. Su vientre seguía algo abultado, aunque no dolía. Nadie la tomaba en serio. Hasta que un día, a los 88 años, un grupo de médicos voluntarios llegó al pueblo haciendo estudios clínicos a los ancianos. La convencieron de hacerse una tomografía, y fue entonces cuando la historia dio un giro.
El equipo de imágenes se quedó perplejo: dentro de su abdomen, rodeado de calcio, se encontraba un pequeño esqueleto fetal. Un litopedion, también llamado “bebé de piedra”. Era un fenómeno rarísimo: cuando un embarazo ectópico no se resuelve, y el feto muere pero no puede ser reabsorbido por el cuerpo, este lo encapsula en calcio para proteger al organismo de la necrosis. Y allí, dentro de ella, había estado su hijo durante más de 40 años.
Eulalia no lloró. Sólo sonrió, como si hubiera confirmado algo que siempre supo. “Yo les dije… mi niño nunca me dejó”.
Los médicos decidieron no intervenir quirúrgicamente, ya que su edad y condición lo hacían muy riesgoso. Pero la comunidad cambió. Ya no era la loca. Era la mujer que había cargado un milagro triste toda su vida. Desde ese día, todos la llamaban “la madre de piedra”.